Opinión

Los tres temores que están hundiendo los mercados globales

Enero solía ser un buen mes para las Bolsas porque entra dinero nuevo en los fondos de inversión, mientras que las ventas por motivos fiscales se reducen al final del año. Aunque los datos de rendimientos de la inversión en Estados Unidos indican que la rentabilidad en los eneros ha sido históricamente poco mejor que la norma, la creencia generalizada en el efecto alcista de ese mes ha provocado que la debilidad de los mercados de todo el mundo sea chocante y se prolongue en febrero.

Los pesimistas tienen razón pero a veces exageran la magia de enero. Según los estadísticos de Reuters, este año empezó con la mayor caída de Wall Street en la primera semana desde hace un siglo y el descenso mensual del 8 por ciento del índice internacional MSCI hizo que el rendimiento del mes pasado fuera peor que el 96 por ciento de los meses registrados. ¿Hasta qué punto deberíamos preocuparnos por la economía mundial? Tres temores parecen influir en la psicología del mercado: China, el petróleo y el miedo a una recesión estadounidense o global.

China es sin duda un problema lo bastante importante como para hacer descarrilar a la economía mundial y los mercados de capital en lo que queda de década. Lo vimos en los primeros cuatro días del año, cuando la repentina caída de la Bolsa china desencadenó el caos financiero global en enero. Sin embargo, el parqué chino es de poca importancia para el resto del mundo. El verdadero temor es que las autoridades chinas actúen agresivamente para devaluar el yuan o, más probablemente, dejen de controlarlo por una mala gestión accidental, lo que conllevaría una huida de capitales devastadora.

Este escenario parecía bastante plausible durante varias semanas en verano y ha resurgido la amenaza en la primera quincena del año. A finales de enero, no obstante, el sentimiento de los mercados volvió a favorecer la estabilidad en China. Esa calma podría trastocarse otra vez si las reservas de divisas de China vuelven a indicar otra gran pérdida mensual. Los esfuerzos de las autoridades por gestionar ordenadamente la recesión económica seguirán siendo la principal fuente lógica de preocupación de los mercados financieros durante muchos años. A juzgar por la reciente conducta del mercado, los temores sobre China han amainado, al menos por ahora.

No se puede decir lo mismo de la segunda gran preocupación del mercado: el desplome de los precios del petróleo. Desde el momento en que los inversores dejaron de ser presas del pánico sobre China, en la segunda semana de enero, las Bolsas de todo el mundo empezaron a caer (y a repuntar ocasionalmente) en sintonía con el precio del petróleo. Al contrario que la preocupación razonable sobre China, el sentimiento del mercado parece haberse equivocado de lleno con la relación entre el petróleo y la economía mundial. En todo salvo el muy corto plazo, la correlación entre los precios del petróleo y los mercados bursátiles debe ser negativa, no positiva, y con casi total certeza lo seguirá siendo en los años que vienen. Cuando los precios del petróleo se hunden un 10 por ciento diario, a corto plazo desestabiliza, evidentemente, porque los diferenciales de crédito en recursos y sectores afines explotan y los inversores apalancados se ven obligados a liquidar activos para cumplir con las exigencias de márgenes. Por fortuna, el pánico del mercado parece estar amainando mientras los precios del petróleo tocan fondo en la franja de 25-50 dólares que ha parecido siempre correcta en las condiciones políticas y económicas de hoy en día. Ahora que los precios del petróleo se estabilizan a un nivel razonable a largo plazo, la economía mundial y los negocios no de materias primas se beneficiarán. El precio bajo del petróleo aumenta los ingresos reales, estimula el gasto en bienes y servicios no de recursos, e impulsa los beneficios de las empresas que consumen energía.

Aun así, y pese a las obvias ventajas, la mayoría de los inversores parece creer que la caída de los precios del petróleo anuncia el colapso de la actividad económica, lo que nos lleva al tercer temorque acecha a los mercados financieros este invierno: la recesión de la economía global o estadounidense.

La experiencia sugiere que los precios del petróleo no son un indicador útil de la actividad económica. De hecho, si los movimientos del precio del petróleo tienen alguna relevancia para la previsión económica, es como indicador en contra. Toda recesión global desde 1970 ha estado precedida por un gran aumento de los precios del petróleo, mientras que casi todos los descensos mayores del 30 por ciento han ido seguidos de una aceleración del crecimiento y una subida de los precios de las acciones. La opinión generalizada de que la caída de los precios del petróleo augura una recesión justifica claramente la convicción de que esta vez es distinto: una creencia que suele asentarse en los mercados financieros en los máximos y mínimos de los ciclos de auge y caída.

Por último, ¿qué ocurre con la caída del mercado bursátil en sí como indicador de riesgo de recesión? Podríamos citar al gran economista Paul Samuelson, famoso por sentenciar jocosamente en los años sesenta que la Bolsa había ?predicho nueve de las cinco últimas recesiones?. Sin embargo, hay una respuesta menos tranquilizadora. Aunque los mercados a menudo se equivocan al predecir sucesos económicos, las expectativas financieras pueden influir en ellos. En consecuencia, la realidad en ocasiones puede forzarse a converger con las expectativas del mercado y no al revés.

Este proceso, llamado reflexividad, es una fuerza potente de los mercados financieros, sobre todo durante periodos de inestabilidad o crisis. En la medida en que la reflexividad afecta a la confianza del consumidor y la empresa, no debería ser un problema porque el colapso de los precios del petróleo es un potente antídoto contra el declive bursátil. Los consumidores ganan más con el petróleo barato de lo que pierden con la caída de los precios de las acciones, por lo que el efecto neto del reciente trastorno financiero sobre el consumo debe ser positivo, y un consumo más fuerte acaba plasmándose en los ingresos empresariales.

Una preocupación mayor es sobre los mecanismos de la reflexividad en el sistema financiero en sí. Las bancarrotas de pequeñas empresas del sector energético, de importancia económica limitada por sí solas, generan presión sobre la banca global y reducen la disponibilidad de crédito para las empresas saludables y los hogares que, de otra manera, se verían beneficiadas por el petróleo barato. Los temores a una devaluación china que no se ha producido (y es probable que nunca lo haga) generan el mismo efecto desalentador sobre el crédito en los mercados emergentes. Mientras, los reguladores bancarios continúan restringiendo los estándares de préstamos, aunque las condiciones económicas sugieran que deberían relajarlos.

En pocas palabras, nada sobre el estado de la economía mundial sugiere la inevitabilidad (ni siquiera la probabilidad) de una recesión o ralentización importante. Sin embargo, una combinación fatídica de expectativas que acaban cumpliéndose y errores políticos podría causar que la realidad económica se inclinase hacia el humor sombrío que domina los mercados financieros.

(Artículo de Anatole Kaletsky para Project Syndicate)

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