Opinión

Álvaro Anchuelo: Consecuencias para Grecia (o España) de abandonar el euro

Es éste un tema que se debate socialmente cada vez con mayor frecuencia, pero del que no suelen examinarse todas las implicaciones. Se trata de un escenario posible, aunque improbable.

La Unión Monetaria Europea no contempla la posibilidad legal de expulsar a ninguno de sus miembros, pero sería incapaz de detener a un país soberano que desease abandonarla.

No obstante, aunque sea posible salir, el período de gran inestabilidad que acompañaría a una reintroducción de la moneda nacional haría pronto añorar el euro. Habría dificultades para volver a adaptar los cajeros, la contabilidad, emitir las nuevas monedas y billetes (esta vez sin el plazo de tres años del que se dispuso en el cambio de las monedas nacionales a los euros). Pero éste sería el menor de los problemas.

Cualquier señal del abandono del euro desencadenaría una gigantesca crisis bancaria por las retiradas de fondos y salidas de capitales para evitar la conversión a una nueva moneda que, no lo olvidemos, pronto se devaluaría fuertemente. Evitar esa hemorragia requeriría controles de capital en un escenario que recordaría al de Argentina en 2002. Estas medidas dificultarían el consumo y la inversión, con los consiguientes efectos contractivos sobre la producción.

Interferirían también en el funcionamiento del Mercado Único, al impedir la libre movilidad de capitales, poniendo en cuestión la pertenencia del país que abandonase el euro a la propia Unión Europea.

La ventaja principal de tener una moneda propia consistiría en la posibilidad de devaluarla, según suele resaltarse. Es cierto que, ceteris paribus, ello permitiría ganar competitividad internacional. La magnitud de la devaluación que cabría esperar sería grande, probablemente superior al 30 por ciento. Se suelen olvidar, sin embargo, los efectos que tendría esa devaluación sobre la deuda externa, en su mayor parte denominada en euros.

Si se mantuviese su denominación en euros, esa deuda aumentaría repentinamente en términos de la nueva divisa. Si, por el contrario, se convirtiese a la nueva moneda al tipo de cambio inicial, la devaluación posterior reduciría fuertemente su valor en euros. Esto no sería otra cosa que un default de hecho. Como penalización, los mercados internacionales de capitales se cerrarían a las emisiones de ese país durante años.

Solución desde dentro

Las propias ventajas iniciales de la devaluación en términos de mayor competitividad deberían ponerse en perspectiva. Recordemos lo aprendido cuando usábamos la peseta. Las ganancias de competitividad a través de devaluaciones son temporales y no solucionan un problema que tiene raíces estructurales.

Las devaluaciones terminan provocando inflación, con lo que las ganancias transitorias de competitividad se van disipando y se necesitan nuevas devaluaciones. Las expectativas de éstas, junto al riesgo soberano, elevarían los tipos de interés. En fin, volveríamos a lo que vivíamos antes del euro (devaluaciones, inflación y altos tipos de interés), pero multiplicado.

La alternativa de permanecer dentro del euro tampoco está exenta de problemas. Estamos obligados a elegir entre una opción mala y otra peor. Una vez dentro del euro, parece lo más sensato tomar las medidas necesarias para realizar el ajuste sin salir de él. En este caso, la principal dificultad reside en recuperar la competitividad internacional perdida.

Para ello, la moderación salarial es necesaria pero no suficiente. Tiene que ir acompañada de un aumento sostenido de la productividad del trabajo, basado en la innovación tecnológica. Eso permitiría disminuir el coste laboral real por unidad de producto sin necesidad de reducir el salario real. Aún más deseable sería aumentar la competitividad no sólo vía costes, sino mediante la mayor calidad y la diferenciación de los productos.

Produciendo bienes de bajo contenido tecnológico,siempre será difícil competir con los países emergentes.

Álvaro Anchuelo. Catedrático de Economía Aplicada.

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