
El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán proclamó el miércoles el fin de la "sedición". En las protestas contra la austeridad económica y la falta de libertad en el régimen teocrático murieron al menos 22 personas y cientos fueron arrestadas. Se respondió a las mismas con "puño de hierro", aunque el presidente reformista Hasan Rohani había afirmado en un primer momento que representan "una oportunidad, no una amenaza".
Según el jefe de la Guardia, Mohammad Ali Jafari, el número de "agitadores" no había superado las 15.000 personas en todo el país. Mientras tanto los medios estatales siguen divulgando imágenes de marchas progubernamentales de decenas de miles de personas.
Las protestas comenzaron el 28 de diciembre en Mashhad, segunda ciudad del país, a raíz del alza de precios y la corrupción. El descontento es real y está justificado ya que, en promedio, los iraníes se han empobrecido un 15 por ciento en los últimos diez años.
Se extendieron al tiempo que se tornaron más políticas. Si bien las autoridades se apresuraron en culpar de la inestabilidad a lo que denominan antirrevolucionarios y agentes de potencias extranjeras, estamos, de hecho, ante la mayor demostración de disidencia en Irán desde que de forma masiva se exigieran reformas políticas en 2009.
Una característica común de las manifestaciones -limitadas a grupos relativamente pequeños de hombres jóvenes- ha sido la demanda para po- ner fin al gobierno clerical. Se han escuchado consignas a favor de la destitución -a veces la muerte -del líder supremo, ayatolá Alí Jamenei. Existe también disconformidad con las intervenciones de Teherán en el extranjero. Se pide que la prioridad sean los asuntos internos.
Lo ocurrido es el resultado de una acumulación de problemas sin resolver. Irán es un país rico. Durante la presidencia de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), ingresó 700.000 millones de dólares por exportaciones de petróleo. Sin embargo, el dinero no se usó para combatir la pobreza o el desempleo. Gran parte fue invertida en instituciones religiosas e ideológicas, cercanas al Estado. Y se destinaron enormes cantidades al programa nuclear y balístico. Se gastaron miles de millones de dólares para ayudar al régimen de Bachar al Asad en Siria y los rebeldes hutíes en Yemen. Así como para patrocinar a Hezbolá en Líbano y unidades chiíes en Irak.
La consecuencia: decenas de miles de proyectos de desarrollo se paralizaron. No se invirtió en la creación de empleo. Tras cuatro décadas de República Islámica unos 11 millones de personas viven en barrios marginales de las grandes ciudades. Más de una cuarta parte de los jóvenes (un 29 por ciento) está desempleada. Algo similar sucede con los académicos. La inflación oficial es del 10 por cien. El 48 por ciento de las familias vive por debajo de la línea de po- breza, según cifras del Banco Central iraní. En algunas áreas rurales se ve afectado más del 60 por ciento.
En 2013 Rohaní prometió resolver no solo la crisis atómica con Occidente, sino las dificultades cotidianas. Alcanzó una solución razonable en relación al programa nuclear mas no ha sabido solucionar los problemas económicos. Esperaba salir del aislamiento con la reactivación de la economía y el aumento de la inversión extranjera. Pero incluso con los nuevos ingresos derivados de la mayor exportación de petróleo el escenario no ha mejorado. Se lo impide la economía nacionalizada e ineficiente de Irán y la creciente tensión en la región por la rivalidad con Arabia Saudí. Asimismo, se tambalea el acuerdo nuclear por la victoria de Donald Trump en EEUU y la falta de respaldo del líder religioso, ayatolá Jamenei.
El alcance de la crisis es todavía dudoso, por lo que no habrá precipitación por parte de las potencias. En teoría, los acontecimientos se presentan como una oportunidad para Trump de ejercer más presión sobre el regimen de los ayatolás. El inconveniente para aprovechar esa ventaja es que su política exterior se caracteriza por la improvisación y la ausencia de objetivos con lo que podría acabar agravando la situación en Irán. Y Rusia advierte de una "injerencia foránea" en la actual ola de protestas. Vladimir Putin recuerda así que el Kremlin juega un papel clave en la región. La Unión Europea seguirá apoyando el diálogo e insistiendo en la defensa de los derechos humanos.
Es pronto para asegurar que estamos ante una primavera iraní. Las protestas carecen de un liderazgo y de estructura claras. A corto plazo prevalece la represión. Hasta pueden ganar poder militares y halcones. No obstante, en la teocracia iraní deberían sonar todas las alarmas. La decepción es grande y la población de 80 millones, presionada por la pobreza y la miseria, exige un cambio. Ya no hay confianza en las instituciones. Las demandas económicas han adoptado una dimensión política.