Opinión

En busca el tiempo perdido en el mercado

El autor de En Busca del Tiempo fue un pésimo inversor

Una parte significativa del monumento que es Correspondencia de Marcel Proust -veintiún tomos en la edición de Philip Kolb- versa sobre la gestión de su patrimonio. Proust heredó de sus padres una considerable fortuna que le hubiera permitido vivir con holgura hasta el final de una vida larga, pero su desorbitado tren de vida, su prodigalidad y, sobre todo, la impericia con la que gestionó su cartera de inversiones hizo que, pese a morir joven, lo hiciera poco menos que en la ruina. El principal destinatario de esta correspondencia fue su primo, Lionel Hausser, probo agente de cambio y bolsa de la banca Warburg, que hizo lo que pudo por protegerlo de sí mismo y salvaguardar su hacienda, pero al que hacía poco caso.

El carteo entre los primos resulta de lo más divertido, pues el pragmático y diligente asesor se dirige al receloso Proust con una franqueza a la que seguramente éste no estaba acostumbrado, llegando con frecuencia a herir su exacerbada sensibilidad. Ante una de sus cartas, en la que, tras constatar que había ignorado su consejo de unificar la gestión de su patrimonio en un solo banco, Hausser le reprocha el error desastroso de mezclar los sentimientos y los negocios, el escritor contesta: "Tu ocurrente carta me ha divertido mucho más que satisfecho. Y es que observo que en la base de nuestra correspondencia hay un malentendido, malentendido del que reconocerás que yo no soy culpable. Los motivos por los que no puedo (sin meterme con ello en inextricables problemas familiares) retirar del Industriel más que los depósitos que desea tu banquero no obedecen en absoluto a razones de sentimiento con el Industriel como pareces creer, sino a ciertas consideraciones familiares como todos las tenemos y que, cada uno a nuestro modo, tomamos más o menos en consideración".

Para manejar un patrimonio se debe confiar siempre en la gestión de los expertos

El desespero de Hausser, con todo, era de lo más razonable porque el modus operandi de Proust podría constituir todo un catálogo de malas prácticas para inversionistas. En vez de confiar a un experto la gestión de su fortuna y adecuar su gasto al nivel de su renta, se empeñaba en hacerlo él mismo operando a través de diversos bancos, asistido por corredores varios y un largo elenco de consejeros e intermediarios ocasionales… Las instrucciones que emitía serían recordadas por sus destinatarios años después con verdadero horror, pues solían ser largas cartas "Proust style" de las que se hacía difícil deducir lo que verdaderamente pretendía. Pero aún más que las dudas eran de temer sus corazonadas que le llevaron a invertir y desinvertir de manera ruinosa, pues, para enfado de Hauser, tenía la peregrina costumbre de comprar cuando las acciones subían y vender cuando bajaban. Sus corazonadas eran de dos tipos: los "soplos", esto es, las informaciones privilegiadas a las que creía tener acceso como consecuencia de sus intensas relaciones sociales, y las "intuiciones", mayormente ligadas al exotismo y sonoridad de los títulos en los que invertía, que le llevaron a asumir posiciones de enorme riesgo y a padecer pérdidas astronómicas. Porque también como inversionista y no solo como escritor, nuestro autor era "cratileano", es decir, seguía la doctrina platónica según la cual los nombres denotan la esencia de los seres y las cosas, y con demasiada frecuencia era la seducción del nombre de unos títulos (Missouri Pacific Railway Company, Malacca, Rubber Plantations, Noth Caucasian…) y no consideraciones económicas la que determinaba sus inversiones. Hay un famoso pasaje de una carta a Reynaldo Hahn que evoca muy bien estas ensoñaciones: "En este momento, mi espíritu sutil que el vaivén acaricia viaja entre las minas de oro de Australia y el camino de hierro de Tanganica y se posará sobre alguna mina de oro que espero merezca verdaderamente su nombre".

Las corazonadas o soplos conducen a asumir posiciones de enorme riesgo y a padecer pérdidas

El resultado de tales prácticas fue un progresivo arruinamiento que desasosegó los últimos años de su vida, sin que llegara a entenderlo: "Sin que acierte a comprenderlo – escribe en otra carta de 1912- el Crédit Industriel, la Banca Rothschild, el Banco Warburg me escriben que estoy en déficit. Si sus cuentas son exactas, con el dinero gastado este año debería haber comprado la Giocconda y mantenido a diez cocottes. No entiendo nada".

El paciente Hauser que, con encomiable celo, contestaba las continuas consultas, llega un momento en el que no puede menos que sincerarse: "Desdichadamente - le dice en una de sus cartas- vives en una atmósfera de idealismo de la que extraes seriamente goces infinitos que difícilmente podrás encontrar en la tierra. Lo comprendo tanto más cuanto una parte de mi existencia transcurre en el mundo de lo irreal [Hauser tenía debilidades esotéricas], pero cometes por desgracia el grave error de confundir este mundo y los seres que lo habitan con el plano físico y sus habitantes. De ahí vienen todos tus sinsabores. Has crecido desde tu infancia, pero no has envejecido, sigues siendo el niño que no admite que se le riña ni cuando ha sido desobediente. Por eso has eliminado de tu entorno a todos aquellos que, no dejándose engañar por tus carantoñas, tenían el valor de reñirte cuando no te habías portado bien. Consecuencia de ello es la situación en la que te encuentras. Te lamentas antes tus allegados de que estas arruinado y sin reparar en que el único artífice de tu ruina eres tú, esperas de ellos que te compadezcan y comparas la respuesta entrañable de uno de tus allegados con la manera brutal con que yo me atrevo a sacudirte, cuando estoy haciendo lo posible por tapar los boquetes que has abierto en tu barco".

Verdaderamente, la profesionalidad de Hauser merecería un estudio aparte, pues las cartas que escribió a su primo, llenas de sentido y buen humor, constituyen una muestra perfecta de lo sufrida que puede ser la relación con un cliente. Se cuenta que Robert de Montesquieu, que, como es sabido, inspiró el personaje del Barón de Charlus en la Recherche, en una de sus recurrentes crisis atrabiliarias, llegó a aconsejar a Proust que, habida cuenta de "la energía natural de su raza", se dedicara a los negocios mejor que a la literatura. Lo reseñado y la obra proustiana dan cuenta de la cruel perfidia del aristócrata. Pero no puede decirse que nuestro autor no supiera resarcirse de la maldad: la obra de Montesquieu vive en el olvido y es su retrato en el Barón de Charlus lo único que queda de él.

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