
Aún recuerdo aquel caso en el que un demandante de empleo en EEUU detalló en su currículo todos y cada uno de los fracasos laborales que había tenido a lo largo de su vida profesional. Esa transparencia curricular resultó ser una verdadera noticia en España, un país en el que no sólo se ocultan los fracasos laborales, sino que se suele derrochar inventiva a la hora de exponer los supuestos éxitos, e incluso las titulaciones formativas que se poseen.
Todos los directivos de recursos humanos conocen bien que, si en un currículo se dice que se tiene un nivel "medio-alto" de inglés, eso significa en realidad que no se puede siquiera mantener una conversación fluida al teléfono con un angloparlante.
Esta situación no hace más que mostrar a las claras dos maneras totalmente divergentes de entender la realidad laboral de una persona: mientras en EEUU se valora la capacidad de resiliencia de las personas, su voluntad de volver a levantarse por muchas veces que uno se caiga; en España somos implacables con el fracaso y una equivocación en un momento de la vida puede marcar el desarrollo futuro de un profesional, al margen de su valía real, y de las circunstancias que motivaron el fracaso anterior. Para un americano, alguien que ha cometido errores y sale adelante es un profesional esforzado y valiente, en España, quien comete un error es alguien torpe y que no merece más oportunidades porque seguro que vuelve a fracasar.
Planteo esta disyuntiva porque la nueva Ley de Segunda Oportunidad ha venido a cambiar esta perniciosa práctica de prescindir de todo el talento que, en algún momento, ha tenido un tropiezo en su carrera profesional. La posibilidad de que un autónomo o pyme pueda obtener el beneficio de la exoneración del pasivo insatisfecho es una gran noticia que permite a ese profesional poder soltar lastre y seguir adelante con nuevas fuerzas y con la tranquilidad de contar con una segunda oportunidad.
Efectivamente, antes de este cambio legislativo, las deudas contraídas en un tropiezo empresarial podría lastrar para siempre las oportunidades de recuperación de la persona que, además de tener que seguir haciendo frente a las deudas durante años (lo que merma sin duda su capacidad de emprender nuevos caminos), también quedaba indeleblemente manchado por la injusta y negativa valoración social por la que, si tienes una deuda, es que eres un mal gestor, sin paliativos, ni circunstancias atenuantes.
Si atendemos al periodo de cortocircuito económico provocado por la pandemia, entenderemos que muchos buenos proyectos hayan fracasado, no por su propia naturaleza empresarial, sino por las circunstancias externas en un momento determinado y en un espacio concreto. ¿Cuántos buenos proyectos habrán caído a consecuencia del Covid19? Probablemente muchos. Seguramente muchos más de los que nos podemos permitir. Por eso mismo, como sociedad, podemos entender que haya proyectos que terminen en fracaso, pero no podemos permitirnos renunciar al talento que ha tenido la valentía de ponerlos en marcha y que, si arbitramos las medidas oportunas, volverá a internarlo tantas veces como sea posible hasta el éxito final. Ésta debe ser la mentalidad resiliente que guíe a la sociedad, si esa sociedad quiere tener un futuro solvente.