
Europa celebró el pasado lunes su aniversario entre críticas a las numerosas tensiones que amenazan con desintegrarla. El propio ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, se permitió esta semana calificar de ?chapuza? el pacto alcanzado con Turquía para acoger a los inmigrantes que entren en Europa. Sin embargo, cuando el exministro de Trabajo socialista, Jesús Caldera, abrió las fronteras para acoger a las decenas de miles de inmigrantes que llegaban a cubrir la demanda de puestos de trabajo en la construcción o en la hostelería, en el PP se rasgaron las vestiduras y, con razón, porque consideraron que podía producir un efecto llamada hacia el resto.
Es difícil aportar una solución equilibrada o justa al problema de la inmigración, como denunció el Pontífice Francisco en su reciente visita a Lesbos. Pero dudo que abrir las puertas de par en par sea la solución. Sobre todo, porque alimentaría los movimientos de ultraderecha, que amenazan la estabilidad política de varios países del norte de Europa. Las crecientes dificultades de Angela Merkel entre sus partidarios, o la dimisión esta semana del canciller austriaco Werner Faymann tras endurecer las condiciones de asilo para contentar a la ultraderecha, son dos paradigmas para entender el giro en la política europea de inmigración.
En el ámbito económico, después de la grave crisis vivida en los últimos años, me complace escuchar al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, defender una política de compras masivas de deuda pública para la zona euro, pese a que genere rentabilidades negativas en buena parte de los bonos y desate las críticas furibundas de los jubilados alemanes y de una parte del Gobierno germano.
La política monetaria de Draghi es la tabla de salvación a la que se aferran para seguir a flote los países más endeudados del sur de Europa y, por ende, del euro. En esta línea, las autoridades europeas comienzan a relajar las exigencias de la austeridad, para no alimentar el apogeo de las formaciones de izquierda en países como Italia, España o Portugal.
Draghi hizo un traje a medida a la banca italiana para evitar las tensiones que generaría su rescate por el Gobierno de Mario Renzi, con una deuda pública equivalente al 130 por ciento del PIB. España y Portugal escaparán con sanciones mínimas al procedimiento de déficit excesivo, pese a que ambos países han rebasado en más de un punto el objetivo previsto para el año pasado (5 por ciento en España y 4,2 por ciento en Portugal).
España pasará la reválida con una multa inapreciable, como reconoció este viernes la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, para no interferir en el proceso electoral en marcha.
Ambos países optarán a un período ampliado de entre uno o dos años para dejar el déficit público por debajo del 3 por ciento. Y eso que el Ejecutivo portugués de Antonio Costa, una coalición de socialistas y comunistas, revertió los ajustes en los sueldos de funcionarios y de los pensionistas.
En el caso de Grecia, el asunto más espinoso, el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble, reconoció por primera vez esta semana que la deuda puede ser imposible de pagar, lo que abre la puerta a su condonación en parte en un futuro. Las palabras de Schäuble van dirigidas al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que acepte una relajación de los ajustes exigidos al país heleno y posibilite un acuerdo de Atenas con sus acreedores antes de julio.
¿Va la economía europea a la deriva? Es cierto que, con la excepción de España y Alemania, el crecimiento bordea el uno por ciento anual, una cifra raquítica para crear empleo y recuperarse. Pero también lo es que Europa deja, por primera vez, de lado las recetas de austeridad para dar paso a las de crecimiento, pese a las críticas del norte, y que Draghi presume de tomar decisiones teniendo en cuenta a todo el euro y no sólo los intereses de Francia y Alemania.
¿Hasta cuándo aguantará el norte rico la política de tipos de interés cero para sostener la deuda del sur? ¿logrará éste revertir sus déficit crónicos y generar superávits, tanto fiscales como comerciales? Si no lo consigue, como parece probable, la única solución es que la parte de Europa con mejor salud económica asuma los problemas de la más pobre y acabe consolidando en un mismo balance sus desequilibrios.
Elementos como la recuperación del precio del crudo alejan los temores a las quiebras bancarias y al fantasma de deflación, que ronda desde hace años el Viejo Continente. Europa da un golpe de timón para recuperar el pulso económico, ni su economía ni su política van a la deriva. Lo que ocurre que en un mundo global, los peligros son muchos y se manifiestan sin avisar. La sola posibilidad del Brexit o del éxito en EEUU de Donald Trump pueden dar al traste con lo andado por el buen camino en los últimos meses.