
Tras el desastre electoral del 28 de mayo, Sánchez ha disuelto las Cortes y ha convocado elecciones generales para el domingo 23 de julio. La magnitud de la derrota se mide fácilmente: busquen ustedes la lista de las 20 ciudades más pobladas de España. Sólo tres tendrán un alcalde socialista. En el número 14 de la lista, Vigo. En el número 16, Elche. Y en el 18, Hospitalet. Vitoria, capital de Euskadi, puede pasar a las manos de Bildu, el segundo gran triunfador de la jornada tras el PP de Feijóo. Los demás grandes ayuntamientos serán gobernados por la derecha, que ha obtenido un botín extraordinario a causa de los desafueros gubernamentales.
Lo ha escrito Jorge Bustos: "Los años sanchistas serán recordados como una espiral inflacionaria de cuentismo. Una sostenida y desquiciante maniobra de sustitución del alma por el traje, de eficiencia por propaganda, de la cosa por el símbolo. La verdad llegó a parecernos anacrónica. No sé qué ocurrirá mañana, pero toda apunta a que la noble calavera de Ortega y Gasset sonreirá de nuevo: efectivamente, toda realidad ignorada prepara su venganza".
Aparte de sus mentiras, yo pienso que la peor deriva de Sánchez ha sido subirse al carro del PNV, EH Bildu y ERC, tres partidos que tienen en su estrategia la destrucción de nuestra Constitución, de la unidad de España (que consagra el artículo 2 de la Constitución) y de la convivencia entre los españoles. Unos pactos que han llevado a indultar a los golpistas catalanes, a cambiar el Código Penal para eliminar delitos que siguen vigentes en toda la Unión Europea. En fin, un disparate destinado a atacar las instituciones y, sobre todo, a eliminar el papel equilibrante del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional y de todos los organismos consultivos, como el Consejo de Estado. Sánchez también se ha ciscado en el Parlamento, abusando de los decretos-ley, y no contento con eso se ha dedicado a transformar los proyectos de ley en proposiciones de ley, ya que estas no son informadas por ninguna institución consultiva como el Consejo de Estado o la cúpula del Poder Judicial.
Por todo lo anterior y por otras muchas razones, creo que Sánchez no debería ser el candidato del PSOE en las elecciones del 23 de julio. Tomaré prestadas las palabras de Ignacio Varela: "El presidente del Gobierno tiene su crédito arruinado. La mayoría parlamentaria ha implosionado. El Consejo de Ministros ya no sirve ni como remedo de una tómbola de feria. Las tres facciones que en él se sientan han sido revolcadas en las urnas. Y, sobre todo: el voto del 28 de mayo contiene una desautorización radical, conclusiva y dedicada muy personalmente a quien pretende ser reelegido el 23 de julio".
En efecto, quien esta vez ha quedado malherido, a la próxima saldrá cadáver. Si en ese partido quedara un rastro de instinto de supervivencia, ya estarían buscando otra persona para encabezar sus listas en las generales. Ello no les ahorrará una derrota que se han ganado a pulso, pero hará menos larga y dolorosa la travesía del desierto. Pero no creo que Sánchez, que sólo piensa en sí mismo, tenga los arrestos necesarios para dar un paso atrás y dejar pasar a otra persona.