
Dice Juan Rosell, presidente de la CEOE, que eso de tener trabajo fijo y estable es muy del siglo XIX. Lo dice porque es medio verdad y porque él es un ciudadano líquido.
La vida líquida es la que se desarrolla en las sociedades que el intelectual Zygmunt Bauman definió como sociedades modernas líquidas, muy a grandes rasgos, aquellas en las que "las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en hábitos y rutinas determinadas". El concepto de sociedad líquida es amplio y complejo, se define mejor como un collage de circunstancias que van desde la deslocalización de la producción a la precarización del empleo pasando por la aceleración de los ciclos de la moda.
Por abundar en la idea, es ilustrativa una alegoría de Lao-Tse, esa que evocaba Bruce Lee en un anuncio, "be water, my friend", fluye sin ir contra la corriente, adáptate a cada recodo sin agarrarte a las rocas, solo resbalando hasta el mar sin voluntad alguna de permanencia.
Rosell, pues, no dice nada que no diga Bauman (o Bruce Lee). La diferencia es que Bauman advierte de las disfunciones asociadas al fenómeno mientras que Rosell lo abraza sin reparos y pide a los poderes públicos implicación para lograr que "haya que ganarse el trabajo todos los días".
Yo juraría que eso ya funciona así. Si no vas a trabajar, no te pagan. Si no haces bien tu trabajo, te despiden o no te renuevan. Quizá Rosell, que debe de saber cómo funciona esto, evocaba en realidad un célebre planteamiento de Alan Greenspan en 1997 (En esto de la liquidez EEUU es vanguardia mundial). El entonces presidente de la Reserva Federal de los EEUU justificaba la decisión de la Fed de no subir los tipos de interés porque los bajos salarios ya se encargaban de contener la inflación. "La inseguridad laboral de los trabajadores es un gran factor en las políticas de la Fed", titulaba entonces New York Times sobre las explicaciones de Greespan ante el Congreso estadounidense. Es decir, lo que insinuaba Rosell era más bien que haya "que temer por el trabajo todos los días" para que los salarios sean como los del país de Lao-Tse.
Es indudable que desde la implantación del Estado del Bienestar han cambiado suficientes cosas como para que nos replanteemos las leyes que afectan a sus sostenimiento y al propio funcionamiento del sistema económico y laboral pero convendría no dejarse llevar por las prisas del bienintencionado Rosell.
La liquidez asimétrica
En esto de la vida líquida los hay más adaptados que otros. Yo, por ejemplo, no soy lo suficientemente líquido para establecer mi residencia en Andorra y trabajar en España mientras invierto en la India. No me dan los idiomas, ni el dinero, ni el tiempo. Y miren, no les voy a engañar, tampoco me apetece licuarme. Tengo la loca aspiración de aprenderme el nombre de algún vecino, encontrar el mejor pincho de tortilla de mi barrio e igual hasta un día tengo un hijo.
Me pregunto si tendrían hijos esos trabajadores que pide Rosell, esos que no saben si mañana tendrán trabajo. Igual los hay lo suficientemente irresponsables como para tener descendencia sin tener asegurado siquiera el salario de mañana. Según la teoría de Rosell, los habrá, puesto que también pidió que se enseñe a los niños "a innovar y emprender desde la guardería". Ya puestos, vamos a por todas ¿no, Joan?
La sociedad es asimétricamente líquida, no descubro nada con esto. Las mercancias fluyen mejor que las personas y el dinero fluye mejor que las mercancías; por eso la economía productiva pierde peso cada día frente a la economía financiera; por eso un magnate sirio puede invertir cuanto quiera en España sin esas incómodas escalas en los campamentos de las islas griegas.
Habrá que cambiar con los tiempos, quizá habrá que ser más flexible o más innovador pero los ciudadanos no deberían dejarse llevar a marchas forzadas a un modelo de sociedad que solo funciona a nivel macroeconómico y que desprecia la estabilidad, la seguridad, en definitiva, el arraigo. Así que cada cambio habrá que negociarlo, cada disfunción habrá que corregirla.
Mientras los derechos de las personas no encuentren espacio entre los flujos financieros, el único mundo líquido al que podremos llegar será un horror distópico, una vivencia sin futuro ni descencencia, un nudo en el estómago generalizado. Habrá, eso sí, algunos como Rosell habitando Eutropía, esa ciudad de Italo Calvino en la que los habitantes "cuando se sienten presa del hastío y ya no pueden soportar su trabajo ni a sus parientes ni su casa ni su vida (...) se mudan a la ciudad siguiente, donde cada uno de ellos conseguirá un nuevo empleo y una esposa distinta, verá otro paisaje al abrir la ventana y dedicará el tiempo a pasatiempos amigos y cotilleos diferentes".