
La pandemia ha traído consigo no sólo desgracias, comenzando por el gran número de muertos (43.000 a finales de mayo), también un largo confinamiento, con el correspondiente desastre económico, especialmente en el área industrial. Pero también ha traído consigo una literatura social: sociólogos, psicólogos, economistas, pedagogos… que se han transformado en profetas, soltando sus previsiones y sus majaderías a porrillo.
Pero lo peor ha venido de los científicos de la salud, haciendo también de adivinos en cuanto a la fecha en la que estaría disponible la vacuna. A este respecto daré mi opinión: creo que el esfuerzo mayor habría de hacerse en encontrar un tratamiento que acabe con la capacidad mortífera del bicho. Es lo que se ha hecho con el SIDA y ha funcionado bien.
Los científicos de la salud se han transformado en adivinos en cuanto a la vacuna
Probablemente lo más chungo que ha ocurrido en esta historia ha tenido como protagonistas a dos revistas científicas de "gran prestigio", The Lancet y The New England Journal of Medicine (NEJM), asunto descrito con maestría por el periodista José Pichel.
El punto de partida de estos patinazos está en un tratamiento usado con éxito contra la malaria, el lupus o la artritis: la hidroxicloroquina. La Agencia Española de Medicamentos (AEMPS) ha autorizado 87 ensayos clínicos sobre covid-19 con la hidroxicloroquina. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) promovió un megaestudio internacional que incluía una línea de investigación con hidroxicloroquina y cloroquina (el producto del que deriva). Por eso, un artículo publicado en The Lancet el 22 de mayo cayó como una bomba y la OMS decidió suspender temporalmente los ensayos clínicos, mientras que Francia desautorizaba su uso.
El artículo de The Lancet venía firmado por la empresa Surgisphere, que dijo haber extraído la información de registros electrónicos de salud de todo el mundo para crear su completísima base de datos, pero no hubo manera de acceder a ella. Hasta que en varios países y en particular en Australia se dieron cuenta de que esos datos no se correspondían con la realidad.
Poco después el periódico británico The Guardian descubrió todo el pastel: la empresa había sido fundada en 2008 como editorial científica y solo contaba con tres empleados sin antecedentes científicos, que se habían unido a este negocio hacía apenas dos meses, entre los que se encontraba una actriz porno como "directora de ventas". Además, el cirujano Sapar Desai, uno de los coautores que figura como fundador y responsable de la empresa, está relacionado con tres demandas por negligencias médicas.
Ante el escándalo, The Lancet expresó su preocupación por la veracidad de los datos, prometió investigar y, finalmente, publicó una retractación firmada por tres de sus principales colaboradores en la que admiten que la base de datos que usa Surgisphere no es de fiar, pues nunca tuvieron acceso a la información que supuestamente manejaba esa empresa.
¿Por qué se publicó ese artículo que descalificaba el fármaco sin los obligados controles? Me temo que se dieron tanta prisa para callarle la boca a Donald Trump, quien por sí y ante sí viene recomendando la hidroxicloroquina. Pero ni estaba justificado el respaldo de Trump a un tratamiento sin evidencias científicas ni el hecho de que The Lancet se retracte del estudio que lo enterraba significa que el presidente de EEUU tenga razón.