Vivimos en un mundo que en estas últimas décadas cuenta con dos potentes motores: la energía y la tecnología. La energía, a través de sus múltiples fuentes, es el elemento que calienta nuestras casas, impulsa nuestros coches, mantiene en funcionamiento la industria o genera la electricidad de los hogares, las empresas o los hospitales. La tecnología, por su parte, es el elemento que ayuda a automatizar y hacer más inteligentes los procesos industriales, a digitalizar los productos y servicios, a facilitar a los ciudadanos el acceso a las Administraciones Públicas o a modernizar las ciudades. Y no es posible hablar hoy de tecnología sin referirse, entre otras aplicaciones, a la inteligencia artificial.
En el caso de la energía, la complejidad del ecosistema en el que se mueve el sector, su velocidad de cambio y las indudables interacciones con el mundo económico y geopolítico generan un universo de cambios y de volatilidad en cuanto al suministro y los precios. En ese universo las empresas implicadas deben permanecer muy alerta para adaptar sus estrategias a la realidad de cada momento y estar en condiciones de satisfacer las necesidades de sus clientes.
En los últimos años, los cambios se han materializado en una serie de crisis, con distintos orígenes y motivaciones, que han generado importantes repercusiones en el sector energético y en su impacto en el cambio climático. La pandemia de la COVID-19 y el confinamiento de los ciudadanos en muchas partes del mundo y la invasión de Ucrania por parte de Rusia han sido los principales catalizadores de las crisis. Marcan las tendencias del sector, a las que habría que sumar la transición energética que ya está en marcha y que irá dibujando el futuro del mercado y el desarrollo tecnológico de nuevas fuentes de energía.
En este escenario, 2023 se presenta como un año relativamente más tranquilo y estabilizado en el mercado de la energía, con los clásicos ciclos debidos al paso de las estaciones meteorológicas y a los acuerdos de los países productores de petróleo, a los que habría que añadir el consumo creciente en países como China e India.
Desde la óptica de los distintos tipos de energía, siguen manteniendo su protagonismo aquellas más clásicas, como la hidráulica o la nuclear, mientras que los desarrollos tecnológicos ponen el foco en otras energías emergentes para reinventar el sector. Las energías renovables, según datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), supondrán el 40% de la producción global de electricidad en 2027 y ya en este 2023 las inversiones en energía solar superarán por primera vez el gasto en producción de petróleo. Por otro lado, continúan los avances en nuevas energías como el hidrógeno, que a largo plazo puede convertirse en una alternativa energética sostenible y en un vector energético para la descarbonización del consumo.
Sin embargo, y a pesar de todos estos avances tecnológicos y de la creciente implementación de la transición energética, la realidad es que las energías extraíbles (petróleo, gas o carbón) representan todavía más del 80% del consumo global. Y este escenario es probable que se mantenga de forma parecida en los próximos años. Los combustibles fósiles, como el petróleo, seguirán siendo las principales fuentes de energía.
El mercado del petróleo y de sus productos derivados, los hidrocarburos, se mueve al ritmo de las leyes de la oferta y de la demanda y de las decisiones que toman los países exportadores, muchos de los cuales se agrupan en la OPEP. En este 2023, y una vez amortiguadas las grandes oscilaciones del mercado de la energía, el negocio de los hidrocarburos va camino de cifras récord. La AIE prevé para este año una demanda mundial de petróleo por encima de los 102 millones de barriles al día, lo que supone 2,2 millones de barriles diarios más que en 2021.
Todo ello a pesar de la amenaza de recesión económica en los países de la OCDE y de los recortes de producción de los países de la OPEP establecidos para todo 2023. Estos recortes han provocado inmediatas subidas de precio de los hidrocarburos. La Organización busca compensar con este movimiento la caída de precios derivada de los efectos de la inflación y de los problemas que han afectado al sistema financiero a nivel global durante los primeros meses del año.
La energía emergente será en 2027 el 40% de la producción global de electricidad
¿Las razones de ese pronóstico de cifras récord? Pues, sobre todo, la recuperación de la demanda de hidrocarburos en los países en desarrollo, entre los que destacan China e India. En el caso de China, aunque el país hace frente a factores económicos adversos, sectores como el transporte y el petroquímico muestran una creciente demanda e hidrocarburos y dibujan un escenario optimista para el consumo.
Desde la invasión de Ucrania el mercado de la energía ha complicado su gestión, pero para el segundo semestre de 2023 las previsiones apuntan a unos niveles de consumo sólidos, apoyados en la demanda de los países en desarrollo. Y, si la economía a nivel global inicia una etapa de recuperación, el balance entre la oferta y la demanda ayudará a estabilizar los precios de los hidrocarburos. Este mercado es volátil por su propia naturaleza e influyen en su evolución tantos factores sociales, económicos y geopolíticos que no es sencillo realizar pronósticos y mucho menos acertar los resultados.
Es previsible que las situaciones vividas fuercen a Europa a cambiar de mentalidad. Debe repensar su modelo energético y buscar alternativas que aseguren su autonomía y su seguridad energética y eviten que la región sea tan dependiente de terceros. Esa búsqueda debe centrarse en nuevas fuentes de suministro. El objetivo estratégico global debe ser adaptarse al nuevo paradigma energético global.
Un sector como el de los hidrocarburos, con un negocio extraordinariamente volátil, complica la vida a los operadores que trabajan en él. La clave para estos operadores es garantizar y diversificar geográficamente las líneas de suministro, buscando además precios competitivos que trasladar a sus clientes, además de disponer de infraestructuras propias que les permitan ser muy flexibles en la planificación de las importaciones.
El modelo para los operadores pasa por conseguir que los clientes sean los menos afectados por la situación permanente de incertidumbre y darles estabilidad en el suministro y en los precios de unos hidrocarburos que serán vitales para sus respectivos negocios.