
El presente 2022 se presentó en enero como el año de la recuperación económica global tras el Covid. Pero el inicio en febrero de la guerra en Ucrania diluyó estas buenas perspectivas al impulsar y perpetuar un incremento de la inflación, ya iniciado en 2021, que ha obligado a los bancos centrales a realizar agresivas subidas de tipos de interés, que pasarán factura al crecimiento.
Por si fuera poco, problemas heredados de la pandemia como los cuellos de botella, las dificultades de las cadenas de suministro y el alto coste del transporte marítimo (fletes) siguen vigentes, lastrando la actividad. Buena prueba de ello es que el precio por mover un contenedor por mar es aún un 60% más caro que en 2019. La razón de ello está en la lenta descongestión de algunos de los puertos más importantes del mundo, como Shanghái, y en el alza de los combustibles. Esto retrasa las entregas y frena el comercio global. Un problema que se agravó durante el año por los confinamientos en China. Precisamente la política de cero Covid del gigante asiático es uno de los motivos que lleva a que sus tasas de crecimiento estén lejos de superar el 7%, que el país ha mantenido durante décadas. De hecho, los confinamientos y la crisis inmobiliaria llevarán a China a incrementar el PIB solo un 3,2% en 2022, según el FMI. Un porcentaje que para un país emergente es casi sinónimo de recesión, ya que impide crear empleo. China, por tanto, no podrá salir al rescate de la economía mundial como en el pasado. La debilidad de la segunda economía del planeta, la inflación y los persistentes problemas en el comercio no solo retrasarán la recuperación del PIB global hasta niveles pre-pandemia. También aumentan el riesgo de sufrir una recesión a nivel global el próximo año.