
La vuelta de Pedro Sánchez a la Secretaría general del Partido Socialista tras la defenestración perpetrada contra él por esta genio de la política llamada Susana Díaz supuso la destrucción de cualquier representación interna. En efecto, poco después del éxito en las primarias, Sánchez convocó el 39 congreso (junio de 2017) que trajo consigo la destrucción del sistema interno, no tanto por el texto aprobado en aquel congreso sino, sobre todo, a través del Reglamento federal aprobado en comité federal del 17 de febrero de 2018. Lo que allí se decidió fue que en el nuevo PSOE sólo existirían el líder elegido en primarias, es decir, mediante un sistema plebiscitario, y las bases, a las que creo conocer bastante bien: sectarios y chupópteros a partes iguales. El reglamento también puso de manifiesto el poder de Ferraz sobre las federaciones.
Aquella normativa interna que, a lo largo de 558 artículos y 184 páginas, describía hasta el mínimo detalle el nuevo modelo de partido que había soñado Pedro Sánchez, fue ratificada por unanimidad por el comité federal del PSOE, con sus miembros en pie y entre aplausos. Las nuevas reglas del juego otorgaban más poder al secretario general y a las bases, pero los barones y el mismísimo comité federal prácticamente desaparecían como órganos de debate y de control. Para más inri, aquellas decisiones plebiscitarias (es decir, antidemocráticas) le permitieron al líder presumir de que "el PSOE será el partido más democrático, participativo y paritario del país". Se convertirá en "el PSOE de la militancia", y un PSOE "cercano a sus militantes es un PSOE cercano a sus votantes", se jactó ante el máximo órgano del partido. Pero es que los votantes del PSOE se parecen a sus militantes tanto como un huevo se parece a una castaña. Es decir, nada. Si se hiciera un análisis sociológico o ideológico de uno y otro colectivo se vería que los militantes son mucho más sectarios y menos trabajadores que los votantes. En otras palabras, que la militancia de los partidos (y no sólo la del PSOE) no representa ni social ni ideológicamente a sus votantes.
Pero no todos estaban de acuerdo. En la reunión de aquel sábado se ausentaron varios presidentes autonómicos -Susana Díaz (Andalucía), Ximo Puig (Valencia) y Javier Fernández (Asturias)- y solo aguantó hasta la votación, al filo de las tres de la tarde, el extremeño Guillermo Fernández Vara, porque el aragonés Javier Lambán y el manchego Emiliano García-Page ya se habían marchado.
Pues bien, después de esta monumental cacicada Pedro Sánchez se dispone a seguir por esa vía. Y lo peor está por venir y llegará con el nuevo congreso, a celebrar el próximo octubre en Valencia. En él se pretende eliminar las posibles fuentes críticas. Como reseñaban hace unos días en El Confidencial los periodistas Fernando Garea y Ángel A. Giménez, "el PSOE será suyo, exclusivamente suyo". Y añadían:
"Ese pretendido partido del futuro tendrá una ejecutiva más corta, más profesionalizada, feminista y joven. No se espera que Adriana Lastra o José Luis Ábalos salgan de sus cargos. Para el presidente la lealtad es prioritaria".
Pues eso: todos firmes y saludando. Dicho de otra manera: o se va Sánchez o el PSOE muere.