Eran amigos y hoy no se pueden ni ver, pero el destino juega a veces infortunios. El ya expresidente de BBVA, Francisco González (FG), llegó a la presidencia del banco público Argentaria, luego fusionado con BBV en 1996, por el dedo divino de Aznar con el consentimiento a regañadientes de su lugarteniente y vicepresidente económico, Rodrigo Rato, al igual que ocurrió con el nombramiento de Miguel Blesa al frente de la extinta Caja Madrid. El apoyo y las buenas maneras de Manuel Pizarro, amigo de ambos, resultó definitivo.
Poco más de una década después, González incluyó a Rato en la lista que facilitó al comisario Villarejo para espiar sus conversaciones y sus movimientos. Como presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rato tenía gran influencia y prestigio sobre el mundo financiero. FG temía que se pusiera de parte de los conspiradores (el clan de Luis del Rivero, Miguel Sebastián o Carlos Arenillas: presidente de Sacyr, ministro de Industria y jefe de la CNMV, respectivamente) para sustituirle al frente de la entidad. Una obsesión en la que se obstinó durante años.
La relación entre Rato y González se deterioró con el paso de los años hasta convertirse en insoportable, sobre todo después de que Aznar optara por Rajoy para presidir el Gobierno y el vicepresidente accediera a la presidencia de Caja Madrid. Una de sus primeras intenciones fue fusionarse con BBVA para quedarse de presidente único tras jubilar a su presidente.
La amistad de Rato y Aznar tampoco resistió el paso del tiempo. Pasaron de compartir viajes y fines de semana familiares en la finca del ex vicepresidente en Carabaña (Madrid) o en la residencia de los Aznar en Valladolid, cuando presidió la Junta de Castilla y León, a ni hablarse. La ruptura del matrimonio entre Rato y Gela Alarcó, la guerra de Irak y los roces continuos entre sus equipos cavaron una fosa insalvable entre ambos.
Cuando las empresas de Rato tuvieron problemas económicos no fue el BBVA, si no el Santander de Botín el que salió al rescate
Cuando el grupo empresarial de Rato tuvo problemas económicos a finales de la década de los noventa no fue el banco de González, sino el Santander de Emilio Botín el que salió al rescate, con la adquisición de Aguas de Fuensanta por parte de Banesto.
Rato se despachó esta semana ante la juez Ángeles Murillo: "La culpa de mi cese al frente de Bankia la tiene Rajoy". Así fue.
El expresidente le dio un caramelo envenenado para quitárselo de encima al proponerle para Bankia en lugar de Ignacio González, candidato de Esperanza Aguirre, y luego se encargó de preparar su entierro.
Rato tomó el caramelo con entusiasmo. Su soberbia le impidió ver el efecto mortífero de la pócima suministrada; el grupo bancario era como un gigante con pies de barro a punto de desplomarse.
Primero se negó a nombrar a un consejero delegado experto en gran banca como Goirigolzarri, por temor a que le hiciera sombra. Cuando estuvo con el agua al cuello y ante la férrea oposición de FG a cualquier fusión, también despreció el salvavidas que le lanzó Isidro Fainé para crear un coloso bancario junto a La Caixa.
Rato tuvo la oferta sobre la mesa durante semanas para convertirse en vicepresidente en sustitución de Juan María Nin para después suceder al propio Fainé y la echó por la borda. No se fiaba de que cumpliera su promesa.
Se hundió más en el barro. Sucumbió a los cantos de sirena de la ex vicepresidenta, Elena Salgado, y del gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, como explicó esta semana ante la magistrada del caso Bankia. Sus otrora enemigos políticos pasaron a ser ahora colegas. Primero le endosaron Bancaja y luego le conminaron a sacar el grupo a bolsa con la esperanza de tapar las numerosas vías de agua que dejaron la venta indiscriminada de participaciones preferentes. Pero de nuevo se equivocó. El proceloso mar de los mercados inundó todo el barco hasta dejarlo varado en la arena, con su flamante capitán aún al mando en la proa.
Todo fue una encerrona política, sí, que aceptó una vez más encantado. Su carrera política y económica acabó en el patíbulo una noche de comienzos de mayo de 2012 cuando Luis de Guindos, el brazo ejecutor de Rajoy, le llamó a su despacho y en presencia de González, Botín y Fainé le pidió que se fuera porque sus torpezas amenazaban con incendiar todo el sistema financiero español, uno de los más sólidos del mundo allende los mares.
Rato no opuso resistencia. En realidad no tenía otra salida. Estaba condenado de antemano por sus recurrentes meteduras de pata.
"FG desde su privilegiada atalaya en el último piso de la torre negra del BBVA, abrió un buen champán para brindar por el asesinato político de su enemigo"
Guindos no tomó la decisión de echarle en solitario. La víspera telefoneó a Moncloa y explicó la delicada situación al presidente, que estaba ya al tanto. Rajoy le contestó fríamente: "Haz lo que tengas que hacer", y así ejecutó a Rato.
Al día siguiente, FG desde su privilegiada atalaya en el último piso de la torre negra del BBVA, desde la que oteaba todo el panorama financiero español, abrió un buen champán para brindar por el asesinato político de su enemigo, el mismo que lo había ascendido a los altares. Igual que había hecho cuando Emilio Ybarra se marchó en 2002, presionado por el escándalo de las cuentas secretas de Jersey.
elEconomista desveló esta semana que pagó alrededor de 5,5 millones de euros del patrimonio de todos los accionistas del BBVA a los que esquilmó, por la investigación encargada a Villarejo para espiar las conversaciones telefónicas de más de mil personas relevantes, entre ellos Rato e Ybarra, sus dos grandes adversarios, junto a Del Rivero, Sebastián o Abelló.
Él alega que todo forma parte de un mecanismo puesto en marcha por el jefe de seguridad, Julio Corrochano, para proteger al presidente. Pero es imposible que permaneciera ajeno a unas escuchas tan importantes. ¿Jamás llegaron a sus oídos las escuchas?, ¿por qué no denunció la transgresión de derechos tan flagrantes como la intimidad o la protección de datos?, ¿dónde quedan los protocolos de buen gobierno o el respeto a la legalidad que presumía cumplir para preservar la reputación de la entidad?
Su sucesor, Carlos Torres, forzado por las circunstancias, ordenó en junio una investigación para esclarecer los hechos y exigir responsabilidades, que pudo propiciar la renuncia anticipada de FG a la presidencia.
Pero las consecuencias pueden ser mucho peores. González se juega su pensión de casi 80 millones, los bonos que le quedan por cobrar y acabar dando, en última instancia, con sus huesos en la cárcel. Al final, va a ser víctima del endiablado mecanismo que él mismo puso en marcha, como en Juego de Tronos para eliminar a rivales como Rato, con apoyo implícito de Rajoy, o Ybarra, al que llevó a los tribunales con poco éxito.
Torres debería, además, cesarlo como presidente de honor, porque éste lo ha perdido por completo y compromete la buena imagen del banco y perjudica a sus accionistas.
González, como experto navegante y gallego, debería saber que el mar, con el paso de los años, siempre devuelve los esqueletos de sus muertos a la costa de la que salieron.
PD.-La desaceleración ya está aquí. Multinacionales como Vodafone, Ford, Naturgy o los grandes bancos españoles preparan reducciones de plantilla para capear mejor el temporal. Sánchez, ajeno a la marejadilla que se avecina, maniobra para acometer una subida generalizada de impuestos en los Presupuestos, que sumada al aumento de cotizaciones y del salario mínimo, supondrá un frenazo adicional a la economía. Para lograrlo, el Gobierno agitará en los próximos meses el espantajo de Vox, al grito de "que llega la derecha ultramontana" para conseguir el apoyo de los independentistas catalanes a sus cuentas. Sánchez asegura personalmente a todo el mundo que habrá Presupuestos. Crucemos los dedos.