
De la misma manera que en la pandemia del coronavirus hay grandes contagiadores, en la política hay grandes crispadores. Sin lugar a dudas son el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias y la portavoz del PP en el Congreso de los diputados Cayetana Álvarez de Toledo. La lista se completa con más, una pléyade de políticos y politiquillos que se apuntan al carro buscando a los medios de comunicación como caja de resonancia. Santiago Abascal, Pablo Echenique, Irene Montero, Gabriel Rufián, Quim Torra, etc. En fin, todos aquellos que buscan un titular fácil.
Pero los auténticos portadores del escándalo son Cayetana "su padre es un terrorista" e Iglesias "lo que quieren es dar un golpe de estado". Estos son los grandes portadores del virus del odio y del enfrentamiento. Lo llevan en su ADN y el daño que pueden producir a un país es igual o superior al coronavirus. Es igual que en la pandemia, en la que algunos de los portadores del mal pueden contagiar a todo un país. Empiezan ellos, pero su inquina se extiende con la velocidad del trueno, creando un clima asfixiante que ahoga a la sociedad.
Durante un debate que recientemente he moderado en la Fundación Pablo VI, me llamó la atención la pregunta del público, formado por miembros de la Conferencia Episcopal, empresarios, políticos y dirigentes de la sociedad civil: ¿El clima asfixiante creado por los políticos puede dañar la economía? La respuesta del Obispo de Bilbao, Joseba Segura y del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi ha sido la obvia: Sí y mucho.
La inversión y el consumo necesitan un clima de estabilidad politica y social. España vive este enfrentamiento con desasosiego y esta crispación no la quieren ni los empresarios, ni la Iglesia ni nadie. Como dice monseñor Segura, cada uno puede defender sus posiciones con ardor, pero no con insultos. El clima creado produce sonrojo en el convencimiento que esto les va a hacer ganar votos, lo que es más que dudoso. El sociólogo Narciso Michavila, presidente de la sociedad demoscópica GAD-3, insiste que la sociedad española desea la concordia y la colaboración para salir adelante y, por tanto, quienes crispan pierden.
Es como en la pelicula de George Clooney Suburbicon (2017) sobre la crispación social. En ella se cuenta como una comunidad aparentemente pacífica revela su verdadera naturaleza por un evento inesperado. Con el Gran Encierro ha pasado lo mismo. Durante las primeras semanas todo era amor, aplausos, solidaridad; incluso nos dijeron que de ésta íbamos a salir siendo mejores personas. ¡Falso! Tras dos meses enclaustrados hemos salido más enfrentados que nunca. Hemos puestos de manifiesto nuestra propia naturaleza canalla, ha aflorado la España cainita e irracional. Lo que está pasando, por culpa de la crispadores, nos debería hacer reflexionar. La solución está en nuestras manos, hay que aislar a los portadores del virus de mal: Quien crispa pierde.