Opinión

El panorama se oscurece

La agenda económica se centrará la próxima semana en la posible subida de los tipos de interés en Estados Unidos, desplazando su atención de la crisis china. Si Janet Yellen encarece el precio del dinero en la reunión del mércoles-jueves de la semana que viene, apreciará el dólar y provocará un terremoto en el mundo emergente. Muchas de sus monedas están referenciadas al billete verde, lo que frenaría su crecimiento y el de todos los demás. Por eso, la gran mayoría de analistas prevé ahora que la Reserva Federal deje intactos los tipos. Dará tiempo así a que China vaya dando pasos hacia la economía de mercado, como ha hecho esta semana.

Se trata, sin embargo, de ganar un poco de tiempo, porque si no es ahora los subirá en octubre o diciembre. Para entonces, deberíamos tener un diagnóstico más claro de lo que ocurre en China. En este momento, se pueden leer opiniones muy dispares sobre la salud de su economía. La mayoría cree que China crece a un ritmo de entre dos y cinco puntos por debajo del 7 por ciento, la cifra dada por buena oficialmente.

El consejo editorial de elEconomista vaticina que el yuan podría devaluarse entre un cinco y un diez por ciento adicional de aquí a final de año, lo que provocaría un nuevo tsunami entre las materias primas y el petróleo. Las autoridades chinas lo desmienten. Para convencer a los inversores, esta semana han anunciado un potente plan de inversión en infraestructuras, valorado en 200.000 millones, como alternativa a las devaluaciones. Pekin quiere poner fin a la depreciación de su divisa porque el endeudamiento de sus empresas, equivalentes al 300 por ciento del PIB, les deja poco margen para seguir invirtiendo y devolver las deudas.

China redujo el coeficiente de reservas a la banca para estimular su economía y en las próximas semanas debería acometer una bajada de los tipos de interés para impulsar el crédito y el consumo interno. Lo malo es que sacar a un país del letargo no se puede llevar a cabo de la noche a la mañana. Habrá precios bajos durante mucho tiempo.

Los primeros en sentir el impacto han sido los países emergentes, como Brasil o Rusia, que habían basado su expansión en los elevados precios del barril de crudo. Otras naciones desarrolladas, como Canadá, también están muy afectadas. El mundo se sumerge en un crecimiento al ralentí en un momento crítico, con la recuperación aún por consolidar. Los economistas de Citibank vaticinaban esta semana una recesión de un par de años hasta que China recupere el aliento.

Con este sombrío panorama, el desafío de Artur Mas y el resto de fuerzas políticas de Junts pel Sí llega en el peor momento. Parece improbable que logren mayoría absoluta, pero el lío está garantizado, aunque obtengan un porcentaje de votos inferior al cincuenta por ciento.

Me sonroja oír como el ministro de Exteriores, Manuel García Margallo, que suele ser como el verso suelto del Gobierno, promete ahora un cambio de la Constitución y la cesión del IRPF. La propuesta hace tiempo que fue descartada por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, encargado de la reforma de la financiación autonómica, quien ahora guarda un espeso silencio.

La cesión del cien por cien del Impuesto de la Renta a las autonomías favorecería a aquellas de mayor poder adquisitivo en detrimento de las demás y sigue el modelo federal de países como Alemania. Me extraña que el resto no haya puesto aún el grito en el cielo.

También sorprende que con excepción del presidente de la patronal CEOE, Joan Rosell, y el de la Cámara de Comercio de España, José Luis Bonet, ninguno de los grandes empresarios haya salido aún a la palestra para advertir de las graves consecuencias del soberanismo, como en el Reino Unido.

Es obvio que la próxima crisis española provendrá de las autonomías. Casi cuatro años después de poner en marcha el plan de proveedores, la mayoría de gobiernos regionales son incapaces de abonar sus facturas y eso que no pagan ni intereses de la deuda. El déficit autonómico alcanzará este año el 1,66 por ciento del PIB, más del doble de lo previsto. Y el problema, en contra de lo que piensa la mayoría, no está en Cataluña, sino en las de menor renta per cápita, que viven muy por encima de sus posibilidades. Mientras Cataluña subía, por ejemplo, el tramo autonómico del IRPF, Extremadura anunciaba una rebaja. La financiación autonómica es inasumible y urge una redistribución que premie al que más produce y no al que malgasta, como en la actualidad.

España incumplirá el objetivo de déficit del 4,2 por ciento, según coinciden varios organismos, debido también a que la precariedad del nuevo empleo es insuficiente para sufragar la Seguridad Social. Una muestra de la fragilidad de la recuperación. El panorama global y local se oscurece y aquí seguimos desafiando el sentido común y brindando con champán, ajenos a la realidad.

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