La formalización de petición de entrada en la OTAN por parte de Suecia y Finlandia representa la confirmación del desastre geoestratégico en que se ha convertido la invasión rusa de Ucrania, solo equiparable al cometido por Estados Unidos con su calamitosa invasión de Irak en 2003.
En Ucrania, Vladimir Putin, ese líder calificado como frío y hábil estratega, ha cometido errores de principiante, como caer en la falacia del factor único, al pensar que su superioridad militar sería suficiente para doblegar la voluntad ucraniana y silenciar la respuesta Occidental a su invasión. Además, Putin parece haber obviado el cambio dinámico que se produce constantemente en las relaciones de poder, un concepto, el poder, que siempre es relativo, entre otras razones, porque fluctúa en función de ese cambio dinámico.
La invasión de Ucrania no solo no ha logrado sus objetivos iniciales, acabar con el régimen democrático presidido por Volodímir Zelenski y evitar que Ucrania formase parte de la OTAN y la Unión Europea, sino que ha provocado una reacción unánime por parte de Occidente que ha echado por tierra los esfuerzos rusos por dinamitar las relaciones transatlánticas.
De modo que su invasión de Ucrania no solo ha fortalecido los lazos entre los aliados de la OTAN a una y otra orilla del Atlántico, sino que ha precipitado que países tradicionalmente neutrales como Suecia y Finlandia pidan su entrada en la Alianza Atlántica.
Es decir, que las ondas expansivas de su invasión, ese cambio dinámico al que hacíamos referencia anteriormente, han trastocado el equilibrio de poder regional, y no en el sentido deseado por el Kremlin. Ahora Moscú deberá contemplar cómo el Mar Báltico queda convertido en un gran lago OTAN sin que como contrapartida haya obtenido ninguna ventaja en Ucrania. Es decir, su poder se ve resentido ante el avance del poder rival.
Tampoco Putin parece haber tenido en cuenta que las guerras modernas se libran simultáneamente en tres planos distintos pero interconectados, como son el del campo de batalla, el interno y el externo. En la práctica, sin una estrategia bien diseñada, es imposible vencer en los tres al mismo tiempo.
Por desgracia para Putin, su invasión de Ucrania es un claro ejemplo de las dificultades para lograr el éxito en esos tres planos. Ni siquiera ha logrado grandes victorias en el campo de batalla, teniendo en cuenta su superioridad de partida, y en el plano externo su situación tampoco mejora demasiado. Tan solo la neutralidad de China e India parecen romper el rechazo internacional a su invasión, y nada indica que Siria o Eritrea puedan compensar su alejamiento del resto de Europa y de Estados Unidos, por mucho que el Kremlin alardee de sustituir el mercado europeo con la diversificación de sus clientes.
Por tanto, la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN solo cabe calificarla como un nuevo revés para el régimen de Vladimir Putin. En el plano externo, supone un empeoramiento claro de su situación geoestratégica y un resultado diametralmente contrario a su objetivo de invadir Ucrania, que no era otro que impedir una nueva ampliación de la OTAN en sus fronteras. Si lo que pretendía Putin con su invasión de Ucrania era denunciar internacionalmente la expansión de la OTAN y tratar de recuperar lo perdido en la década de 1990, hoy está mucho más lejos de lograrlo que hace tres meses, lo que supone un fracaso de la estrategia revisionista del Kremlin.
Por último, la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN puede acabar afectando al plano interno de esta guerra, el único que por el momento Putin domina, aunque eso sí, con mano de hierro. Pero conviene no olvidar que en los regímenes autoritarios todo puede cambiar súbitamente, y noticias como la entrada en la OTAN de Suecia y Finlandia pueden debilitar el control ejercido por el Kremlin sobre la opinión pública rusa, pues contradicen el relato oficial y siembran dudas sobre la idoneidad de la invasión, burdamente enmascarada bajo el eufemismo de "operación militar especial" para rebajar los ánimos de la ciudadanía rusa.
Al fin y al cabo, Putin no es tan diferente a otros dirigentes políticos, sean elegidos democráticamente o no, ya que para permanecer en el poder deben ofrecer a sus ciudadanos buenos resultados, tanto en el ámbito doméstico como en el exterior. Y la decisión de Suecia y Finlandia es un resultado pésimo para los intereses rusos, lo que puede afectar a la permanencia de Putin en el poder.