El final de la alerta sanitaria en España y la entrada de todo el país en las últimas fases de la desescalada se presenta como perfecto caldo de cultivo de un precipitado optimismo ante la actual crisis.
Es un riesgo especialmente grande en el ámbito económico, alentado por una interpretación errónea de hechos como el rebote que vuelve a exhibir la bolsa europea o el anuncio de cuantiosas ayudas por parte de la UE. Resultaría ingenuo confiarse ante una epidemia que, según el Banco Mundial, provocará la peor recesión del PIB global desde la guerra de 1939-1945 y contra la que no existe aún vacuna. Pero, sobre todo, deben tenerse en cuenta las especiales debilidades de nuestro país. Conviene tomar en serio las advertencias del Banco de España, cuando alerta de la caída del PIB español en 2020 aún está en condiciones de alcanzar un dimensión inédita en su historia (15%), para luego enfrentar una recuperación "lenta y difícil". Crisis como la actual, capaces de paralizar el consumo, dañan con especial dureza a nuestra economía, como el regulador recuerda, por el gran peso del sector servicios y el pequeño tamaño medio de sus empresas. A ello se añaden los efectos del confinamiento extremo (en duración y restricciones) sufrido, y los evidentes retrasos y errores del Gobierno en su reacción ante el desafío.
Como el Banco de España advierte todavía es posible una caída del 15% en el PIB y una recuperación lenta y "difícil"
En nada ayuda tampoco su pasividad frente a desequilibrios que ya antes de la crisis se manifestaban como la creciente deuda pública. Ni siquiera todas las ayudas europeas sumadas alcanzan a cubrir una necesidad anual de financiación de hasta 350.000 millones anuales. En tales circunstancias, resulta no sólo ingenuo sino temerario creer que la economía spañola ha visto ya lo peor de esta crisis.