
España, una de las principales economías de la UE, es un gran país y, lógicamente, hay muchos aspectos y situaciones que se abordan bien, pero no en todos se es lo eficiente que sería deseable y, principalmente, según las opiniones e informes manejados, se podría, e incluso, se debería ser.
Necesitamos que se aporte algo más, y ese algo más puede ser acudir al "alma" de las cosas que la RAE define como "principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida" . Nuestra economía debería ser mucho más reconocible, previsible, con ciertos valores y criterios claros, que nos marcaran como país en consensos nítidos y rotundos.
Ahí radica el sentido epistemológico que quiero traer a debate en una economía con "alma". Se le atribuye al profesor Fuentes Quintana la cita de que los economistas no deben hablar de lo que funciona bien en una economía, pero por el contrario si deben mostrar lo que entienden que no funciona tan bien o es mejorable.
En este sentido, con una destacable mayoría, hay aspectos clave en los que los economistas tenemos cierto consenso, al hilo de las diferentes declaraciones públicas, difiriendo a veces -es normal- en los métodos para afrontar su solución.
Está claro que tenemos en España un muy elevado endeudamiento público y que, además, seguimos gastando más de lo que ingresamos. ¿Es esto compatible con una economía con "alma"?
No lo es, solo citaremos la responsable y necesaria solidaridad intergeneracional, la disminución de nuestra capacidad para influir en la esfera internacional, o el posible efecto sobre la no discutible apuesta por unos servicios públicos potentes, como aspectos que se verían afectados de continuar con esta situación de forma permanente.
Está claro que en España existe un problema con la tasa de desempleo y, concretamente, con el elevado paro juvenil y el de mayores de 50 años, unido además al de una muy baja productividad - no en todos los sectores, pero si es muchos de ellos- así como una cierta y clara preocupación por la sostenibilidad del sistema público de pensiones, derivada de toda esta situación.
Por ello, es necesario enfatizar que para crecer y lograr la convergencia real resulta una premisa fundamental incrementar la productividad, la tasa de actividad y/o el empleo.
Está claro que se tiene que definir, sin ambages, cuál es la posición internacional de España en los grandes temas de debate y también que, al menos en sus características principales, deberían ser reconocibles las principales palancas de su modelo productivo. Esto se tiene que hacer, definiendo dónde queremos estar como país, y a qué, y cómo, nos queremos dedicar en los próximos años, ya que la concreción y seguridad son más que deseables.
Está claro que debemos estar en la senda de la defensa de la propiedad privada, los derechos personales y la seguridad jurídica, sin más matices, si queremos seguir siendo un país abierto, con capacidad de crecimiento y atracción de talento e inversión de calidad. Está claro que existe un debate sobre qué fiscalidad necesitamos para el siglo XXI, cuestión no abordada definitivamente y que requiere una reforma en profundidad.
La meta para la respuesta a esta cuestión debería ser ensanchar las bases imponibles, y no constreñir las existentes, mirar hacia los nuevos empleos y la nueva economía, la potencialidad de todos los capitales de una economía: el económico, el natural, el intangible, así como que se incentive al emprendedor y la creación de empleo y que, además, se solucione la gestión de la seguridad social y su excesivo peso sobre el empleo inicial, difícil de no tenerlo en cuenta en una economía con "alma".
Podría seguir enumerando algún ítem más de necesaria atención en los próximos años, me detendré aquí. ¿Qué concluiría? Que hay que adoptar una verdadera política económica con "alma", con "valores", capaz de generar identidad, confianza, transparencia y seguridad jurídica, al mismo tiempo que sea capaz de reforzar políticas de apoyo a la familia, verdadero vector de cohesión social.
La mayoría de los ciudadanos expresan un alto nivel de identificación y orgullo de pertenencia al propio estado-nación y sus símbolos, y reconoce de forma clara el valor del Estado de derecho como soporte de la democracia y elemento esencial de convivencia.
El sector público ha de ser, además del motor para una prestación eficaz de los servicios públicos, un referente de prácticas meritocráticas para el conjunto de la sociedad, con una visión coherente, coordinada y menos territorializada, que facilite la movilidad del personal entre administraciones públicas y que presente un sistema de incentivos coherente, armonizado y basado en objetivos.
¿El gobierno, en esta ecuación, qué papel debería jugar? Sin duda similar a la "columna vertebral", que como sabemos no se nota su presencia, no interfiere, no molesta, pero su existencia es esencial, y su adecuado funcionamiento contribuye a garantizar el equilibrio.
En definitiva, todo esto, adecuadamente implementado, gestionado y comunicado, situaría al crecimiento económico en la base de la prosperidad económica y social. El respeto al mérito, sin dejar a nadie atrás, ha de ser también un valor esencial de un modelo que asegure y respete la igualdad de oportunidades de todos, al mismo tiempo que premia a los que asumen más riesgos o se esfuerzan en mayor medida. A este debate me refería.