La política monetaria no es suficiente. Hay que coordinarla con una adecuada política fiscal y con reformas de calado.
Hasta el jueves la atención estará puesta sobre Mario Draghi, de quien se espera anuncie importantes medidas de política monetaria de corte expansionista para evitar la inflación y fortalecer el desmayado crecimiento económico de la UE. Los esfuerzos realizados hasta ahora por algunos de los Estados de la eurozona, como es el caso de España, se pueden ir al traste si las principales economías de la región se gripan (Francia o Italia) o funcionan al ralentí (Alemania).
Es un error pensar que sólo con la actuación del BCE será suficiente. El propio Draghi ya se encargó en Jackson Hole de recordar a los Estados que ellos también han de hacer su parte del trabajo. Una advertencia que secunda el ministro alemán Wolfgang Schäuble, que cree que además se necesita de políticas fiscales que activen la recuperación sin incrementar el déficit. Un difícil dilema que va más allá de la simplificación: austeridad, sí o no.
Otra equivocación sería desandar el camino y dejar de corregir los desequilibrios, porque la recuperación se puede topar con el lastre de la deuda o con un déficit insoportable que nos devuelva a la casilla de salida de la crisis. Esto exige reformas y también una política fiscal que, sin olvidar la corrección de esos desequilibrios, insufle alegría al PIB. Una herramienta que los gobernantes europeos deben manejar con sutileza. Se puede, por ejemplo, apretar algo el acelerador del gasto para aumentar la inversión en economía productiva, al tiempo que se bajan impuestos a las empresas y a las familias para que consuman e inviertan más.
Para salir del impasse, los Estados, la Comisión y el BCE deben coordinar sus políticas y remar con el mismo propósito. No hacerlo puede sumir a Europa en la depresión durante largo tiempo.