
En un momento de malos políticos, la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba suena como un trueno en el desierto. Siempre antepuso los intereses del Estado a los del partido. Frente a la táctica dio prioridad a la estrategia, dejando el enfrentamiento en un segundo plano y priorizando el diálogo para afrontar y resolver los problemas.
En política, menos presidente del Gobierno, lo fue todo. Pero si hubiera de destacar dos actuaciones que definieran su larga carrera, elegiría dos: el acuerdo alcanzado con Mariano Rajoy para dar una salida a ETA y su inestimable aportación a la sucesión en la jefatura del Estado. En ambos casos se quedó en un segundo plano y evitó ponerse ninguna medalla. No le importó que otros se atribuyeran los méritos, pero sin su colaboración no se habrían podido hacer ninguna de las dos cosas.
Había sido ministro del Interior y sabía bien que en la lucha contra el terrorismo no cabía distinguir entre izquierda o derecha, había que actuar en defensa del Estado. Para lograr el final de la banda terrorista era necesario construir una pista de aterrizaje para el mundo abertzale en colaboración con los nacionalistas vascos y con el líder del PP. Tanto los gobiernos populares como los socialistas habían mantenido negociaciones con la banda terrorista sin éxito, para acabar con la lucha armada era necesario el entendimiento entre los dos grandes partidos.
La derecha más extrema no se lo puso fácil y a punto estuvo de costarle un disgusto con la llamada "operación Faisán". No resultó nada sencillo gestionar la disolución de la banda, armas por presos, pero al final la paz fue posible.
Lo mismo sucedió con el relevo en la Jefatura del Estado. Tras los lamentables sucesos protagonizados por Juan Carlos I en la cacería de Botswana la institución monárquica quedó herida de muerte. El Rey había dejado de ser ejemplar. Llegó el momento de convencer al monarca de que abdicaba en favor de su hijo o España volvería a ser republicana. Para conseguirlo fue necesario el concurso del Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y del jefe de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba. La sucesión fue ejemplar. Nadie reconoció públicamente el decisivo papel que Rubalcaba tuvo en la operación.
Podría contar decenas de historias como esta. Por ejemplo, la detención del exdirector de la Guardia Civil, Roldán, huído a Laos tras un desfalco o su enfrentamiento a las cloacas del Estado. Hablamos de ello hace tan solo unas semanas:
-Alguien tendría que escribir la verdad de José Villarejo. Tú le conociste bien y sabes que no es un "superpolicía", siempre ha sido una especie de "Torrente", le dije.
-Afortunadamente nunca le conocí personalmente, ni siquiera hablé con él, porque estaría en una de sus grabaciones. Lo que me fastidia es que me metan en el mismo saco que al del PP, me respondió.
Le conocía desde hacía más de cuarenta años y puedo decir que lo mejor que tenía eran su honestidad y su sentido del humor:
-Mira Mariano, trabajar con tu mujer las veinticuatro horas del día durante más de veinte años es un mal ejemplo para los demás. Debería estar prohibido por Ley.