
Cuentan que un miembro de una delegación china que se encontraba visitando un instituto en Chicago, tras la recepción inicial por parte del personal, hizo la siguiente pregunta: "Lo que realmente queremos ver es su sala de creatividad ¿Podemos ir allí en primer lugar?".
Desde luego no es una pregunta menor, y de hecho se podría hacer en cualquier organización: ¿en qué lugar, o qué departamento, o qué proceso es responsable de la creatividad? Aparte de lo relativo a la publicidad, es de esperar que, en muchos casos, la respuesta estuviera relacionada con la innovación. El asunto, y es un asunto importante, es que creatividad e innovación no son lo mismo. De hecho, no se parecen tanto como pudiera parecer.
Una manera de describir el ciclo de la innovación es explicar que es el proceso mediante el cual se convierte una idea en valor, y ese valor en resultado. Desde esa perspectiva, la cuestión relevante es cómo se genera esa idea. Y eso es precisamente la creatividad. Por tanto, la creatividad es la génesis de la idea, mientras que la innovación es la conversión de esa idea en un resultado económico a través de la generación de valor.
Por eso ambos, innovación y creatividad, son asuntos distintos. La creatividad tiene más que ver con una competencia o una forma de trabajar, mientras que la innovación está más relacionada con procesos organizacionales y de negocio.
De hecho, si la irrupción de la cultura de la innovación hubiera resuelto la cuestión de la creatividad en las organizaciones no tendría sentido que, según un informe, los puestos de trabajo que requieren de esta habilidad hayan aumentado últimamente un 65%. Más bien da la impresión contraria, es decir, que cuando se ponen en marcha procesos de innovación, se precisan personas creativas capaces de alimentarlos.
El problema sigue siendo cómo fomentar el pensamiento creativo. Y ya no necesariamente como una competencia requerida en las organizaciones en relación con el ciclo de innovación sino, en general, como una habilidad que puede contribuir al progreso, al crecimiento y al bienestar.
Sobre todo, porque sabemos que la escuela, en general, frena la creatividad. Al menos porque los alumnos creativos suelen ser percibidos por los profesores como más disruptivos que sus compañeros. La consecuencia de esto es más bien evidente, y es que pueden tender a establecer más pautas de control y disciplina sobre ellos. Mientras que la labor de un maestro esté orientada a generar entornos predecibles el pensamiento creativo tendrá serias dificultades para germinar.
En el mundo de las organizaciones el panorama no es diferente, pues se sabe que el rendimiento creativo de los profesionales está relacionado con la apertura a la experiencia y con la actitud hacia el pensamiento divergente por parte de los líderes. De una manera similar a lo que ocurre en la escuela, el entorno que rodea a las personas puede inclinar la balanza significativamente hacia una mayor o menor producción de ideas.
Por todos estos motivos la creatividad sigue siendo, y posiblemente lo será durante mucho tiempo, un tema de actualidad, una necesidad constante y un problema no resuelto.
Nota: este artículo está basado en el informe del World Economic Forum "The 10 skills you need to thrive in the Fourth Industrial Revolution"