Si hay una Monarquía (con mayúsculas) es la inglesa. Su instalación en Reino Unido es sólida y fuera de sus fronteras nadie esperaría su sustitución por una república. Por tanto, en el imaginario de Inglaterra y en el resto su reina, Isabel II, es la Reina por antonomasia para todo el mundo.
Tampoco es una casualidad. Su protagonista Isabel II empeñó en cumplir su papel desde el principio. Ella era la Reina. El símbolo permanente que unía a los británicos. Incluso los independentistas escoceses estaban dispuestos a ser independientes con una "unión en la corona". Para el "pueblo de las islas" la tradición es algo serio y modificar sus cimientos no es conveniente.
Isabel II era consciente de esa característica de sus súbditos. A los que consideraba su gran familia. Ya, en 1947, cuando cumplió sus 21 años, siendo princesa dijo: "declaro ante vosotros que mi vida entera, sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio, y al servicio de nuestra gran familia imperial a la cual pertenecemos todos".
Un rol que ha cumplido en 70 años de reinado. Sus perros corgi, fornidos con patas cortas, son un mensaje. Leales a su papel, como su dueña, con grandes cuerpos y patas cortas, son silenciosos, con pasos medidos y fama de inteligentes.
Porque para Isabel II el silencio era una de sus armas. Un silencio de ella y el entorno que la rodeaba. Al principio de su reinado tuvo algunos deslices. Aprendió pronto y se dio cuenta de que el prestigio de su figura era su neutralidad, social, política e, incluso, personal. Como en la Monarquía de la otra parte del mundo, la japonesa, la discreción es una de las claves de un gran monarca. Contra menos se sabe de sus pensamientos, debilidades y dudas mejor.
Bien pronto comprendió que la monarca, o el monarca, es un símbolo por encima de las aspiraciones y deseos personales. El servicio está por encima de la persona. Por eso dijo un día: "el dolor es el precio que pagamos por el amor". Por eso fue la Reina con mayúsculas. Entre otras cosas, por su neutralidad política a rajatabla. Escuchar al pueblo a través de las elecciones y respetar su elección sin opinar sobre el resultado. Eso es lo que consideró Isabel II ser reina.
Una Reina que, además de Reino Unido es soberana, de Canadá y Australia. En Australia se votó en referéndum si se establecía una república y se mantuvo la monarquía, aunque fuera a distancia. También fue un símbolo importante para la Commonwealth, la Comunidad de naciones que fueron del antiguo imperio. Tony Blair, el ministro laborista, se sorprendió de su resistencia física y su profesionalidad en las reuniones protocolarias de tan variopinto y numeroso colectivo de países y, sobre todo de sus diferentes gobernantes.
Podría decirse que fue una líder. Admirada y ejemplar.
Sin embargo, toda esta discreción ha hecho aguas en su familia algunas veces. Aunque parece que han podido sortear los problemas de imagen. La "Casa Real británica" aparece sólida en este momento tan crucial para una monarquía como es la sucesión. Isabel II dio por resuelto la cuestión de Camila cuando la apoyó, no hace mucho, como reina consorte. Fue el último gran favor para su heredero. Nunca se sabrá lo que le costó ese giro. Pero ya lo dijo ella misma: "Somos personas moderadas, pragmáticas, más cómodas en la práctica que en la teoría".
Conocí a una persona que ha tendido relaciones con el hasta hoy Príncipe Carlos, ahora Rey. Ante los rumores sobre el sorpasso y que fuera el nieto el Rey, me dijo: "No te engañes, para ellos la sucesión monárquica es uno de los fundamentos; no lo cambiarán; Carlos si vive será rey". La tradición es la tradición.
Así que el heredero ha tenido una gran maestra: su madre. A partir del 8 de octubre de 2022 debe poner en marcha sus enseñanzas.