Tras una crisis sin precedentes, en España, 2019 es el sexto año consecutivo de crecimiento económico. Si tomamos como referencia nuestros dos ciclos expansivos anteriores, estaríamos a mitad de camino de la fase expansiva. Por un lado, antes de la recesión de principios de los noventa, la economía española creció nueve años consecutivos, entre 1983 y 1991, siendo 1992 el primer año de ralentización importante del crecimiento. Fue aquella una etapa de crecimiento fuertemente asociado a nuestro ingreso en la Unión Europea que trajo consigo un importante esfuerzo inversor y de modernización de nuestra economía. Por otro lado, la expansión previa a la Gran Recesión fue todavía más larga, entre 1994 y 2007; catorce años de crecimiento impulsados, esta vez, por la entrada de España en la Europa del Euro. La incorporación a la moneda única alargó sin duda el crecimiento económico, pero también creó las condiciones para que se formara la mayor burbuja inmobiliaria y financiera de nuestra historia.
Por tanto, atendiendo a los casos más recientes, el ciclo expansivo actual tendría aún recorrido. Aunque es cierto que esta vez carecemos del soporte adicional otorgado por nuestra paulatina integración en la Europa más desarrollada – elemento común a las dos expansiones anteriores -, no es menos cierto que, en esta ocasión, nuestro crecimiento es mucho más equilibrado que en los ciclos anteriores. Y eso hace que su longevidad pueda ser incluso mayor.
Equivocarse en política energética supondría un grave impacto a la competitividad
Tradicionalmente, la economía española ha crecido impulsada por la demanda interna, de forma que, a medida que avanzaba la fase expansiva, se deterioraban fuertemente nuestras cuentas exteriores. Básicamente crecíamos porque gastábamos, pero gastábamos más de lo que producíamos y financiábamos el gasto con deuda externa hasta que la situación se hacía insostenible. Típicamente alguna tormenta financiera ponía de manifiesto la necesidad de revisar la capacidad de devolución de la deuda externa de los países más endeudados y, ante la evidencia de la insostenibilidad de la deuda externa española, la crisis nos impactaba de lleno. Así ocurrió entre 1992 y 1995 con la crisis del Sistema Monetario Europeo o en 2007 con la crisis financiera internacional. La economía española debía ajustarse a través de una devaluación: del tipo de cambio en el primer caso; y, ante la imposibilidad de devaluar por formar parte del euro en el segundo, mediante una costosa devaluación interna. Una vez ajustado el sector exterior, se recuperaba la inversión, luego el consumo, y, cuando éste volvía a crecer en exceso por encima de la capacidad de la economía, vuelta a empezar.
Al mismo tiempo, el déficit público se disparaba como consecuencia de las recesiones. Y, sin embargo, durante las expansiones, la política fiscal no actuó como corrector del exceso de crecimiento de la demanda interna y situó a las cuentas públicas en una posición de externa vulnerabilidad para cuando llegara la recesión. Por ello, la pérdida de credibilidad del sector público derivada de esta insostenibilidad de las cuentas públicas agravó, en las dos últimas recesiones, la situación al sumarse a la insostenibilidad de la deuda externa.
Pero esta vez es diferente. Esta vez estamos creciendo "a la alemana", es decir, estamos haciendo compatible el crecimiento económico y la creación de empleo con la estabilidad de las cuentas exteriores. 2019 es el sexto año de expansión y el séptimo de superávit de las cuentas exteriores. Esto no había ocurrido nunca en nuestra historia económica. Por primera vez estamos haciendo compatible el crecimiento económico y la reducción de desempleo con el mantenimiento, e incluso, la mejora de la competitividad respecto de nuestros socios comerciales. Esto significa que, salvo sorpresas que nos vengan de fuera, está en nuestra mano hacer que esta fase expansiva sea la más larga de nuestra historia, y reducir, sin sobresaltos, de forma paulatina la brecha de renta que nos separa de las economías más desarrolladas de Europa.
Pero para que esto sea así es preciso que se den una serie de condiciones. La primera es que no volvamos a caer en los errores del pasado. Ello significa que el crecimiento de los salarios debe producirse de forma acorde al crecimiento de la productividad, ni más lento, ni más rápido. Si los salarios crecen por encima perderemos competitividad, volveremos a estropear nuestras cuentas exteriores y nos arriesgamos a un nuevo ajuste brusco. En este sentido, los datos de crecimiento de coste salarial del primer trimestre del año no son alentadores. Los costes salariales han subido en España por encima de la Eurozona, e igual que Alemania, que recordemos que está en pleno empleo. Se trata solo de un crecimiento superior mínimo, pero es arriesgado dejar que se consolide esta tendencia. Con una tasa de paro elevada y la necesidad de mantener nuestro superávit exterior, los salarios no pueden subir por encima de los de nuestros principales socios comerciales. El reflejo de esto ya lo estamos viendo en un lento, pero paulatino deterioro de nuestras cuentas exteriores.
Educación y tecnología, críticos para mantener el equilibrio económico
En segundo lugar, tenemos que aprovechar la expansión para reducir al máximo el déficit estructural. Nuestra deuda pública es elevada y, si no reducimos más deprisa el déficit estructural del sector público, nos podemos llevar un buen susto si vienen turbulencias del mercado financiero europeo. Ahora es el momento de hacer los deberes.
En segundo lugar, tenemos que aprovechar la expansión para reducir al máximo el déficit estructural. Nuestra deuda pública es elevada y, si no reducimos más deprisa el déficit estructural del sector público, nos podemos llevar un buen susto si vienen turbulencias del mercado financiero europeo. Ahora es el momento de hacer los deberes.
Por último, debemos seguir haciendo a la economía más eficiente y flexible. Educación y adaptación al cambio tecnológico van a ser críticos para mantener el crecimiento. Además, en este apartado cobra especial relevancia la forma en que abordemos la transición energética. El calentamiento global exige, sin duda, una respuesta de política económica; pero la competitividad de los países dependerá, en buena parte, de cómo acierten en las políticas energéticas en esta fase de transición. Esto es especialmente importante en una economía como la española en la que, al estar aislada energéticamente del resto del Continente, los errores de diseño no se pueden compensar con exportaciones o importaciones de otros países.
En definitiva, si no cometemos errores y cuidamos el crecimiento equilibrado que hasta ahora hemos tenido, tenemos una gran oportunidad de dar por fin el gran salto que nos permita converger en renta con los países a los que siempre nos hemos querido parecer.
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