
Disfrutamos de uno de los mejores sistemas de salud del mundo, nuestro modelo de pensiones es muy solidario y garantiza una digna jubilación que en algunos casos llega incluso para mantener a toda una familia, la educación es universal y "gratuíta" desde los tres años y todavía, cuando algo falla en nuestro entorno más inmediato, apelamos al Estado porque no resuelve nuestro problema, cuando, en muchas ocasiones (afortunadamente), ni siquiera está en su mano.
Tal vez es la cultura paternalista en la que la dictadura nos educó como país y nadie, a lo largo ya de tres décadas largas de democracia, se ha molestado en mostrarnos una alternativa. Confieso que en 2011 pensé que Mariano Rajoy tenía ante sí el reto, y también la gran ocasión, de dar la vuelta a España como un calcetín: racionalizar la administración, establecer una adecuada correlación entre lo que el Estado exige a los españoles y los servicios que les presta y fomentar una cultura de responsabilidad individual.
Me equivoqué. Quizá no se atrevió o no quiso. O tal vez las urgencias provocadas por la necesidad de evitar el rescate se lo impidieron. Ha dejado pasar un momento único, pero con suerte la ventana de oportunidad no se ha cerrado. Ahora, en plena precampaña electoral, cuando los partidos se disponen a cerrar sus programas, es el momento de que los ciudadanos lo exijamos, que nos expliquen qué país quieren construir, cómo van a hacerlo y cuánto nos va a costar. Un sistema de prestaciones y rentas generoso tiene un precio en impuestos para los que trabajan.
¿Cuál es la ecuación que cada una de las tres grandes formaciones en liza tiene en mente? Ahora que piden zalameros nuestro voto, ha llegado la hora de pedir que nos traten como adultos porque, aunque las elecciones se celebren en diciembre, hace ya tiempo que aprendimos que la carta a Papa Noel o los Reyes Magos siempre tiene un precio que tarde o temprano hay que pagar.