
Era la pregunta que desde hace tiempo andaba en boca de todos. Se la planteé en varias ocasiones a ministros y altos cargos de la administración. Pero nadie quería dar una respuesta. ¿Qué ocurrirá con el turismo si hay un atentado terrorista en España?
El sector es la gallina de los huevos de oro. Por sí solo representa el 11 por ciento del PIB, pero en realidad es mucho más. Si se tienen en cuenta todas las actividades auxiliares, desde los suministros de productos básicos hasta alquileres de automóviles, rondaría entre el 15 y el 20 por ciento del PIB.
El sector hortofrutícola, la otra actividad española reconocida internacionalmente, que incluye la exportación y transformación de productos agrícolas, equivale al 8 por ciento del PIB, la mitad que el anterior.
El turismo extranjero dejará en España unos ingresos de alrededor de 70.000 millones este ejercicio, si se tiene en cuenta que en los primeros seis meses se alcanzaron 37.000 millones. Una cifra que duplica el pago de los intereses de la deuda de todas las administraciones públicas o el coste de los subsidios por desempleo.
El crecimiento económico, superior al 3 por ciento durante tres años consecutivos, el mayor de Occidente, o la creación de empleo, de alrededor de medio millón de puestos de trabajo anuales, serían impensable sin los turistas, auténticos creadores de riqueza.
Si era grave la corriente de turismofobia en algunas zonas de Cataluña o Baleares, el atentado de Barcelona puede tener consecuencias muy dañinas durante los próximos años. España es visto como un destino seguro, por millones de ciudadanos, que la eligen para pasar sus días de descanso ante los temibles atentados en el Magreb o en grandes capitales europeas como París, Londres o Berlín. El año puede cerrarse con 80 millones de visitantes, un récord que llevaba camino de convertir a nuestro país en el primer destino mundial, por delante de otros más extensos, como Estados Unidos o Francia.
Con estos atributos, es increíble que alcaldes de grandes ciudades como Barcelona, Ada Colau, o Madrid, Manuela Carmena, jamás hayan planteado un presupuesto para proteger a los viandantes mediante la instalación de bolardos, pilones o jardineras de cemento armado, que impidan el acceso de los vehículos a las zonas peatonales. Sobre todo, después de los atentados de Londres, Berlín o Niza, que siguieron un patrón similar al de Barcelona, y de que Interior instara a su implantación.
Los recortes presupuestarios tampoco tuvieron en cuenta la seguridad nacional. El presupuesto de Interior y del CNI se redujo el 6 por cieno, hasta 5.800 millones.
Sé que es muy difícil, prácticamente imposible, evitar este tipo de ataques, porque los terroristas aprenden con rapidez y mejoran las técnicas utilizadas para sembrar su muerte y desolación. Pero urge abordar un debate sereno sobre la seguridad en los lugares de ocio, como playas, paseos marítimos o museos, así como en puertos, aeropuertos o estaciones de ferrocarril. Hace tiempo que se debería haber elevado el nivel de alerta al máximo, para permitir el despliegue de mayores efectivos de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado, como ocurre en otros países víctimas del yihadismo.
Hacía 13 años que los terroristas islámicos no actuaban en España, desde el 11 de septiembre de 2004. En aquellos momentos, se atribuyó a una venganza contra la participación del expresidente Aznar en la coalición internacional liderada por Bush para atacar Iraq. No podemos olvidar que seguimos en la diana de estos desalmados. Nuestro país pertenece a la OTAN y al resto de organismos y alianzas internacionales empleados en acabar con el Daesh y preservar la paz mundial.
Es imprescindible permanecer unidos para combatir estas amenazas, como destacó este jueves el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Es un desafío global y requiere una respuesta coordinada. ETA proclamó el alto el fuego después de más de 40 años de lucha armada y 800 víctimas, porque la globalización dejó pequeños sus objetivos. Los nacionalistas deberían aparcar sus reivindicaciones, al menos en momentos tan dolorosos, y elevar sus miras parar resolver los problemas acuciantes de los ciudadanos.
En situaciones límite como la actual se ponen de manifiesto las debilidades que tendría un Estado pequeño para hacer frente a las múltiples caras del terrorismo internacional. El próximo 11 de septiembre, la celebración de la Diada debería convertirse en un grito de todos los catalanes y españoles contra el terror globalizado, en vez de en una manifestación independentista, fuera de lugar. Creo que la ocasión lo merece, aunque sólo sea por una vez.
Vivimos en un mundo interconectado, en el que un pequeño suceso, como las amenazas del líder norcoreano, Kim Jong-un, sobre el lanzamiento de misiles a la isla de Guam puede cambiar el rumbo de la historia. La geoestrategia es más relevante que nunca. El conflicto norcoreano revela el papel esencial que en el futuro jugará el gigante chino, un actor ya imprescindible desde el punto de vista económico.
La colaboración del presidente Xi Jinping con Donald Trump en el intento por desnuclearizar la península de Corea, afianzará la posición de China como gendarme de la zona del Pacífico asiático, llamado a ser la locomotora económica del planeta en un futuro.
Las primeras consecuencias de la geoestrategia sobre la política estadounidense pueden verse estos días en la apertura de las conversaciones para la remodelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ( TLCAN). Estados Unidos exige cambios en la protección de la propiedad intelectual, la importación de autos o productos agrícolas y sobre el control del cambio con el peso mexicano, lo que Trump denomina como "la manipulación de la divisa".
México es un socio relevante para Washington, del que procede el 13 por ciento de las importaciones y al que dirige el 15 por ciento de sus exportaciones. Peor es China, de donde provienen el 22 por ciento de las compras en el exterior de EEUU, mientras que sólo absorbe el 8 por ciento de sus ventas fuera, y mantiene igualmente un cambio devaluado de su moneda, el renminbi. Pero Trump no se atreve a revisar las relaciones comerciales entre ambos países, como ocurre con México.
A tener en cuenta, por último, que todos los movimientos se producen en un mundo convaleciente de la Gran Recesión. La Reserva Federal se debate aún en la elección del momento adecuado para volver a subir los tipos de interés, mientras que el BCE, dirigido por Mario Draghi, acaba de aplazar este movimiento hasta finales de 2019 porque los signos de inflación (alrededor del 1,5 por ciento en Europa) son débiles y el crecimiento (en torno al 2,5 por ciento anual) aún está por consolidar.