
Se atribuye al poeta estadounidense James Whitcomb Riley (1849-1916) la famosa frase que dio origen al llamado "test del pato": "cuando veo un pájaro que anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, lo llamo pato".
Ese mismo tipo de razonamiento inductivo es el que se me viene a la cabeza cuando veo que, como ya había anticipado el Gobierno, el número de trabajadores en Erte no sólo no se reduce, sino que ha subido desde los 739.000 que había a finales de enero hasta los casi 900.000 trabajadores que hay a cierre de febrero.
La suspensión temporal de empleos evitó el despido de 3,5 millones de personas
Analizando la evolución del número de trabajadores en ERTE surgen varias reflexiones interesantes. La primera, es que es una medida crítica para reducir el impacto inicial en el empleo de shocks económicos. Ha funcionado incluso en el caso extremo y, hasta ahora desconocido, del doble shock económico que se ha producido como consecuencia de la pandemia del Covid-19: a la caída inicial de la producción y la actividad empresarial -shock de oferta-, le siguió el desplome del consumo de los hogares que se redujo a los productos básicos de supervivencia -shock de demanda-, lo que a su vez retroalimentó la caída de la producción hasta provocar una recesión sin precedentes (el PIB cayó un -21,6% en tasa interanual en el segundo trimestre de 2020). En los primeros meses del estado de alarma, con un severo cierre de toda actividad económica, la figura del trabajador en ERTE permitió no perder 3,5 millones de empleos.
A decir verdad, esta eficacia tampoco debería sorprendernos en exceso, ya que el refuerzo de la figura del ERTE -junto a otras medidas adoptadas en la reforma laboral aprobada por el Gobierno del Partido Popular en 2012- supuso ya un punto de inflexión en la anterior crisis financiera y permitió revertir la tendencia de destrucción de empleo que sufríamos desde 2009. Antes de la reforma laboral, se creaba empleo a un ritmo menor cuando la economía crecía y se destruía empleo a un ritmo mucho mayor cuando la economía caía. Desde 2012 sucede todo lo contrario: se creó más empleo creciendo menos (medio millón de nuevos empleos al año creciendo entre el 2,5% y el 3%) y se ha destruido menos empleo cuando la economía ha caído más (-3,1% el empleo con una caída de la economía del -11,0% en 2020).
No deja de ser sorprende que los mismos miembros del Gobierno que acordaron derogar la reforma laboral de 2012 defiendan ahora la innovación que ha supuesto la figura del ERTE y digan, con indisimulado orgullo, que "los ERTE han venido para quedarse".
La segunda reflexión es que el ERTE por sí solo no resuelve los problemas. Se trata de un "salvavidas", de un excelente "estabilizador automático" que evita la destrucción de empleo a corto plazo, pero como tal debería ser transitorio y acompañarse simultáneamente de reformas estructurales tendentes a reincorporar -lo antes posible- a esos trabajadores al mercado laboral. Siguiendo con el símil, no basta con lanzar un salvavidas al náufrago, por muy bueno que sea el salvavidas, lo importante es hacer todo lo necesario para que el náufrago pueda volver a tierra firme. Si no se acometen las reformas necesarias, los trabajadores en ERTE se "cronifican" perdidos en el mar del desempleo.
Y eso es lo que empieza a parecer que sucede en nuestro país: la falta de reformas y de ayudas directas a los sectores que más han sufrido el cierre y las restricciones asociadas a la pandemia retrasan las expectativas de recuperación económica y mantienen un número elevado de trabajadores que llevan en ERTE casi desde el inicio de la crisis.
En los últimos 6 meses, el número de trabajadores en ERTE se ha mantenido estable en torno a los 750.000; estando además muy concentrados en los sectores productivos que han experimentado una caída mayor en 2020. Dos de cada tres trabajadores que están en ERTE trabajan en el sector "comercio, transporte y hostelería" que cayó un -20,4% en 2020, casi el doble que la media del PIB. Cada día que pasa, los 145.000 trabajadores del comercio, los 119.000 de los servicios de alojamiento o los 323.000 de los servicios de comidas y bebidas que a día de hoy siguen en ERTE tienen más difícil su plena incorporación al mercado laboral.
Por eso, o se hacen las reformas necesarias que permitan reincorporar ya a estos trabajadores al mercado laboral o, volviendo al test del pato, tendremos que llamar las cosas por su nombre y decir "si lleva meses queriendo trabajar, pero no trabaja, como un parado… y recibe una prestación social, como un parado… no es un trabajador en ERTE, sino un parado".