Opinión

El tejido empresarial ante el reto de la nueva longevidad

Fernando Ariza, director adjunto de Mutualidad de la Abogacía y director de la Escuela de Pensamiento de la Fundación Mutualidad Abogacía

Las estimaciones de los expertos nacionales señalan desde hace tiempo que, para el año 2030, casi 3 de cada 10 españoles superará la barrera de los 65 años. Esto, teniendo en cuenta que las mismas previsiones establecen en aproximadamente un 27% el porcentaje de población menor de 30 años, significa que habrá prácticamente la misma proporción de personas mayores que de jóvenes. Ante esta situación, se hace imprescindible que gobiernos, instituciones, sociedades y, desde luego, también el tejido empresarial, estén preparados para dejar a un lado el contexto coyuntural de la transición demográfica y afronten una pirámide demográfica invertida real.

Esa es la previsión futura a medio plazo en lo que se refiere al impacto demográfico. El impacto económico ya lo estamos viviendo: en 2021, el 30% del total del PIB en UE correspondió a la llamada "economía del envejecimiento", toda una industria articulada y enfocada a las personas sénior. Hasta ahora, la transición demográfica se había considerado una amenaza para la sostenibilidad empresarial y financiera, pero está comenzando a ser percibida como una gran oportunidad de nuevos modelos de negocio y nichos de mercado.

Es más, y aunque el concepto parezca novedoso, ya en la crisis económica del año 2008, en momento de destrucción de empleo en términos absolutos, la economía del envejecimiento generaba un crecimiento del empleo a ritmos del 5% anual. No es de extrañar entonces que, a día de hoy, esa misma industria mueva más 80 millones de puestos de trabajo en toda la UE, haciendo que sea totalmente factible que de forma inmediata el tejido empresarial pudiera dar un giro de 180º para reorientar el ocio, el consumo y el ahorro hacía la tercera edad y todo aquello que asegure una larga pero digna vejez. Las industrias farmacéuticas, biotecnológica, de la salud, la economía de los cuidados, la habitabilidad, movilidad o la industria del rejuvenecimiento, esto es, la de tratar de revertir el proceso de envejecimiento, etc, son las industrias llamadas a ser uno de los grandes motores de la economía global.

Sin embargo, el gran desafío que nos lanza el envejecimiento poblacional está vinculado al consumo, pues en la medida en que los ingresos de los pensionistas son inferiores a los de su etapa laboral, una sociedad donde conviven más pensionistas y menos cotizantes es una sociedad en la que el consumo se detrae, en consecuencia, aparecen procesos deflacionarios y los tipos de interés se mantienen bajos de forma sostenida. Ante esta situación las instituciones financieras tendrán pocos incentivos a prestar dinero a familias y empresas con lo que la economía tenderá a estancarse. Este es el fenómeno conocido como japonización de la economía propio de las sociedades envejecidas.

No obstante, la puesta en valor del tejido empresarial pasa por reconocer las distintas etapas que conlleva la longevidad, ahora establecida a partir de los 65 años. En primer lugar, existe una clara diferenciación entre el grupo de edad de 65 a 75 años – tercera edad o prevejez – con los grupos de edad en adelante, sobre todo porque es en esos años donde se mueve la media de esperanza de vida sana, esto es, sin convivir con alguna patología grave o crónica. A partir de los 75 y hasta los 85 años, se establece el término concreto de cuarta edad o vejez, donde comienzan a generalizarse casos de dependencia física o cognitiva. Por último, nos encontramos con la quinta edad o gran vejez, que llega después de los 85 años, la edad establecida como la esperanza de vida al nacer y a partir de la cual son más comunes las enfermedades más graves y la gran dependencia.  

Esta radiografía por edades de las personas sénior es la segmentación que cualquier entidad debería de tener como referencia para la creación de nuevos modelos de negocio y el enfoque de nuevas propuestas. Una persona con edad cronológica en la primera etapa de la vejez, por lo general no demanda ni consume los mismos hábitos y/o servicios que otra con 80 años, que puede necesitar, por ejemplo, servicios de accesibilidad o movilidad reducida.

En este caso, la mención es en base a la edad cronológica como indicador de años de vida, pero que en nada tiene que ver con la edad biológica como marcador real y fiable respecto del estado de salud de nuestro organismo. En este sentido, el estudio llevado a cabo dentro del Proyecto Aristóteles, impulsado por la Escuela de Pensamiento Mutualidad de la Abogacía, esclareció que puede existir una diferencia de hasta 12 años entre la edad cronológica y la edad biológica. Esto significa que un individuo de 68 años, ya jubilado y fuera del mercado laboral atendiendo a la estigmatizada barrera de los 65 años, podría tener una edad biológica de 56 años, lo que le permitiría seguir aportando a la economía nacional. Esta cuestión resulta interesante por dos aspectos: de un lado, la visión social y, de otro lado, por supuesto, la visión financiera y empresarial. 

Desde hace ya algunos años se viene debatiendo sobre el futuro y sostenibilidad del sistema público de pensiones. Si bien no hay una única solución definitiva para dotar de sostenibilidad y suficiencia al sistema y la pensión respectivamente, una de las variables más relevantes será sin duda la de acercar de alguna forma la esperanza de vida con la edad de jubilación, como ya hacen otros países europeos. Subir la edad de jubilación efectiva de 64 años, la actual, hasta los 67 provocaría una suficiencia del sistema al menos hasta final de la presente década. A día de hoy, las cotizaciones individuales solo alcanzan para una pensión de una media de 12 años desde la jubilación. Una mala noticia para el sistema si recordamos que, a día de hoy, la esperanza de vida una vez alcanzados los 65 años es de sobrevivir otros 21 años, y cerca de 30 en las próximas dos décadas.  

En este punto, en el que convergen el reto de la coexistencia y la sostenibilidad de una población envejecida con un desarrollo económico y financiero óptimo, las empresas también tienen la gran responsabilidad de seguir incluyendo al sector más sénior dentro del mercado laboral sin caer en la discriminación por razón de edad o edadismo. Estamos de acuerdo en que las capacidades y habilidades de una persona de 30 años, sobre todo el ámbito digital y tecnológico, no son comparables a las de otra de 55 años. Pero es que resulta que a la inversa tampoco se pueden equiparar. El reto de la nueva longevidad pasa por que las empresas apostemos necesariamente por el talento senior, para ello deberemos articular estrategias y políticas de capital humano que generen espacios trasversales de convivencia y donde se compartan conocimientos y habilidades entre las diferentes generaciones que conviven en la empresa, se cree una propuesta formativa que ayude a aprender y desaprender, o se propongan propuestas de flexibilidad y beneficios sociales adaptadas a cada rango de edad. Y es que las empresas más diversas y más inclusivas son sin duda también más robustas y más competitivas 

En definitiva, del mismo modo que el mundo se ha ido adaptando a la irrupción de las nuevas tecnologías, la lucha contra las desigualdades o al gran desafío del cambio climático, el tejido empresarial debe adaptarse a la nueva longevidad y reorganizar sistemas en base a una población que no solo vive más años, sino que no tiene reposición. Porque la gran conquista de la humanidad no es el hecho de que vivamos más. La gran conquista será cuando aprendamos a cómo vivir esos años extra nos ha regalado la ciencia y el progreso humano, esto es, cuando aprendamos a convivir en una sociedad envejecida donde se protejan los derechos y las libertades de los más vulnerables como es el caso de las personas mayores, y para tal fin las empresas tenemos un papel primordial como grandes generadores de cambio en la sociedad.

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