Los datos de empleo de abril recogen el impacto positivo del inicio de una temporada turística similar a la de los años previos a la pandemia. La Semana Santa ha compensado el peso de la incertidumbre derivada de la guerra en Ucrania, la inflación desbocada o el agravamiento de los cuellos de botella en los suministros de componentes y materias primas.
Gracias a ello se supera por primera vez el umbral de los 20 millones de afiliados. Pero, sin negar que esta evolución supone una buena noticia, es preciso analizar qué tipo de empleo se crea. En este sentido, las cifras señalan que el trabajo indefinido registró un impulso sin precedentes en abril con 698.646 nuevos contratos, casi la mitad del total de los suscritos. Sin embargo, solo un 40,7% de esos puestos estables se firmaron a jornada completa. El resto lo fueron a tiempo parcial (un 25,1%) o bajo la modalidad de fijos-discontinuos (34,2%). Esta última se confirma como la protagonista de la nueva legislación del mercado de trabajo. Se trata de una figura indefinida de nombre pero pensada para tareas estacionales, de manera que el trabajador pasa a la inactividad, aunque no cuente como parado a efectos estadísticos, hasta que se le vuelve a llamar. Es el auge de este contrato orientado al sector turístico y ahora instaurado como sustituto por defecto del temporal por obra y servicio, lo que más dudas siembra sobra la calidad real del nuevo empleo que se genera.
El auge de los fijos discontinuos siembra serias dudas sobre la calidad de los contratos tras la nueva reforma laboral
En este contexto, resultan imprescindibles medidas para apoyar la creación de puestos de trabajo en sectores más productivos. Mal servicio hace la reforma laboral si en lugar de mejorar las condiciones de todo tipo de puestos de trabajo solo precariza la de los indefinidos.