Opinión

Colombia y los desafíos que se abren tras las elecciones

Foto: Dreamstime.

La segunda vuelta de las elecciones colombianas se celebró siguiendo el guión previamente escrito. Como esperaba casi todo el mundo, el candidato uribista Iván Duque se alzó con la victoria.

Sin embargo, esto no evitó el excelente desempeño electoral del izquierdista Gustavo Petro, que conquistó algo más de 8 millones de votos, una cantidad muy apreciable en Colombia para un político de su extracción ideológica.

Con el Congreso elegido en marzo pasado y pendiente la designación del gabinete, quedan por analizar los desafíos que deberá afrontar el nuevo Gobierno a partir de su toma de posesión el próximo 7 de agosto y también los de la oposición encabezada por Petro.

Los principales problemas de oficialistas y opositores se relacionan con la complicada coyuntura económica, con el mantenimiento (y en qué términos) del proceso de paz, con el combate contra la corrupción, una de las cuestiones más graves para la opinión pública, y la necesidad de responder al narcotráfico y a otras formas de violencia organizada.

Todo esto en un contexto marcado por la no reelección. En 2004 Álvaro Uribe introdujo la reforma constitucional que le permitió gobernar durante dos períodos consecutivos y en 2015, Juan Manuel Santos, tras ser reelegido para un segundo mandato, la eliminó.

Esto implica que Duque solo tiene cuatro años para completar sus proyectos e intentar cumplir sus promesas electorales, un tiempo muy corto, también condicionado por las restricciones institucionales asociadas al proceso de paz.

A lo largo de su campaña Duque señaló en varias ocasiones que no le satisfacía el acuerdo firmado con las FARC. Si bien su opinión se alineaba con la de Uribe, al acercarse la segunda vuelta comenzaron las matizaciones. Al nuevo presidente le resultará complicado volver a la situación anterior y de hacerlo deberá pagar un elevado costo político y económico.

Es más, si el proceso de paz se hubiera mantenido dentro de las fronteras colombianas y fuera exclusivamente un problema interno, la posibilidad de revertirlo hubiera sido mayor. Pero, al haberse internacionalizado y bajo la mirada atenta de actores globales, como la Unión Europea y muchos gobiernos latinoamericanos, será difícil seguir esa senda.

La economía colombiana, algo más saneada que la de algunos vecinos regionales, como Argentina o Brasil, sufre serios problemas, comenzando por el descenso del precio de las materias primas. El carácter mayoritario del sector extractivo complica las cosas, dados los lentos tiempos de maduración de las inversiones en el mismo.

A esto se agrega la subida de los tipos de interés de la Reserva Federal que ha repercutido negativamente en la cotización de las divisas de los países emergentes, como ocurrió con el peso argentino o la lira turca.

En Colombia, la recuperación de los precios del petróleo ha permitido reducir el impacto de la devaluación del peso, aunque habrá que ver la evolución futura de la cotización del crudo. Si bien es esperable que Duque impulse una política macroeconómica equilibrada, manteniendo los equilibrios fiscales, el cumplimiento de sus objetivos dependerá de la evolución de la coyuntura nacional e internacional.

La tensión entre las demandas sociales, los equilibrios entre gastos e ingresos públicos y la necesidad de mantener la confianza de los mercados y de las calificadoras de riesgo será constante, con un limitado horizonte temporal.

Desafíos similares se abren en lo relativo al narcotráfico y la corrupción. La exigencia de respuestas inmediatas es alta dentro y fuera del país. Y la obtención de logros en los dos frentes requiere no solo de voluntad y compromiso políticos, sino también de considerables erogaciones monetarias.

Y aquí es donde entra a jugar la oposición. Sus demandas para orientar el gasto hacia las reivindicaciones sociales serán constante, lo que implicará desatender otros frentes esenciales para la gobernanza política y económica.

Muy relacionado con sus orígenes fuera de los límites del marco institucional, Petro ha insistido en iniciar la resistencia en las calles contra el nuevo Gobierno, fuera de los cauces parlamentarios establecidos. Se dice, con razón, que puede ser el recambio natural de Duque y que el resultado obtenido le permite situarse en una inmejorable situación para los próximos comicios.

Pero si quiere ocupar la Casa de Nariñoa, sede de la presidencia colombiana, no puede equivocarse. Sus ocho millones de votos están ahí, pero hasta ahora los colombianos se han caracterizado más por su respeto a las instituciones y a mantener el sistema que a liquidarlo. Por eso, si Petro decide resistir en las calles apoyándose en la movilización popular es bastante posible que acabe dilapidando el capital político acumulado en esta ocasión y refuerce las opciones de centro situadas en el centro izquierda.

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