Opinión

El milagro de los panes y los pisos

  • Desde su llegada, Sánchez ha prometido 213.000 viviendas, pero todavía no ha entregado ni una sola llave
  • La Ley de Vivienda rompe el compromiso con Bruselas de impedir medidas que puedan obstaculizar la oferta

Dice la sabiduría popular aquello de prometer, prometer hasta meter, y una vez metido se olvidó lo prometido. Un aforismo que cuadra notoriamente con la figura, la trayectoria y la personalidad de Pedro Sánchez, y que se manifiesta de nuevo ahora con ese milagro de la multiplicación de los panes y los pisos como acertadamente lo definió Alberto Núñez.

Una multiplicación de pisos, que de panes habla poco y hace menos, que ofrece ahora sin un proyecto viable y que empezó con las 50.000 viviendas del SAREB que, al final, se han quedado sólo en 9.000 y siendo generosos. Porque, además de ser un plagio, otro más, de la idea inicial del exministro José Luis Ábalos, que Sánchez y el PSOE rechazaron sólo hace tres meses por perjudicial e inadecuada, resulta que, de las 50.000 viviendas prometidas, prácticamente ninguna está en zonas tensionadas, 15.000 no están construidas, otras 14.000 ya están habitadas, y las que quedan muchas son inalquilables por su ubicación o situación de deterioro.

Y algo parecido ocurre con las 43.000 de suelo público que están en terrenos no identificados y con las últimas 20.000 en terrenos del Ministerio de Defensa, -copia del plan fallido de Rodríguez Zapatero en 2005- que los terrenos en los que se ubicarán dichas viviendas si están identificados, pero todavía no se ha materializado el acuerdo para la compra entre el Ministerio de Transportes y el departamento que dirige Margarita Robles. Paso previo para que la Sociedad Pública Empresarial del Suelo (SEPES) pueda disponer de ellos. 

Pero este es Sánchez en estado puro. El mismo Pedro Sánchez que desde que llegó al Gobierno en 2018 ha prometido 213.000 viviendas, aunque todavía no ha entregado ni una sola llave.

Y qué decir de esa Ley de Vivienda, de la que se acuerda ahora, en vísperas electorales, cuando lleva tres años durmiendo el sueño de los olvidados. Una ley intervencionista, que supone un atentado al derecho a la propiedad privada que consagra la Constitución, que protege y fomenta a los okupas y que recuerda mucho a la Ley de Arrendamientos Urbanos del franquismo. Que, además, rompe el pacto que el Gobierno asumió con la Comisión Europea para recibir los fondos europeos, en el que se comprometió a "impedir que se adopten medidas que puedan obstaculizar la oferta de vivienda a medio plazo". Y una ley que no sólo puede destruir el mercado del alquiler sino el sector de la construcción en su totalidad, además de que se olvida y ni siquiera menciona el gravísimo problema de la ocupación. 

Es sabido y demostrado que topar el mercado del alquiler solo va a generar una caída de la oferta y un encarecimiento de los precios como demuestran las experiencias de Nueva York, Berlín o Barcelona. O los resultados de la propia experiencia de este gobierno con la medida de limitar la subida de los alquileres al 2%, aprobada el pasado 1 de abril, y que un año después a generado un descenso de la oferta del 17% y una subida del 8% en el precio de los alquileres. Exactamente el mismo efecto contrario a lo que se pretendía que el conseguido con la chapucera ley del "si es si".

Claro que, hablando de efectos contrarios, o no deseados como gusta decir a Sánchez y sus subalternos de Moncloa, ahí está el fiasco del llamado bolañazo, el enésimo del sanchismo en su guerra contra Isabel Díaz Ayuso. Un intento de aguar la fiesta, presentándose donde no había sido invitado, y con el que sólo han conseguido reforzar el liderazgo de la presidenta madrileña que se consolida a los ojos de la opinión pública como la heroína que, una vez más, ha cortado el paso y subyugado a la chulería y los abusos dictatoriales de Sánchez y su doméstico de la Presidencia. Y es que no aprenden.

Por cierto, y ¡ojo al dato!, que diría el maestro García, reparen ustedes en que la ministra de Defensa, Margarita Robles, posiblemente abochornada, ni se inmutó ni se solidarizó con su compañero de Gobierno. Y es que, a pesar de todo, en el Consejo de Ministros todavía quedan miembros, pocos, con vergüenza, sensatez y sentido del protocolo y del Estado.

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