Opinión

¡Vaya de nuevo a la cárcel!

Miguel Blesa

Cuando hace unos años elEconomista empezó a sacar a la luz los trapos sucios de Miguel Blesa y su equipo directivo, muchos se burlaron de nosotros, incluso nos acusaron de que lo hacíamos porque la antigua Caja Madrid ponía poca publicidad en el periódico. El paso del tiempo ha puesto a cada uno en su sitio: Blesa y sus compinches en la cárcel y elEconomista.es como líder de la prensa económica nacional y en habla española. Rajoy lo hubiera expresado quizá de esta manera: quien aguanta, gana.

La sentencia de la Audiencia Nacional sobre las tarjetas black, conocida esta semana, es la demostración palmaria de que el expresidente de Caja Madrid gobernaba la entidad como si fuera un cortijo andaluz. Blesa fue colocado al frente de la caja de ahorros a dedo por José María Aznar, como el entonces vicepresidente, Rodrigo Rato, hizo con Francisco González, César Alierta, Alfonso Cortina, Manuel Pizarro y una larga lista de presidentes de instituciones o grandes empresas, luego privatizadas.

La diferencia entre los enchufados de uno y de otro está en la formación. El mérito del expresidente de Caja Madrid fue ser compañero y vecino de Aznar en su primer destino como inspector de Hacienda en Logroño. En la década de los noventa, con la economía viento en popa, cualquier petimetre era capaz de pilotar un transatlántico como la entidad madrileña. Después maniobró para convertirse en presidente de Iberia.

No fue su única chaladura. Regaló a la ciudad de Madrid el obelisco de plaza de Castilla por el que pagó más de cinco millones de euros a Santiago Calatrava. El artilugio diseñado por el afamado arquitecto debería girar sobre sí mismo como un sinfín, para que sus láminas bañadas en oro y agua reflejaran la paleta de colores de los bellos atardeceres/amaneceres de la capital de España. Sin embargo, Gallardón renunció a él poco después de inaugurarlo por el alto coste de mantenimiento. Hoy es un pirulo herrumbroso, que pasa desapercibido en el ajetreado tráfico de la plaza.

Como el invento no colmó su vanidad, en 2007 compró a Repsol la llamada Torre Foster, construida por otro reconocido arquitecto, por una cantidad de dinero estratosférica, 815 millones. Las pérdidas tras su venta alcanzan el 40 por ciento y se socializaron entre todos los madrileños.

Para agasajar a su benefactor, adquirió a su propia constructora sendos apartamentos, junto a la familia Aznar-Botella en la urbanización Hacienda del Sol, en Guadalmina. Sin llegar a estrenarlos, obligó a reformar los baños con mármol de Carrara para satisfacer su refinado gusto y el de sus amistades. Eso sí, a costa de Realia.

En esta lista de despropósitos, repartió las tarjetas black entre los consejeros para comprar su voto, como estómagos agradecidos. Sorprende el comportamiento del exvicepresidente José Antonio Moral Santín, de Izquierda Unida, que cada mes de los 17 años que se mantuvo en el cargo retiraba el límite máximo de su tarjeta del cajero, sin obtener jamás un reproche.

No es de extrañar que todos los acuerdos fueran aprobados por unanimidad en los consejos donde, para endulzar la conciencia, cada uno de sus miembros recibía, además de la dieta de asistencia, una caja roja de bombones. En ocasiones, ni siquiera era requisito asistir, ya que el regalo quedaba a disposición del titular o se enviaba donde éste dijera. Toda una atención del presidente.

Con tan magnánima actitud e inédito consenso en el órgano de administración, Caja Madrid adquirió pequeños bancos en Cuba, México y Miami para comenzar a dibujar su imperio allende los mares. Los tres tuvieron que ser liquidados con graves pérdidas para el depositante. Lo peor fue el Banco Nacional de Florida, por el que abonó 1.117 millones de dólares, muy por encima de su valor de mercado, a un conocido intermediario financiero en paraísos fiscales, saltándose el control de la Comunidad de Madrid y del Banco de España. Todavía está pendiente la investigación de en qué paraíso fiscal se satisfizo parte de la factura. Caja Madrid era pública, por supuesto, pero un presidente liberal como Blesa podía pagar donde y como quisiera.

La magistrada Teresa Palacios debió de pensar que cómo siendo Blesa una lumbrera del mundo financiero, jamás se percató de que su declaración de Hacienda no coincidía con los ingresos de su tarjeta black.

¿Por qué se marchó de Caja Madrid si era tan listo? Porque otra presunta liberal de boquilla como él, Esperanza Aguirre, no podía tragarlo. El padrino de Blesa era Gallardón, íntimo amigo de Botella, y enemigo acérrimo de la expresidenta de la Comunidad de Madrid.

Aguirre intentó colocar en la entidad a su vicepresidente para todo, Ignacio González (¡otro político!), pero Rato, fuera de juego tras abandonar el FMI, anduvo más listo. Se ganó el apoyo de Rajoy, quien se quitó de paso a un temible rival político.

Rato accedió a la presidencia a través de un componenda política con PSOE, CCOO e IU. En realidad, nada cambió. Es cierto que heredó una entidad en ruinas, pero también que en vez de achicar el agujero, lo agrandó. Tuvo que aceptar el plan de la vicepresidenta de Zapatero, Elena Salgado, y del gobernador del Banco de España, Miguel Á. Fernández Ordóñez, para salir a bolsa. Blesa echó mano de la cartera de sus clientes para salir adelante y Rato, de los inversores.

Continuó con el esquema de premiar la fidelidad de sus consejeros y directivos con la dichosa tarjeta. ¿Tampoco se dio cuenta Rato de que su tributación era opaca? Al parecer, miró para otro lado, pese a las advertencias de uno de sus subordinados.

Además del exconsejero delegado, Francisco Verdú, que se negó a utilizar la tarjeta, el vicepresidente, José Manuel Fernández-Norniella, le soltó un buen día:

-Señor Rato, tenemos un problema con las tarjetas black de los consejeros: no tributan a Hacienda y habría que retirarlas de la circulación o regularizar la fiscalidad de las tarjetas.

- Qué va, eso lleva así toda la vida, y nunca hubo quejas de la Inspección.

El vicepresidente descubrió que Hacienda había abierto un expediente sancionador a la entidad por este motivo, que luego cerró debido a un pacto con los inspectores, con la promesa de normalizar la situación.

Fernández-Norniella, con una larga trayectoria empresarial por su prudencia y sagacidad, dejó de usar su tarjeta desde ese momento y devolvió lo gastado en cuanto lo solicitó la juez. Gracias a ello, será uno de los pocos que eluda la cárcel, tras ser condenado solo a un año. Rato, sin embargo, hizo caso omiso.

Blesa y Rato encarnan el modo de actuar de una época en el que la política y las finanzas se confundieron en una mezcla explosiva. Este fue el único medio que se atrevió a escribir sobre las líneas torcidas de Blesa y sufrió pacientemente sus iras: nos expulsó de las ruedas de prensa, nos cortó todas los apoyos, tanto de la entidad como de su grupo... quiso ahogarnos, cerrarnos, pero no pudo. Este martes, elEconomista celebrará su undécimo aniversario en el cénit de la prensa económica, mientras él se prepara para volver a prisión por sus fechorías.

PD. Impecable es el adjetivo adecuado para calificar la trayectoria del ya expresidente de Ibercaja, Amado Franco, que este viernes renunció al cargo, tras 30 años al frente de la caja aragonesa, en etapas muy complicadas, que resolvió siempre con brillantez.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky