
De forma transitoria el destino de Brasil están en manos del gobierno de Michel Temer y su partido, el Movimiento Democrático de Brasil. Está en deuda con una sociedad civil harta del cáncer de la corrupción que busca eficacia y responsabilidad. El candidato socialdemócrata, Aécio Neves, recuerda que Temer solo conseguirá la legitimidad que no tiene en la medida en que consiga implentar las reformas que el país necesita con urgencia para salir de la crisis política, ética y económica. En este último aspecto deberá realizar el esencial ajuste, tanto fiscal como laboral, que el Partido de los Trabajadores se negó a hacer. No es de extrañar la lista de prioridades del presidente interino que con un cuarto de siglo de experiencia como diputado presidió, asimismo, el Parlamento en dos ocasiones: economía, economía y más economía. Cuenta como titular de Economía con Henrique Meirelles, jefe del banco central durante el mandato de Lula da Silva (2003-2010). Meirelles tiene a su favor la confianza depositada en él dentro y fuera de Brasil. Un respaldo que Temer no tiene: según un sondeo de opinión conducido por la encuestadora Datafolha en abril, el 58 por ciento de la población opinaba que debía ser suspendido de su puesto. Su futuro es, pues, complicado.
Además de carecer de una imagen favorable su alianza de gobierno es precaria. Estará sometido a una gran presión tanto por sus heterogéneos aliados como quienes acaban de perder el poder y pasan a la oposición. Los primeros titubeos y alguna marcha atrás en los nombramientos no son buenos augurios. Acecha el fantasma de las elecciones anticipadas. En octubre hay comicios municipales. Una parte de la sociedad quiere que sean conjuntamente presidenciales optando por el "que se vayan todos", cansada del lamentable espectáculo político. Está por ver que sea el hombre indicado para devolver la confianza. Es preciso recordarlo: él y los integrantes de su Ejecutivo, de signo contrario al PT, provienen de un sistema corrompido. Es, por ello, corresponsable de la profunda crisis moral. A nivel continental una de las consecuencias más interesantes de la salida de Dilma puede ser el fortalecimiento de Argentina como líder regional. Mauricio Macri incrementará su protagonismo e impulsar los procesos de integración. El ministro de Hacienda argentino, Alfonso Prat-Gay, ha llegado a decir en que lo sucedido en Brasil "es una oportunidad para refundar el Mercosur".
Atrás quedarán las imposiciones del eje bolivariano Venezuela, Brasil y la Argentina de los Kirchner. El mandatario argentino acaricia la idea de un giro del Mercosur hacia la Alianza del Pacífico Macri y aboga por el relanzamiento de las estancadas negociaciones por un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Es aún pronto para eso. El PT puede volver al poder, mas no es probable que sea con Dilma. Quizá sea inocente. El juicio político continuará y deberá determinarlo. Está la cuestión de si fue culpable de maquillar maliciosamente las cuentas públicas para mejorar su imagen antes de ser reelegida. El caso Petrobras ensombrece su presidencia. Es verdad que no está acusada directamente, pero ¿por qué nombró a Lula ministro en medio del escándalo, si no era para protegerlo y protegerse? Rousseff era la presidenta del Consejo cuando comenzó el enorme desfalco a la petrolera. Si no lo sabía es, cuando menos, culpable de negligencia severa.
El impeachment tiene base constitucional y no es un golpe de Estado, como pretende hacer creer el victimismo de Dilma. Mucho menos tiene que ver con que sea mujer. El liderazgo de Lula es más moderador que la polarizante Rousseff. Cuando en Latinoamérica los populismos se baten en retirada, la radicalización es una tentadora excusa para no hacer autocrítica. El expresidente puede recuperar el espacio de izquierda. Lo logrará si evita ser arrastrado por los antisistema, que creen que la democracia sólo sirve cuando gobiernan. Si el PT vuelve tiene más posibilidades de hacerlo con Lula que, aunque criticado, sigue contando con muchos simpatizantes.