Resulta llamativa la cantidad de talleres que hoy día consisten básicamente en colocar post-its sobre una plantilla. Da la sensación de que tenemos esquemas para todo tipo de problemas y proyectos, ya se trate de organizar ideas o de encontrarlas. Así, si el objetivo es repensar nuestro modelo de negocio, podemos recurrir al ya decano Business Model Canvas. Si es una cuestión de toma de decisiones una buena opción es Cynefin y, si buscamos coherencia, sorprendentemente la encontraremos en el fondo de una tartera japonesa, según el modelo Bento. Y por supuesto, si andamos a la búsqueda de nuestro propósito, el Golden Circle, el mal llamado diagrama de Ikigai o su antecesor Hedgehog, podrán acudir en nuestra ayuda.
Lo sugerente del caso es que, cuanto más complejo es nuestro mundo, más luchamos por confinarlo a un esquema que, de tan simple, a veces parece pueril. Es verdad que este tipo de representaciones visuales han existido siempre, o al menos desde el siglo pasado. Algunas de ellas resumían teorías y otras servían como material de trabajo. Buenos ejemplos son la popularísima pirámide de las necesidades de Maslow, el Flow Model, la ventana de Johari o el muy manido DAFO. Sin embargo, en aquella época este tipo de modelos rara vez se entendían como dogmas de talla única, sino más bien como concentrados de enfoques razonablemente complejos y bien argumentados.
Con independencia de que se puedan buscar otros motivos por los cuales la pareja escénica plantilla&post-it se ha convertido en la nueva liturgia de la innovación empresarial, hay al menos dos hipótesis que, aunque sea de modo tentativo, se pueden formular.
La primera de ellas tiene que ver lógicamente con la aceleración que todos vivimos, sin duda un signo de nuestro tiempo. Hoy todo el mundo quiere hacer más con menos, y por eso la mayoría de actividades de nuestra vida se están descremando, en un intento, a veces desesperado, de ir a lo esencial. Aunque, dicho sea de paso, en general no se sepa muy bien para qué queremos todo ese tiempo, puesto que la impresión generalizada es que cada vez tenemos menos. De hecho, es un fenómeno ciertamente extraño, pues parece que ahorrar minutos de una esfera de nuestra vida los hace desaparecer en otras.
Sea como sea, la segunda hipótesis tiene que ver con algo que la mayoría de nosotros no nos atreveríamos a admitir, y es el miedo a la complejidad. Porque entrar en ella es algo que requiere tiempo, pero sobre todo exige un esfuerzo ímprobo. Y nuestra sociedad del bienestar lleva décadas intentando expulsar esa palabra del diccionario.
Así por ejemplo, siendo más que habituales en las redes sociales profesionales términos como blockchain, inteligencia artificial o simplemente innovación, muy pocos de nosotros seríamos capaces de armar una explicación sólida y convincente de lo que en realidad representan. Y mucho menos de exponer un punto de vista propio. Sencillamente porque no hemos dedicado tiempo y esfuerzo a comprender en profundidad lo que significan, aunque los manejemos con la misma soltura que los alimentos de nuestra lista de la compra.
Un punto interesante sería concebir estos esquemas como la síntesis de un conjunto de ideas o pensamientos tamizados por la manera de actuar de su creador
Nadie duda de que conceptualizar visualmente una idea sea algo sumamente útil, y tampoco nadie está en contra de buscar sencillez en nuestra vida, también en nuestra vida profesional. Sin embargo, es más fácil entender lo que todas estas plantillas significan si se entienden como un final, más que como un principio. Es decir, como un conjunto de ideas, relaciones o razonamientos que una persona ha logrado finalmente sintetizar en unos pocos trazos tan sencillos como elegantes. En lugar de ver en ellos una solución inmediata o un atajo que nos permite adquirir de golpe una porción de sabiduría, en ese cándido ahorrar tiempo en el que todos militamos.
La cuestión es que si simplemente tomamos un esquema como una verdad absoluta en la que arrojar nuestras inquietudes, estamos soslayando algo fundamental, que es el proceso que en su día siguió la persona que los creó. Es decir, estos modelos sirven fundamentalmente para incrementar la usabilidad de los procesos de pensamiento y en su manejo, como en la vida misma, lo importante no debería ser la meta, sino el camino. Y para lo que tendrían que servir es para estimular la génesis de ideas, no para conjurar el miedo. Y lo que deberían promover sobre todo es la capacidad crítica, una habilidad cada vez más necesaria y sin embargo más escasa. Y, en fin, a lo que nos deberíamos comprometer es a elaborar una versión propia y razonada de cada uno de esos diagramas. Solo así estaríamos seguros de que no pecamos de ingenuos cuando intentamos reducir la complejidad del mundo a un puñado de trazos que bien podría haber dibujado un niño, pretendiendo además que estamos innovando.