
Ha nacido el PRI a la española. En muchos años, tal vez décadas, no habrá otro gobierno distinto al que forman PSOE y Podemos, que advierten a la todavía existente oposición de que pierda toda esperanza y reconozca su inutilidad. Esta semana se ha intensificado el mensaje, lo hemos escuchado siempre que han hablado Iglesias, Lastra o Echenique: la etapa que ha empezado hace un año supone la eliminación de la alternancia democrática porque las opciones políticas de derecha no conseguirán acceder al poder. Imaginamos que lo que viene es una etapa como la del antaño predominante partido mexicano, setenta años en el gobierno, o las del socialismo andaluz en la Junta, cuatro décadas ininterrumpidas. La sorna con que ese vaticinio es lanzado a la cara de los adversarios políticos por los dirigentes socialistas y podemitas hace pensar que la etapa que se abre será radiante y lúcida para los correligionarios de la izquierda, y tenebrosa para todos los demás. Un país roto, partido en dos por motivos ideológicos.
La España que quieren Sánchez e Iglesias es la de un gobierno único que dure muchos años y transforme la sociedad a su antojo, incluso aquellos aspectos en los que sea aconsejable un consenso muy amplio de la sociedad como el modelo institucional monárquico o republicano. No les importa, al contrario, les estimula que la mitad del país no comparta esa visión del futuro. Y para ello han diseñado una nueva dirección de Estado a la que se suman una pléyade de grupos independentistas, nacionalistas supuestamente más moderados y regionalistas que conforman una mayoría muy cercana a los 190 escaños. La nueva dirección de Estado tiene ahora verdaderos patriotas, en arriesgada definición del PSOE, y formaciones realmente fraternales en palabras del vicepresidente Iglesias, que superan en patriotismo y fraternidad a los escaños que actualmente ocupa la oposición. Los crímenes que ampararon algunos de ellos y los golpes contra el Estado de algunos otros parecen no haber ocurrido. Con la seguridad de tener esos mimbres detrás, la portavoz parlamentaria y el vicepresidente aseguran que la derecha va a estar fuera del gobierno muchos años. Aquella tarde de mayo en que aprobó los presupuestos, Rajoy pensó que agotaría la legislatura y todos sabemos lo que ocurrió sólo un día después. Pero esta vez parece que el triunfalismo gubernamental sí está apoyado en datos más realistas que aquellos que sustentaban en 2018 a un PP sostenido por un socio acosador como Ciudadanos y un PNV veleta que siempre se pondrá del lado en que sople el mejor viento para sus intereses.
La situación ahora es más estable porque Sánchez comparte proyecto político en un amplio porcentaje con las fuerzas radicales con las que ha pactado los presupuestos. En su visión de la España posmoderna, el presidente tiene muchos puntos en común con Junqueras y Otegui y ninguno con Casado y Arrimadas. Por eso no correrá peligro su legislatura Frankenstein, un monstruo que tenía algunas novias que se han sumado al banquete. El motivo de esta euforia socialista, más que cualquier expectativa de ruptura de la unidad del bloque pro gubernamental, es la fractura en el bloque conservador.
Escuchando el debate presupuestario y los ataques cruzados entre PP y VOX, los voceros socialcomunistas están cargados de argumentos para anunciar a los cuatro vientos que este país no vuelve a gobernarlo la derecha en muchas décadas. Que será un país de gobierno único como la Junta de Chaves, como si eso fuera un motivo de orgullo, como si no se cargara de un plumazo la necesaria alternancia y la pluralidad democrática.
Empieza una nueva era, dicen los socios del PSOE. La nueva estabilidad se apoyará en el amigo poco de fiar, que redoblará sus chantajes siempre que lo desee, pero que en el fondo estará seguro de haber encontrado un compañero de viaje, el PSOE de Pedro Sánchez y sus militantes, dispuesto a cruzar todas las líneas antes consideradas sagradas.