Opinión

El turismo un siglo después

Benidorm fue el primer municipio que trabajó para atraer al turismo extranjero

En estos momentos de crisis muy seria que, precisamente, nos golpea con fuerza extraordinaria, debido al impacto que sobre la economía española tiene el turismo, el cual se frena como resultado de la pandemia, es curioso revisar de qué manera apareció este sector con un peso tan fundamental en nuestra vida económica. Una comprobación de este peso la tenemos, sencillamente, con consultar una obra tan conocida como la de Ramón Tamames y Antonio Rueda, Estructura económica de España, donde dedica al apartado sobre el turismo, unas páginas sobre la energía eléctrica, que siempre se consideró clave para exponer la marcha de nuestra economía.

Conforme nos acercamos al plan de Estabilización de 1959, comprobamos que el papel del turismo ha pasado a ser clave; por ejemplo, leyendo el excelente análisis de Jaime Requeijo sobre la evolución del sector exterior de 1900 al 2000. Éste nos muestra la eliminación de las angustias para poder importar, tras el plan de estabilización, debido fundamentalmente al papel del turismo, junto con trasferencias e inversiones extranjeras.

Esta realidad del papel del turismo, tras el plan de estabilización, se ratificó en un trabajo magnífico de Juan Fuster Larreu, titulado El Turismo, contenido en el volumen II, de la Economía, que dirigí en la serie titulada la España de los años 70 (editorial Moneda y Crédito, 1973). A partir de ahí, es preciso tener en cuenta todo lo que le sucede al turismo. Pero esto que vemos ya en los años 60 y 70 tiene precedente en su raíz original. Hay que remontarse para eso, prácticamente, a un siglo: el comienzo primero lo tenemos en las decisiones de Alfonso XIII, a partir de la creación de Parques Nacionales como el de Covadonga y, de modo simultáneo, el de Gredos. Y poco después, tuvo lugar el inicio de la Dictadura de Primo de Rivera, quien comprendió ventajas muy variadas que pudieran surgir de visitas a estos Parques Nacionales. Por eso, aparte de mejorar las vías de comunicación, añadió ese factor esencial para el turismo, que es la tranquilidad política. Decidió crear el Patronato Nacional del Turismo que, incluso, se amplió en la etapa de la II República. Con este impulso apareció la llamada Red de Albergues y Paradores. El primero de ellos fue inaugurado por Alfonso XIII en 1928 en Gredos, seguido en 1929 por el Hotel Atlántico en Cádiz. Pero, naturalmente, la combinación de nuestra Guerra Civil y la II Guerra Mundial cortó esencialmente, no sólo la llegada de turistas procedentes de otros países, sino también de los nacionales, porque los aliados cortaron, casi por completo, la llegada de productos petrolíferos a España, para garantizar su aislamiento con Alemania; y sin trasportes no hay turismo.

Fue en los 50 cuando España empezó a aprovechar un sector clave del PIB

Y tampoco se puede olvidar el papel que tuvo la fortísima crisis económica internacional aparecida en 1930, y, a renglón seguido, las fuertes conmociones políticas surgidas en Europa que, además, se ligaban con posturas extraordinariamente nacionalistas también en lo económico. Véanse los mensajes de Manoilescu, y se verá que el extranjero tendría que hacer turismo dentro de su propio país.

Por eso tiene también importancia señalar que aquel moribundo impulso turístico en España ¿dónde inició su renacimiento?

Hacia 1950 existía una Secretaría para atender problemas especialmente extraordinarios en las provincias. Tenía sus oficinas en el propio Palacio de Oriente. A su frente, tras haber ocupado un alto puesto en la Secretaría General del Movimiento, se encontraba Gabriel Arias Salgado. Coincidió su puesto con la llegada a la Administración de los primeros licenciados en Ciencias Económicas, formados en la Facultad de dicha disciplina, creada en 1943. Uno de ellos, perteneciente a su primera promoción, Eduardo del Rio, pasó a ocupar un puesto importante en esa institución. Y en esto, una serie de tormentas, sobre la entonces subdesarrollada costa mediterránea andaluza, ampliaron notablemente al descargar sobre zonas de Málaga, los niveles de pobreza.

La Costa del Sol y Benidorm fueron las primeras regiones que atrajeron a los visitantes foráneos

Eduardo del Río se había enterado, antes de la Guerra Civil, de que un notable economista andaluz, Bermúdez Cañete, había señalado que la Naturaleza ofrecía ventajas ambientales considerables en esa costa, y además, que el hombre había dejado su huella allí, en multitud de lugares con extraordinarias obras artísticas, aparte de las paisajísticas. El conjunto era tan atractivo que, forzosamente, tenía que atraer a personas que deseasen visitarlo. En un artículo que Bermúdez Cañete publicó en El Debate, escribió que merecía esta región denominarse "la Costa del Sol". Al investigar los economistas la suerte ocurrida en la Guerra Civil por Bermúdez Cañete, se enteraron que, como diputado de la CEDA, había sido arrancado de su despacho del Congreso de los Diputados y, casi inmediatamente recibió la muerte. Este mensaje de Bermúdez Cañete fue preludio de una acción del sector público en esta región, y al ser reconocido por varios economistas, lo pusieron en conocimiento de Eduardo del Rio, lo cual movió a Arias Navarro a efectuar una acción de auxilio importante de tal manera que, a partir del año 1954, el atractivo de esa zona pasó a ser notable, y el nombre de Costa del Sol se convirtió en atracción para el turismo internacional. En la costa levantina, también apareció otro punto clave. Al alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza, hay que reconocerle el mérito de transformar un pequeño pueblo de pescadores, en punto clave del turismo nacional que, en algún momento puntual, alcanzó el 10% del mundial, y que continúa felizmente su andadura. Ya habíamos alcanzado el año 1959 y todo lo que se relacionaba con el turismo se ponía al servicio de un fuerte desarrollo económico español.

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