El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, expresó recientemente su deseo de que las marcas de automóviles galas vuelvan a producir en su país. Impulsar la reindustrialización es un arraigado anhelo de todos los Gobiernos del país vecino; sin embargo, en medio de la actual crisis, sería un error no ver en esas palabras más que una simple declaración de intenciones.
Le Maire está dispuesto a vincular la repatriación con la concesión de ayudas públicas a un sector que las necesitará en gran medida. No en vano el desplome de la demanda de bienes de consumo duradero afecta de lleno a la adquisición de coches. Pero, además, debe tenerse en cuenta la presencia, y capacidad de influencia, que el Estado francés mantiene en sus principales fabricantes. La fusión de PSA con Fiat no impide que París aún posea un 6% de su fabricante. Ese porcentaje se eleva al 15% en el caso de Renault. Esta última enseña, además, ya concentró parte de su producción (la que concierne al eléctrico Zoe) en suelo francés. Entre Renault y PSA poseen más del 40% de las fábricas automovilísticas con sede en España, por no debe minusvalorarse el impacto que la repatriación de una parte, o la totalidad, de su productividad conllevaría.
La posible repatriación de la producción de las marcas galas coincidiría con la crisis que vive el sector turístico
Pero, además, urge considerar el delicado momento en que llegaría para España. Uno de los pilares de su PIB, el turismo, lucha por salvar la temporada de verano, pero se enfrenta a grandes dificultades, especialmente las medidas que desincentivarán la llegada de turistas extranjeros (como la cuarentena obligatoria). La economía española se arriesga ahora a sufrir daños en la industria automovilística, el que es su segundo apoyo fundamental y un ámbito ineludible en la creación de empleo cualificado.
