
E l 2016 parece acomodarse a un estado de preocupación creciente sobre la salud económica mundial. Desde luego las bolsas de valores mundiales y los mercados de materias primas se muestran temerosos ante el futuro económico; las fuertes caídas de precio, desplome en algunos y significativos casos, son sus respuestas a este incierto y preocupante futuro. Los índices bursátiles son considerados como termómetros adelantados de la economía real, pero también los niveles de cotización son tremendamente volátiles y cambiantes.
La pregunta que más se repite es: ¿pero la crisis no se había acabado ya? Pues no, hemos entrado en una nueva etapa de la misma. Estamos ante un problema generado por la acumulación de deudas y préstamos en los países pertenecientes a economías desarrolladas por parte de empresas y familias. Sin embargo, durante la crisis, el volumen total de préstamos y créditos, no sólo no ha bajado sino que ha aumentado. El sector privado, en los países desarrollados, ha ido rebajando sus niveles de endeudamiento; esta disminución no solo queda compensada con el fuerte aumento del crédito público, sino que en algunos casos el endeudamiento total del país se ve incrementado. Además en las economías emergentes el sector privado ha apelado de forma masiva al crédito, que en muchos casos ha venido espoleado por el aumento de la base monetaria de la Reserva Federal; esto hace que aun cuando el volumen de deuda pública no haya aumentado en estos países, sí la haya hecho el endeudamiento total del país.
¿La culpa es por tanto de los principales bancos centrales como la Fed? En buena medida sí: la Fed corrió rauda a apuntalar las demandas de los mercados financieros imprimiendo dólares a un ritmo desconocido. Pero esta actuación no sólo no solucionó el problema del volumen de crédito vivo, sino que incluso lo amplificó. Buena prueba de ello se halla en cómo las empresas de fracking, productores de petróleo no convencional, recibían volúmenes de financiación lujuriosos. Sin embargo hoy, cuando la Fed cambia el sesgo de su política monetaria, vemos cómo las dudas sobre posibles impagos de estas compañías aumenta y ante el miedo repuntan las primas de riesgo de forma contundente. Los bancos centrales han dopado a los mercados financieros pero no han solucionado los problemas económicos reales. Un ejemplo de esto último lo tenemos en la prima de riesgo española: ante un panorama de máxima tensión política la misma no aumenta porque el BCE compra mensualmente 20.000 millones de euros en renta fija españolas, básicamente deuda pública; pero que no aumente no significa que el problema haya desaparecido; los problemas políticos están ahí presentes.
¿Qué papel juega en todo este entramado la caída de las materias primas, especialmente el petróleo? Juega un papel crucial: los países emergentes son los grandes productores de materias primas, sus economías y sus presupuestos dependen de la extracción de mineral e hidrocarburos para mantener el ritmo de actividad y sus cuentas públicas. La caída del precio y las menores expectativas de importación por unas necesidades menores ponen en peligro y contraen la actividad económica, el PIB; a su vez deterioran las cuentas públicas que en algunos casos se vuelven insostenibles. Miren el presupuesto saudí, como ejemplo. Además de una caída de los ingresos por el desplome del crudo debe hacer frente a los gastos militares por su entrada en los conflictos de Oriente Medio. ¿No era buena la caída de los precios de petróleo? Como todo es matizable, sí hasta un nivel, el problema es que ese nivel se ha sobrepasado con creces. La caída del precio de petróleo, globalmente, es un juego de suma cero o de vasos comunicantes. Lo que los países importadores netos de crudo ganan, lo pierden los exportadores. Es más, el desplome del crudo puede abrir una cadena de impagos de deuda tanto de países, Venezuela, como empresariales, las ya referidas empresas de fracking. Nuevamente conviene recordar que la enorme impresión de dólares propició la inversión en esta actividad y ahora se enfrentan a posibles impagos o al menos a un encarecimiento de su financiación por la caída de sus rating crediticios. El ejemplo, como muy bien resaltaba a lo largo de esta semana este diario, es Repsol. No es que vaya a impagar su deuda y quebrar, sino que se enfrenta a una situación muy compleja que erosionará la cuenta de resultados e incrementará sus costes financieros.
Todo este complejo panorama afecta a los países emergentes, algunos además con problemas políticos como es el caso de Brasil. Muchos de estos países están ya en recesión y no parece que la situación vaya a cambiar. Para los desarrollados la situación es menos preocupante, sin embargo el crecimiento se resentirá y avanzaremos a menor ritmo. En España tenemos que lidiar, no solo con nuestra exposición a Iberoamérica, sino además con una encrucijada política compleja, un fuerte déficit público y un mercado laboral atrofiado..