Opinión

Libia, un polvorín de mecha corta

  • Cualquier mejoría económica se ha visto ahogada por el caos tras Gadafi
  • Convertir Frontex en un policía de fronteras con un marco legal común

Libia es un polvorín cebado por una mecha corta. Un país descuadernado y sumido en una confusión de grupos yihadistas, milicias tribales y grupos criminales que han creado sus propios feudos con los que lucrarse. Tráfico de emigrantes, venta fraudulenta de crudo, tráfico de armas y droga; toda una economía basada en el derribo y la anarquía que ha creado una red de intereses, y fuertes incentivos para perpetuar el estado de guerra y caos con las que se lucran bandas incontrolables de matones de pick-ups Toyota y ametralladora pesada como siniestro accesorio extra. Con ese trasfondo, dos parlamentos, uno en Tobruk al este del país y otro en Trípoli al oeste, subsisten a pesar de haber vencido sus mandatos legales, en un continuo enfrentamiento que les ha convertido en un foro de rencillas internas y externas en la que diferentes tribus, municipios y otros grupos de poder se enzarzan para defender y aumentar sus ventajas partidistas en una cultura donde el compromiso es visto como una señal de debilidad.

Libia salió de la férula del sultanato turco, y tras una breve pero marcante colonización italiana y un mandato de la ONU accedió a la independencia para caer finalmente en manos de Gadafi. Con una escasa población de 6,7 millones de habitantes, subsidiada por unas ingentes reservas de petróleo y gas, nunca tuvo la necesidad de desarrollar el tejido productivo y económico que crea y posibilita una conciencia nacional y una sociedad articulada y moderna. Y, desgraciadamente, cualquier brote que en ese sentido pudiera haber existido se ha visto ahogado por los años de caos y faccionalismo que siguieron a la caída de Gadafi. Con esos mimbres, nuestro compatriota Bernardino de León, representante especial de las Naciones Unidas, ha intentado tejer un Gobierno de Acuerdo Nacional con el que tratar de encauzar el país por la senda de la recuperación y estabilidad. Un Gobierno de consenso que, tachado de postizo voluntarista, ha sido denunciado por amplios sectores de los dos parlamentos, para acabar siendo rechazado por Tobruk este pasado 20 octubre, que rechaza de plano las concesiones introducidas en el último borrador para intentar sumar las facciones islamistas de Trípoli al acuerdo.

Cuando no existe posibilidad de salir de un círculo vicioso de reproches mutuos, ni tampoco cultura de compromiso, a veces es aconsejable el simularlo para que las partes implicadas puedan asumir el proceso sin perder cara y un mal entendido prestigio. Por eso ahora es mas necesario que nunca apuntalar la tenaz y paciente labor de mediación desarrollada por Bernardino de León con todo el peso de la comunidad internacional y muy especialmente de Europa, articulando foros paralelos a nivel municipal y tribal para fraguar un amplio respaldo al proceso, marginando a los dirigentes que, por ambiciones personales, están interesados en la continuidad del status quo. La labor de mediación y arbitraje de los conflictos e intereses contrapuestos no será fácil y exigirá un compromiso tenaz y a largo plazo para poner en pie un gobierno de unidad nacional que ejerza un control efectivo de su territorio y ponga fin a las banderías de islamistas radicales que hoy campan a sus anchas. No tenemos otra alternativa si queremos evitar una intervención militar que no tiene garantía de éxito y puede agravar aun mas las cosas.

La presencia del ISIS o Estado Islámico en Libia es incuestionable. Controlan Sirte y extienden sus redes por una amplia zona costera, que abarca poblaciones como Derna y an-Nawfaliyah donde tienen su base mas importante de operaciones. La timorata campaña contra ISIS por parte de Occidente -puesta ahora en evidencia por Rusia- se explica por la preocupación de que abran un nuevo flanco en Europa para aliviar la presión a la que están siendo sometidos en Siria e Iraq. La costa mediterránea constituye la zona mas vulnerable de la UE. Desde la orilla libia ISIS puede desatar el caos con acciones de piratería y terrorismo contra las vitales rutas marítimas que cruzan el Mediterráneo. Y su estrategia tampoco ignora lo fácil que resulta violar las fronteras europeas y desembarcar clandestinamente en nuestras costas para cometer ataques terroristas en el corazón de nuestras ciudades, utilizando sus redes locales infiltradas. Lo saben y lo contemplan. Y sus acciones pasadas no nos permiten engañarnos respecto a la clase de gentuza a la que nos enfrentamos y su capacidad para imaginar y llevar a cabo atrocidades. Europa linda en su frontera sur con un problema mayúsculo que amenaza nuestra seguridad y la única manera de afrontarlo es mediante la acción concertada de la UE y unas dosis de caballo de real-politik que tanto se echa a faltar en Bruselas y en la opinión pública y publicada. Mientras en los aeropuertos nos sometemos a controles de pasaportes y medidas de seguridad, 710. 000 irregulares se han saltado a las bravas nuestras fronteras solo en 2015. Parece que, finalmente, la CE y Juncker han despertado de su acomplejado letargo y están por fin tomando las medidas ineludibles para distinguir entre los legítimos refugiados y los otros. La decisión de transformar Frontex en una policía de fronteras dotándola de los medios y un marco legal unificado para controlar nuestras fronteras es un primer paso. La intervención para estabilizar aquellas áreas en las que se crea un vacío de poder que es ocupado por la anarquía y el terrorismo constituye el segundo paso. Hoy un fascismo de nuevo cuño nos amenaza y no nos libraremos de él cerrando los ojos. Tenemos por la delante unas decisiones difíciles, costosas y nada agradables y es necesario el respaldo de una opinión pública realista que evite postureos buenistas que solo sirven para despertar los peores fantasmas del pasado. Quien, cuando llega el momento, no sabe defender los valores de su civilización acaba sucumbiendo a la fuerza de la barbarie. O acatando y cubriéndose la cabeza con un pañuelo cuando se visita los reinos de la hipocresía y la intolerancia.

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