
A principios de los años noventa tuve la gran suerte de recibir una beca que me permitió hacer un estudio de posgrado de Desarrollo Económico en la Universidad de Oxford. Desde entonces, siempre he mantenido una relación muy especial con ese país. No sé si es una cuestión derivada de la insularidad o de qué, pero debo reconocer que es una sociedad tremendamente compleja y no fácilmente comprensible o interpretable.
Piensen simplemente en los resultados del referéndum para la permanencia en la UE. Detrás de los mismos, subyace una importantísima brecha generacional, territorial, social y económica. Dicho de otro modo, hablar del Reino Unido como un todo es tentador, pero muy simplificador. Es cierto que esto es algo generalizable a la inmensa mayoría de países, pero probablemente lo sea más si cabe en este caso. Al otro lado de la moneda de la excelencia y el rigor de algunas de sus Universidades o de centros de investigación e innovación de primerísimo nivel se encuentra una decadencia notoria y creciente de sus clases medias y una cierta sensación de haber perdido su ubicación en el mundo global actual.
Es verdad que la relación entre el Reino Unido y Europa, o más concretamente la Unión Europea, nunca ha sido especialmente fluida ni cómoda. En realidad, el Reino Unido ha sido siempre una excepción en el marco comunitario. De hecho, alguien podría pensar que el Reino Unido no se ha ido de la UE porque, en realidad, nunca estuvo en ella. Lo más adecuado sería decir que sí lo estuvo, pero a su manera, porque efectivamente no participó de proyectos tan importantes como el del euro a el acuerdo Schengen, por citar sólo algunos ejemplos.
Con el Brexit, de manera radical y aparentemente sin retorno, aunque soy de los que creo que las cosas son menos irreversibles de lo que a veces pensamos, se toma un nuevo rumbo en una decisión que sorprende en parte por la aparente ligereza y digamos frivolidad con la que se lleva a cabo. En todo caso, no deberíamos olvidar que el no de los votantes a la UE, aunque por escaso margen, es un no a la inmensa mayoría de partidos políticos o medios de comunicación del país, que apoyaban la permanencia, es decir, la prueba palpable del distanciamiento entre las élites y buena parte de la población.
En este distanciamiento de la sociedad respecto a sus dirigentes y en el propio resultado del referéndum, no cabe duda de que ha tenido una incidencia significativa la falta de liderazgo de los principales políticos británicos, empezando, sin lugar a duda,s por el propio Cameron y continuando por Theresa May y por Jeremy Corbyn, a quienes no ha ayudado su cambio en sus posiciones respecto a la conveniencia, o no, de seguir en el proyecto comunitario. Es cierto que en un mundo en el que existe un escrutinio permanente y bastante inmisericorde sobre la actuación de los personajes públicos, ser líder no es una cuestión sencilla y en ocasiones cuando pensamos que "ya no hay líderes como los de antes", convendría matizar esta reflexión y ser capaces de contextualizar cada momento.
En este contexto, en el que en apenas unos días deberían dar comienzo unas negociaciones complejísimas y con fecha tope, Theresa May decidió anticipar las elecciones con el objetivo de fortalecer su posición tanto a nivel interno como de cara a la Unión Europea. El resultado ha sido claramente decepcionante para sus expectativas. En apenas dos meses, ha pasado de unas encuestas que la situaban un 20 por ciento por encima del Partido Laborista a la pérdida de la mayoría absoluta y a una victoria por poco más de un 2 por ciento, cuando su principal rival ha incrementado su presencia en el Parlamento en 31 escaños, reforzando la posición de un hasta ahora muy cuestionado Corbyn. Curiosamente, esta caída del partido conservador sólo ha sido superada por la del Partido Nacionalista escocés, que ha pasado de 54 a 35 diputados.
¿Y ahora qué? Pues ahora comienza para May en particular y para el Reino Unido en general, el gran reto, que tiene al menos dos dimensiones. En primer lugar, la propia cohesión interna dentro de su partido y especialmente dentro de su país, lo que a día de hoy no parece sencillo. Prácticamente de inmediato se han empezado a alzar voces que piden la dimisión de la primera ministra o incluso la convocatoria de nuevas elecciones. De hecho, tampoco sería del todo descartable una opción de gobierno en minoría para el propio Partido Laborista, aunque no parece muy factible.
La segunda dimensión se centra en la propia negociación del Brexit. Alguien puede pensar que el resultado es bueno para la Unión Europea, en la medida en que pone al Reino Unido en una situación débil. Todos somos conscientes que en gran medida todo proceso negociador está condicionado por el poder de las partes. Sin embargo, particularmente, tengo mis dudas en este caso. Aparte del poder, toda negociación avanza si y sólo si las partes tienen voluntad y capacidad para negociar. El Reino Unido es consciente de que no puede presentarse a la negociación sumido en un mar de dudas y, desde luego, el escenario que se deriva de estas elecciones no ayuda demasiado.