
Suele afirmarse que en un contexto distinto al del euro, la situación económica por la que ha atravesado y sigue en gran medida atravesando la economía española desde 2007 se hubiera afrontado con el recurso a la devaluación del tipo de cambio. Ante la imposibilidad de modificar la paridad de nuestra moneda, el ajuste ha tenido lugar, fundamentalmente, por el lado de los salarios en un contexto de elevado desempleo y de reducción de márgenes.
La historia de nuestra economía ha sido una historia salpicada por el recurso frecuente a las devaluaciones. Con tipos de cambio fijos, dicha devaluación supone la redefinición de la paridad de una determinada divisa sobre la base de que el tipo de cambio definido ha dejado de ser sostenible y creíble por los mercados. Son precisamente los mercados los que con tipos de cambio flexibles determinarán si una determinada moneda se aprecia o se deprecia. Así, a principios de los años noventa, en el marco del sistema monetario europeo, las autoridades monetarias resolvieron devaluar la peseta varias veces con el objetivo de hacer frente a la situación económica de recesión mediante las ganancias de competitividad que se asocian a las devaluaciones.
¿Hubiera sido suficiente con haber recurrido a la devaluación del tipo de cambio para hacer frente a la situación económica de los últimos años? Lo primero que hay que tener en cuenta es que, desde el punto de vista de la competitividad, lo que realmente conlleva una devaluación es el aumento de los precios de las importaciones en moneda nacional y la disminución de los precios de las exportaciones en moneda extranjera.
La pregunta es: ¿cuál es el efecto que dicha devaluación tiene sobre nuestro saldo comercial y sobre la competitividad de nuestras exportaciones? La respuesta es: depende. Depende básicamente de las elasticidades respecto al precio de nuestras importaciones y de nuestras exportaciones. Dicho de otro modo, depende de la sensibilidad que tiene nuestro comercio exterior respecto a las variaciones de precios. Así, cuanto más inelásticas sean nuestras importaciones peores serán los efectos de las devaluaciones puesto que el aumento de su precio en moneda nacional supondrá que tendremos que pagar un importe mayor por ellas. Un caso típico serían las importaciones energéticas. Por el contrario, para que la devaluación sea efectiva por el lado de las exportaciones, éstas deberían ser muy elásticas, de tal manera que la disminución del precio en moneda extranjera debería traducirse en incrementos sustanciales de nuestras ventas al exterior. Estos argumentos son aplicables a los efectos que la actual depreciación del euro puede tener sobre nuestro sector exterior, especialmente en un contexto de precios energéticos bajos.
No debemos olvidar que el tipo de cambio es una variable nominal y por lo tanto sólo tiene efectos reales si afecta en este caso al tipo de cambio real, para lo cual es fundamental que las ganancias derivadas de la devaluación no sean absorbidas por el aumento de la inflación. Este incremento de los precios es consecuencia de los mayores precios de los productos importados y de la disminución de la oferta interna. Dicho de otro modo, la situación a la que ha debido hacer frente la economía española en los últimos años no se hubiera resuelto devaluando nuestra moneda o hubiera necesitado de una pérdida de valor de nuestra moneda difícilmente sostenible, salvo que hubiéramos sido capaces de controlar el efecto inflacionista de las devaluaciones.
En un mundo tan globalizado como el actual, las ganancias de competitividad no se consiguen alterando variables nominales sino que requieren una mejora de los costes laborales unitarios respecto a los competidores, lo que sólo se consigue o bien mejorando la productividad o bien con incrementos salariales inferiores a los de nuestro entorno o con una mezcla de ambos. Otra alternativa es mantener cuotas de mercado a cambio de menores márgenes. Evidentemente, lo ideal para cualquier economía es que las ganancias de competitividad se obtengan por mejoras en la productividad, es decir, por mejoras en los fundamentos reales de una economía. Detrás de la productividad se encuentran variables como el nivel de formación del capital humano, la eficiencia de los métodos de gestión y organización o la I+D+i, es decir, variables reales que no se modifican necesariamente por devaluar la moneda.
En definitiva, y aunque obviamente nunca podremos evaluar el contrafactual de qué le hubiera pasado a la economía española si hubiera dispuesto de moneda propia, creo que el problema de la actual situación no es el euro, ni su probablemente excesiva cotización en los peores años de la crisis, ni tan siquiera el mayor o menor acierto en las políticas monetarias y fiscales aplicadas, sino la dificultad de una economía como la nuestra de encontrar su lugar en un mundo globalizado y con tecnologías como las actuales y las que vendrán.