Sostenella y no enmendalla. Valga esta expresión del Siglo de Oro, popular entre los hidalgos, para definir el empecinamiento del BCE en su política de subidas de tipos de interés que, a la vista de los resultados, obligaría a completar la citada frase para concluir en sostenella y no enmendalla hasta matalla.
Porque eso es lo que están haciendo en Europa con la economía Christine Lagarde y sus colaboradores en el banco central de los países de la UE, como confirma el último informe de previsiones de la Comisión Europea, que asume ya una situación de estanflación al pronosticar un crecimiento de sólo un 0,8%, con una inflación del 5,6% y cuyos efectos se traducen en: pérdida de la capacidad de compra de los hogares con la consiguiente caída del consumo privado, aumento de los costes empresariales que repercuten en los precios de venta, aumento del desempleo y descenso del PIB.
Un empecinamiento que choca con las voces de expertos y analistas, cada vez más y cada vez con mayores argumentos, que alertan de que la subida de los tipos de interés no sirve para ganar esta batalla contra la inflación por ser una estrategia equivocada. Y, si no, ahí están los resultados. Hasta diez veces consecutivas ha subido el BCE los tipos de interés, para situarlos en su nivel más alto en 20 años, y la inflación de la eurozona continúa anclada en el 5,3%, con datos de Eurostat en agosto, mientras que la subyacente, la que no cuenta la energía y los alimentos no elaborados, se resiste y no baja del 6%.
Aquí, la señora Lagarde se confirma como una fiel discípula de las políticas ortodoxas de su antecesor y compatriota Jean Claude Trichet, quien subió los tipos en plena crisis financiera en una decisión que se confirmó como el mayor error en la historia del BCE. Pero con la fatalidad de que ahora se no se vislumbra en Europa la figura de ningún Mario Draghi que, como entonces, arregle los desaguisados.
Recordar que en la cuestión de la subida continuada de los precios existen dos tipos de trastornos: la inflación de demanda y la inflación de oferta. Y en el caso que nos ocupa hoy en Europa y en España parece evidente que tras la fuerte desaceleración de las economías derivada del Covid-19 y de la invasión de Ucrania, con caídas relevantes en la actividad y en el consumo, aderezadas por los graves problemas de suministro de materias primas y productos intermedios, estamos ante un caso claro de inflación de oferta por inflación de costes. Es decir, que la escalada de los precios no se produce por un crecimiento de la demanda sino por el encarecimiento de los costes de producción, energéticos, de transportes y salariales, además de por un incremento abusivo de los impuestos y las cotizaciones.
Un caso singular en el que aplicar medidas indiscriminadas de alzas en los tipos de interés para restringir el dinero en circulación de empresas y particulares, elevando también el precio de las hipotecas y los créditos, dañando la capacidad de las empresas para financiar su actividad, induce a provocar caídas del consumo y la inversión con las consiguientes repercusiones negativas sobre la producción y el empleo que terminarán por provocar una recesión más larga y profunda, con la consiguiente destrucción de puestos de trabajo y el aumento de los niveles de pobreza.
Y es aquí donde se produce la controversia. Porque a diferencia de Estados Unidos que es exportador neto de energía, en Europa importamos materias primas, pero somos exportadores de manufacturas y productos industriales, lo que esto debería ser motivo suficiente para que desde el BCE empezaran a abandonar las estela norteamericana y no subir los tipos para devaluar el euro. Cierto que esto encarecería la energía importada, pero también lo es que ayudaría a aumentar las exportaciones y se generaría actividad. Todo ello acompañado de políticas de estímulos como bajar impuestos para fomentar la productividad y la competitividad.
Ahora parece –¡Ojo!, sólo parece– que Christine Lagarde va a parar en su obsesión por seguir subiendo el precio del dinero, pero aplaza la bajada de los tipos al menos hasta después del próximo verano. Casi a un año vista. ¡Cuán largo me lo fiais!, señora; y cuánto daño puede hacerse todavía.