
La expresidenta madrileña, Cristina Cifuentes, dejó un presente a la prensa hostil en su despedida. La excluyó del acto oficial del Día de la Comunidad celebrado el pasado miércoles. Ante las denuncias de algunos medios, alguien en Comuniación se movilizó para enviar las invitaciones, que llegaron justo al día siguiente de la celebración. Todo un detalle.
Cifuentes se sentía víctima de un linchamiento por parte de los medios de comunicación y no reparó en llevarse por delante a varios funcionarios. La imputación del director de su máster, Enrique Álvarez, así como de una profesora, Cecilia Rosado, y de la funcionaria Amalia Calonge, que amañó todo para que pareciera que había aprobado, fue forzada por la presidenta en su defensa a ultranza.
Mariano Rajoy hacía tiempo que la había abandonado a su suerte. Pero ella tampoco se resignó y le echó un último pulso: "Solo me iré cuando Rajoy me lo pida". Su resistencia numantina provocó la filtración del último vídeo. "Dile a esa que se marche", le soltó, por lo visto, con cierta sorna Rajoy a Cospedal, que corrió veloz a pedir su cese en la mañana del pasado 25 de abril.
Ahora, el PP tiene un problema: cómo recupera la confianza de los medios y de los electores, que le dieron la victoria por los pelos en las últimas autonómicas en Madrid. A un año justo de los nuevos comicios, debe buscar un candidato sólido y ajeno a las luchas de poder en el Gobierno regional. Si pierde Madrid, va a ser muy difícil que pueda retener el Ejecutivo en 2020.
Para colmo de males, el pacto con el PNV para actualizar las pensiones a la inflación este año y el que viene puede pasarle factura. Bruselas advierte que está en riesgo el cumplimiento del objetivo de déficit y que las cuentas públicas españolas tienen una excesiva dependencia del crecimiento. Es decir, que si se frena la actividad, bajará la recaudación de impuestos y no se podrá cumplir con el déficit (que Bruselas sitúa este año en el 2,7 por ciento en lugar del 2,2 por ciento) y aún menos si hay que sufragar las pensiones.
De momento, la UE acaba de elevar al 2,9 el PIB para el año en curso. Pero hay ya algunos nubarrones en el horizonte que amenazan con tormenta en cualquier momento. La depreciación del euro es una magnífica noticia para las empresas exportadoras, ahora la mayoría. Sobre todo, para las siderúrgicas y las del aluminio, amenazadas por los impuestos de Trump. Si se une al incremento del barril de petróleo hasta 75 dólares, el efecto puede ser perverso. Los hidrocarburos aportan casi el 70 por ciento de nuestra fuente de energía, lo que golpeará la balanza comercial, encarecerá de manera extraordinaria los combustibles y, por ende, frenará el crecimiento de la economía.
Al alza de los carburantes habrá que sumar el año que viene siete céntimos por litro del gasóleo en las autonomías donde no se aplicó un impuesto adicional a éste, y una batería de tasas verdes o medioambientales, que el Gobierno prepara para financiar las pensiones. La tasa a las tecnológicas rondará los 600 millones anuales y es insuficiente para soportar el coste adicional de 1.500 millones este año y 1.800 millones el que viene. Pero, ¿se atreverá Rajoy, con el panorama político en su contra, a subir los impuestos este año o el que viene, en vísperas de las elecciones? ¿Cómo le va a explicar a sus electores que no destinará el dinero a la dependencia, a la sanidad o a la educación (cuyo gasto bajó en los últimos años) sino a los pensionistas que más cobran?
Esta vez, no se trata de subir las pensiones mínimas o las de viudedad, como planteó el Gobierno en un principio, sino todas de forma proporcional. De manera que las más elevadas, absorberán mayores recursos económicos. Recuerden que la medida proviene del acuerdo para sacar adelante los Presupuestos con el PNV, ante las protestas de los jubilados vascos, que están entre los que más perciben.
Es incomprensible que el Gobierno haya suprimido el factor de sostenibilidad de la Seguridad Social hasta el año 2023, haya aceptado que las pensiones suban como la inflación y que esté dispuesto a financiar todo eso con más impuestos. ¡Si hasta Pedro Sánchez lo apoya ahora!
Rajoy debe de andar muy nervioso para dar un bandazo a su política liberal y de mercado y adoptar algunas de las reivindicaciones de la izquierda, que antes rechazaba, porque ponían en riesgo la estabilidad económica. Vuelve a recurrir a la subida de impuestos en vez de al ajuste de los costes públicos y al populismo sobre el gasto social para mantenerse en el machito. Un volantazo a la izquierda, que alejará a sus votantes más sensatos, en lugar de atraer otros nuevos o frenar la sangría de los que tiene.
Por lo menos, en Cataluña, parece que se acerca la hora de formar Gobierno, lo que permitirá levantar el 155 y lograr el apoyo de los vascos para el Presupuesto, como adelantamos aquí la semana pasada. Habrá que confiar de nuevo en el efecto sedante del inapelable paso del tiempo.
PD.-Uno de los temas que corre en los comentarios de sobremesa es la batalla legal abierta dentro de El Corte Inglés por el control del poder. Una empresa tradicionalmente discreta, con un modelo de negocio a prueba de golpes, se ve de repente en los mentideros públicos. El protocolo de sucesión familiar tras el fallecimiento de Isidoro Álvarez ha saltado por los aires, debido a que el presidente, Dimas Gimeno, no está respaldado por la mayoría del capital.
Sus gestores, con Gimeno a la cabeza, se equivocaron, probablemente, al comprometerse a un incremento del beneficio de explotación del 10 por ciento anual con el jeque qatarí Al Thani. La irrupción del comercio online frena su expansión a tasas más modestas y provocará que el jeque se haga con hasta el 15 por ciento del grupo español en los pró- ximos años.
El valor de El Corte Inglés es, sin embargo, hoy superior al de antes de la crisis, no tanto por su actividad comercial, sino por sus inmuebles. Situados en sitios céntricos de las grandes ciudades españolas, experimentan una fuerte revalorización, que no se tuvo en cuenta extrañamente en el pacto con el qatarí. Son los inmuebles de sus centros comerciales, bien posicionados, los que cimentarán la futura fortaleza del grupo, como explicó Gimeno hace unos días, ya que serán utilizados para atender los pedidos por Internet de manera rápida.
Otras enseñas, como las del grupo Inditex, que preside Pablo Isla, ocupan edificios emblemáticos en el centro de las ciudades (los famosos flagship) para establecer sus tiendas (véase la transformación que experimenta la Gran Vía madrileña o el Paseo de Gracia de Barcelona), en lugar de locales de en torno a mil metros cuadrados como hasta ahora. Además, acerca sus centros logísticos a las urbes para distribuir con la mayor rapidez.
El Corte Inglés es el tercer distribuidor online en España, por detrás de Amazon y Alibaba, y prepara una oferta para repartir en media hora en el centro de las ciudades. Cuenta con los mimbres para volver a brillar como la gran marca española que es. Una cuestión que va en interés de todos, ya que tiene más de 100.000 empleos.
Antes tendrá que invertir en tecnología y contar con una dirección alineada con los intereses patrimoniales. Si las hermanas Álvarez se erigen con el control del consejo el próximo 31 de mayo, a Gimeno solo le queda la opción de dejar vía libre a los nuevos gestores, ya sea quedándose o marchándose de la empresa. La soga siempre se rompe por lo más débil, después de un tensa negociación, que suele resolverse a golpe de talonario. Al fin y al cabo, todo tiene un precio, sobre todo en El Corte Inglés.