
Muchos de los temas predominantes sobre el envejecimiento se sitúan hoy día en torno a las pensiones y al retraso de la jubilación. Sin soslayar el hecho de que se trata de asuntos acuciantes y graves, lo cierto es que, al centrar el diálogo en esos dos temas, se olvidan muchas otras cuestiones interesantes que rodean a este fenómeno.
La mitad de los nacidos hoy día en los países llamados desarrollados vivirá más de 100 años. Vivimos más gracias a los avances de la ciencia y ese hecho va a provocar cambios importantes en nuestra sociedad. Probablemente el más relevante es que, tal y como recoge el libro La vida de 100 años (premio Know Square), la concepción clásica de un ciclo vital en tres etapas (formación, trabajo y jubilación) está llegando a su fin, si es que este no ha llegado ya. La formación, por ejemplo, hace tiempo que dejó de ser algo que ocurría de manera exclusivamente antes de la entrada en el mundo laboral. Por otro lado, es probable que, no tardando mucho, la diferencia entre la actividad y la inactividad profesional no ocurra de la noche a la mañana. Más bien atravesará una serie de estados intermedios de mayor o menor intensidad productiva. Y todo ello tendrá, ya está teniendo, un efecto social y económico considerable, que se conoce con el nombre de ageingnomics, o economía del envejecimiento.
Una persona puede considerarse mayor cuando su probabilidad de morir al año siguiente es del 2%, y muy mayor si esta probabilidad es del 4%
En general, las opiniones cuando se habla sobre el retraso de la jubilación suelen ser negativas porque, al estimar la edad en la que una persona puede abandonar su vida laboral se olvida el hecho, no menor, de que los 65 años de ahora no son los 65 años de hace un siglo, que es cuando se fijó esta edad como frontera de la jubilación.
Los estudios de John Shoven, profesor de economía de la Universidad de Stanford, sugieren que una persona puede considerarse mayor cuando su probabilidad de morir al año siguiente es del 2%, y muy mayor si esta probabilidad es del 4%. Con este criterio encontramos que, en 1920, a los 65 años se era considerado muy mayor en el caso de los hombres, pero ahora esa edad corresponde más bien a los 76 años (esas mismas edades son 67 y 80 años para las mujeres). En el caso de España, rondando el año 2000 una persona de 75 años ya tenía aproximadamente la misma esperanza de vida que una de 65 en 1920.
Por otro lado, cuando se habla de las pensiones también se desatiende el hecho de que las personas de cierta edad puedan generar sus propios ingresos como parte de la gig economy, es decir, a través de contribuciones puntuales en proyectos concretos. Nadie duda de que determinados trabajos, más manuales y menos creativos o simplemente peligrosos, deban abandonarse definitivamente llegada una cierta edad. Pero no debería dificultarse la posibilidad de seguir contribuyendo a la sociedad a aquellas personas que quieran hacerlo, bien con su ocupación de siempre o bien escogiendo otra. Actividad que no solo puede reportar ingresos sino autorrealización.
No debería dificultarse la posibilidad de seguir contribuyendo a la sociedad a aquellas personas que quieran hacerlo, bien con su ocupación de siempre o bien escogiendo otra
Uno de los múltiples horizontes del futuro laboral contempla a personas de cierta edad sanas y activas, que participarán en primera persona en aquellos proyectos que les interesen, por los que podrán percibir los honorarios que se determinen. Personas antes consideradas muy mayores que, sin embargo, seguirán con ganas de aportar a la sociedad y a la economía. Un dato interesante a este respecto es el de la edad media de los Premios Nobel en Medicina que, a partir de mediados del siglo pasado, no ha hecho sino aumentar, situándose en 68 años en la presente década. Y no es un fenómeno exclusivamente contemporáneo. Tal y como recoge de manera certera Raquel Roca en su libro Silver Surfers, Michelangelo Buonarroti permaneció activo hasta seis días antes de su muerte, que aconteció cuando casi contaba 89 años.
Es tan cierto que el futuro de las pensiones y el retraso de la jubilación son temas delicados. Tanto como que vivimos más y con mayor acceso a todo tipo de recursos. Ante esta situación, caben dos posibilidades: la primera, considerar que el trabajo es una pesada carga de la que hay que librarse cuanto antes y esperar con ansiedad el día en que llegue la jubilación. La segunda, pensar que el trabajo contribuye a la autorrealización y nos ayuda a permanecer activos, y continuar en la misma profesión, con mayor o menor intensidad hasta que el cuerpo y la cabeza aguanten, o bien reinventarse en otro desempeño más acorde con nuestros sueños.
Los estudios sobre el envejecimiento parecen confirmar que los 75 son los nuevos 65, así que los 50 son los nuevos 40
En una vida de cien años hay tiempo para todo. Por ejemplo, una persona podría aprender cualquier desempeño a los 50 años y, aunque tardara 5 en conseguirlo, cuando tuviera 75 llevaría acumulados 20 años de experiencia, aproximadamente el doble de lo que parece necesitarse para convertirse en un experto a través de la práctica deliberada, según el estudio ya clásico de Anders K. Ericsson. Como dijo Rosa Montero, "siempre hay futuro. Nunca seremos tan jóvenes como hoy y la vida se conquista día a día." Los estudios sobre el envejecimiento parecen confirmar que los 75 son los nuevos 65, así que los 50 son los nuevos 40. Cada uno tendrá que decidir qué es lo que va a hacer con esa década que la ciencia le ha regalado.