
Donald Trump no asumió la presidencia como un multilateralista convencido. En eso están de acuerdo los defensores de todas las persuasiones políticas. Entre sus declaraciones de campaña más polémicas se encontraban sugerencias de que la OTAN era obsoleta, una posición que no augura nada bueno sobre su actitud frente a otras organizaciones y alianzas multilaterales.
Aun así, Trump también ha dado un paso atrás tranquilizando al público congregado en el cuartel central estadounidense de Tampa (Florida), sede de las fuerzas de EEUU que operan en Oriente Medio. "Apoyamos firmemente la OTAN", declaró, y explicó que su "problema" con la alianza tiene que ver con las aportaciones económicas pertinentes de todos los miembros y no solo acuerdos de seguridad fundamental.
Esta postura más matizada podría reflejar una nueva apreciación, nacida de las reuniones de seguridad o del simple hecho de que desde el despacho oval el mundo se ve como un lugar peligroso. Incluso un presidente decidido a poner "América primero" reconoce por lo visto que un marco a través del cual los países puedan perseguir sus objetivos comunes no es malo.
La cuestión es si su nueva postura ante la OTAN se puede aplicar al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Internacional del Comercio y el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea. El historial de Trump en la campaña y en Twitter no es muy alentador. Allá por 2012, twitteó unas críticas sobre el Banco Mundial por "vincular la pobreza" al "cambio climático" (sus comillas). "Y nos preguntamos por qué las organizaciones internacionales no son efectivas", lamentaba.
En julio sugirió la posibilidad de que EEUU podría abandonar la OMC si restringía su capacidad arancelaria y durante la campaña presidencial prometió continuamente que se retiraría del acuerdo de París sobre el clima. Sin embargo, la evolución de la postura de Trump sobre la OTAN sugiere que podría acabar viendo los méritos de trabajar a través de estas organizaciones a medida que se da cuenta de que la economía mundial también es un lugar peligroso. Después de las elecciones, Trump reconoció tener la mente abierta sobre el acuerdo de París sobre el clima. Su postura no era tanto denegar el cambio climático sino insistir en que las políticas que lo mitigan no supongan una carga irrazonable para las empresas americanas.
La forma de limitar la carga competitiva a los productores estadounidenses es, desde luego, asegurar que otros países también exijan a sus empresas que tomen medidas para mitigar el cambio climático, igualando así el terreno de juego. Y de eso trata precisamente el acuerdo de París. Lo mismo puede decirse de los estándares del Comité de Basilea sobre los requisitos mínimos de capital. Tener más capital no les sale gratis a los bancos de EEUU, como supuestamente le repiten al presidente mañana, día y noche asesores como Gary Cohn, antes en Goldman Sachs y actualmente director del Consejo Nacional de Economía de Trump. Igualar el terreno de juego en esta área implica exigir a los bancos extranjeros ampliar también el capital, exactamente el objetivo del proceso de Basilea. Trump podría también acabar valorando las ventajas de trabajar con el FMI cuando surge una crisis en Venezuela o en México derivada de sus propias políticas. En 1995, el Tesoro estadounidense extendió ayudas financieras a México mediante el Fondo de Estabilización Cambiaria.
En 2008, la Reserva Federal ofreció a Brasil una línea de canje de 30.000 millones de dólares para ayudarle a campear la crisis financiera global. Imagínese la indignación con que recibirían los defensores de Trump un "rescate de los contribuyentes" de un país extranjero o el enfado de los políticos mexicanos por verse obligados a conseguir el apoyo del mismo gobierno de Trump que es responsable de los males de su país. Ambos preferirían sin duda trabajar a través del FMI. Trump no estará contento con que el gobierno de Obama haya presionado para la reelección de su candidato a la presidencia del Banco Mundial, Jim Yong Kim, pero reconocerá las ventajas de la ayuda al desarrollo. Aunque ha dicho que EEUU debería "dejar de mandar ayuda extranjera a países que nos odian", también ha observado que la falta de ayuda a los países pobres puede fomentar la inestabilidad.
Podría ser un área en la que Trump favorecerá la acción bilateral y le permitiría mitigar las críticas de los conservadores, insistiendo en que ningún fondo estadounidense se destinará a la planificación familiar, mientras se atribuye el mérito de toda la ayuda. Al mismo tiempo, minimizar el papel de EEUU en el Banco Mundial produciría un vacío que ocuparía China, la bête noire de Trump, tanto en esa institución como a través de las actividades del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras encabezado por China.
El verdadero test de la postura de Trump sobre el multilateralismo será cómo se plantea la OMC. Convencer al Congreso de EEUU para que acceda a la reforma del impuesto sobre la renta de las empresas y las personas físicas, unas inversiones en infraestructuras de un billón de dólares y el reemplazo de la reforma sanitaria firmada por Obama no será fácil, por decirlo de alguna manera. Requerirá paciencia, que no es el punto fuerte de Trump. Por todo esto se verá presionado a hacer todo lo que pueda unilateralmente.
Una cosa que puede hacer unilateralmente es imponer aranceles a las importaciones, potencialmente incumpliendo las normas de la OMC. Pronto descubriremos si esas normas se lo impiden.
(Artículo de Barry Eichengreen para Project Syndicate)