
La vacunación contra el COVID-19 en América Latina afronta una serie de problemas, unos propios de la región (como la lentitud en el despegue del proceso o el menor margen de maniobra financiero de sus gobiernos), y otros compartidos con todo el mundo (limitada capacidad de oferta de la industria farmacéutica, proteccionismo comercial o fuerte incidencia de los factores geopolíticos). A la espera de que las dosis comprometidas por el sistema COVAX comiencen a llegar, lo que se espera ocurra en las próximas semanas, lo cierto es que muy pocos países de la región ya están impartiendo el fármaco entre su población.
Estos países son Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, México y Panamá. Pero, salvo Chile, el resto solo ha vacunado a menos del 1% de su gente, mientras otras ni siquiera han comenzado a hacerlo. Es por eso que la respuesta chilena destaca claramente, y no solo en el contexto regional, sino también en el internacional. Y esto es así tanto por su temprano y considerable acceso a la vacuna, como por la forma en que afrontó el proceso de vacunación. De hecho, con datos del 9 de febrero pasado, Chile era el quinto país del mundo, y el primero de América Latina, en administrar las vacunas por 100 habitantes. La lista mundial la encabeza Israel (67,8) de forma clara, seguido por Emiratos Árabes (45,7), Reino Unido (20), Estados Unidos (13,4) y Chile (5,58).
El resultado chileno fue considerado "impresionante" por Max Roser, investigador de la Universidad de Oxford y fundador de Our World In Data. Sin embargo, simultáneamente a estos importantes logros se observan algunos problemas muy serios que amenazan replicarse en otros países, como la exclusión de extranjeros y migrantes del proceso. Con la intención de evitar el "turismo de vacunación" (llegada masiva de habitantes de países limítrofes para recibir las dosis correspondientes de vacunas), en Chile se han puesto en marcha políticas sumamente restrictivas con los extranjeros en situación irregular, lo que puede afectar a un número elevado de inmigrantes carentes de papeles y visados.
Las reticencias al libre comercio y a la iniciativa privada están lastrando la lucha contra el virus
Así como se critica a los países más desarrollados, especialmente a la UE y a Estados Unidos, por no garantizar un acceso sin trabas a la vacuna, con el correcto argumento de que mientras haya un país con problemas, todos los países del mundo globalizado los seguirán teniendo, lo mismo vale al interior de las naciones. Si no se vacuna al conjunto de la población, y de forma homogénea, tampoco se logrará la tan deseada inmunidad de rebaño.
Estas medidas restrictivas se dan en un contexto de preocupante aumento de la xenofobia en la región. En países como Chile, Perú y Ecuador ya han comenzado a manifestarse algunas conductas discriminatorias. Incluso en las campañas electorales y en el discurso encendido de algunos candidatos se están cargando las tintas contra los extranjeros. En Ecuador, el candidato presidencial Andrés Arauz, alter ego de Rafael Correa, impulsor de una agenda teóricamente progresista, preguntado en diciembre pasado si permitiría que más venezolanos se establecieran en su país respondió de forma contundente: "No, nuestra prioridad es servir al pueblo ecuatoriano". Su actitud contrasta con la del presidente de Colombia Iván Duque, que acaba de anunciar la regularización de 1.700.000 venezolanos en 10 años. Su medida tendrá importantes consecuencias nacionales y regionales, pero también será una forma eficaz de luchar contra la pandemia.
Los tres grandes problemas que enfrenta América Latina en este proceso son: el acceso a la vacuna (capacidad de compra y negociación internacional), su distribución en todo el territorio nacional (capacidad logística) y su aplicación al conjunto de la población (capacidad sanitaria). Como bien ha señalado Enrique Feás, investigador del Real Instituto Elcano, en alusión a la UE, "la solución cooperativa sigue siendo la mejor forma de aprovisionarse de vacunas… Como ocurre con el comercio internacional, cooperar y solucionar errores siempre será mejor que no cooperar e ir cada uno por su lado".
Mientras tanto, lo que demuestra la experiencia latinoamericana es que cada país ha decidido hacer la guerra por su cuenta, que los mecanismos y las instituciones de integración regional no han funcionado y que todo esto ha limitado considerablemente la capacidad de respuesta de sus gobiernos. Y si bien ha primado el pragmatismo a la hora de aprovisionarse de la vacuna, con independencia de su lugar de producción, las grandes reticencias sociales y políticas sobre el libre comercio y la iniciativa privada, en este caso el papel de los laboratorios farmacéuticos, son factores que lastran las iniciativas correctas que se puedan tomar para mejor combatir al SARS-CoV-2.