Opinión

Lección económica del atentado de Bruselas

S i una imagen vale más que mil palabras, las lágrimas derramadas delante de las cámaras por la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, tras los atentados de Bruselas del pasado martes, debería mover a la reflexión. Mogherini añadió que era "un día muy triste para Europa". Con menos contemplaciones, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, abroncó el jueves a los 28 miembros de la Unión Europea por no haber puesto en marcha las medidas que prometieron tras el brutal atentado de la sala Bataclan de París.

Los países europeos se comprometieron a incrementar el intercambio de información sobre los terroristas, pero no lo han hecho por las suspicacias entre los servicios policiales y de seguridad. Intentaron que creyéramos que es muy difícil impedir que un terrorista se inmole causando dolor y muerte a su alrededor. Pero luego comprobamos que no es así, porque detrás de estos actos existe una exhaustiva organización. El problema es conseguir su desarticulación.

Resulta difícil explicar cómo los atentados de París y Bruselas fueron planificados por el mismo grupo de criminales, sin que pudieran capturarlos, o por qué ni siquiera había una vigilancia sobre Ibrahim el Bakraoui, uno de los dos suicidas belgas deportado por Turquía después de que tratara de entrar en Siria. La primera necesidad perentoria es el incremento de los fondos públicos destinados a combatir el terror.

Es larga la lista de errores policiales que podrían haber evitado la treintena de muertos del martes pasado en el aeropuerto de Zaventem y en el metro. Además de darnos golpes de pecho o de entonar el mea culpa urge acelerar los pasos que conduzcan hacia una mayor integración de Europa, en todos los aspectos, para afrontar los desafíos de un mundo globalizado.

En los últimos meses hemos asistido a los rifirrafes entre Austria y Alemania, e incluso de ésta con Francia sobre la política de inmigración. Si las tensiones desembocan en un endurecimiento del Tratado de Schengen sobre libre circulación de personas y de mercancías dentro del espacio de la Unión sería un golpe mortal, con graves repercursiones económicas en la UE.

La falta de una voz en la política exterior común frente a numerosos conflictos, como los de Siria o Rusia, deja en papel mojado la figura de la jefa de la Diplomacia. El poder de Mogherini es limitado, más allá de gestos como el que tuvo en Jordania cuando echó a llorar tras conocer los atentados.

La política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) es con demasiada frecuencia el escenario de las batallas campales entre el Norte y el Sur. Los del Norte deberían empezar a reconocer que las grandes empresas de sus países que sostienen su elevado nivel de vida se benefician del acceso total de sus productos a mercados como el español, el italiano o el portugués. Que comparen con el trato que recibe de los americanos (véase el caso Volkswagen) o con las dificultades para penetrar en países asiáticos, como China.

La prensa alemana cargó contra el presidente del BCE, Mario Draghi, al día siguiente de anunciar la compra de bonos corporativos, entre otras medidas, para aliviar a la banca de la eurozona. Entre los beneficiados, además de las entidades financieras italiana, españolas o portuguesas, figura el poderoso Deutsche Bank o las cajas germanas.

Cabría preguntarse por la responsabilidad del Bundesbank en el auge de los populismos (de izquierda en el sur de Europa y de derecha en el Norte) tras su empeño en mantener una férrea política monetaria en Europa durante un periodo demasiado largo, lo que provocó el rescate de varios países. La decisión de Draghi de hacer "lo que sea necesario" para proteger el euro fue un acierto, como el tiempo se ha encargado de mostrar. ¿Dónde está la inflación disparatada que temía el Bundesbank? En su lugar, hay todo lo contrario, un grave riesgo de deflación.

Los lazos económicos que nos unen a los europeos son mayores de los que nos separan. Romperlos causaría serias incertidumbres, que repercutirían de inmediato en los mercados financieros y con posterioridad en la economía real. Pudimos comprobarlo ante la amenaza de ruptura del euro, o más reciente ante la posibilidad de que el Reino Unido abandonara la UE. Su primer ministro, David Cameron, antaño defensor del Brexit, se movilizó rápidamente para evitarlo y proteger los intereses británicos.

Las palabras del ministro del Interior español, Jorge Fernandez Díaz, en las que sugería que nuestro país está menos expuesto al terrorismo yihadista que otras naciones europeas porque el número de personas fichadas por este motivo es menor, me sorprendieron. España siempre estuvo en el ojo del huracán del terrorismo de origen musulmán por compartir un pasado histórico y un territorio con la antigua al-Andalus. Además, es de los primeros interesados en que se fortalezca la seguridad en Europa, porque también es muy vulnerable. Alrededor del 20% del PIB procede del sector turístico. Y en un momento de incertidumbre política como el actual y con la recuperación en ciernes, el turismo está destinado a ser la principal tracción de la economía.

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