Opinión

Deficiente gestión de los Ertes

Para el autor el Gobierno no ha dado ni una vez en el blanco durante la pandemia

El parón económico (y social) generado por el Covid-19 está provocando la desaparición de miles de empleos y ha obligado al Gobierno a ir aprobando distintos paquetes de medidas para intentar contrarrestar los efectos de esta pandemia mundial. Todas ellas, puestas en conexión unas con otras, son como aquel cuadro abstracto que sólo entendía el propio autor.

Pese a demandarse unánimemente por sindicatos y patronal una flexibilización de los expedientes de regulación temporal de empleo (Erte), la solución dada por el gobierno presenta notables deficiencias, tanto en la gestión del propio expediente como en el hecho de haber dejado demasiadas zonas oscuras.

La legislación  cortoplacista del Gobierno impide a las empresas tener planificación

Desde la aparición de aquel ya lejano Real Decreto-ley 8/2020, se cuestionó la imposibilidad de modular la medida de regulación temporal de empleo ante una adversidad imposible de cuantificar ni en su duración ni en la intensidad que podía llegar a manifestar. Estamos ante una situación palmariamente extraordinaria y se necesitaba una regulación mucho más acorde a la naturaleza excepcional del problema. Limitarse a flexibilizar los plazos de los Erte es una nueva demostración de esa falta de contenido estratégico y de valor añadido de las medidas y del propio gobierno. Debería tener muy presente que ese presupuesto de incertidumbre como origen de todas estas medidas necesitaba ya desde su inicio herramientas para adaptar las medidas en el transcurso de su ejecución. Eso es flexibilidad. Eso es permitir a los empresarios poder tener una mínima planificación. De lo contrario, obligan a que el resto tengamos que actuar de manera cortoplacista, tal y como ellos legislan y gobiernan. No es de recibo. Pero, además, no es práctico ni útil.

El gran error (o éxito, dependiendo de cómo se interprete la intencionalidad del gobierno) es generar ese ancla temporal consistente en la finalización del estado de alarma. Los impactos productivos y las realidades adversas que afrontan las empresas, claro que se producen con motivo de la alerta sanitaria y de la declaración de un estado de alarma que ha hibernado nuestra economía. Pero dicha realidad adversa no desaparecerá en el momento en el que dicho estado de alarma se levante ni cuando se sobrepase la última fase de la desescalada anunciada ayer por el presidente del Gobierno. Muchos sectores requerirán meses para volver a tener una actividad económica y productiva equiparable a la que tenían con anterioridad a la alerta sanitaria. Y hasta entonces, ¿qué?

Además de cursi y ridículo, el término 'nueva normalidad' resulta una tomadura de pelo

El gobierno ha tenido que "apostar" por los Erte y pretenden vendérnoslo como el elixir que cura todos los males. Pero la realidad es bien distinta. Es una medida insuficiente en su planteamiento. Le falta ese valor añadido de adaptación a lo extraordinario del momento. Y quizás, esa falta de ambición en la regulación normativa no es sino la animadversión genética a la figura del empresario. Estamos, con Erte y sin ellos, ante unas cifras de desempleo dramáticamente históricas. Y, aun así, ¿por qué no se brinda una ayuda real a aquellos que son los verdaderos generadores de empleo? De verdad, ¿por qué esa animadversión hacia el empresario?

En un nuevo ejemplo de falta de coordinación y comunicación entre los miembros el ejecutivo, hace unas semanas la ministra de Trabajo planteaba la posibilidad de "prorrogar" los Erte bien hasta julio, bien hasta diciembre. No sabe uno bien si se refería a la prórroga del Erte en sí, a la prórroga de la normativa excepcional que los regula o a ambas. Pero a la vista de la última explicación que nos ofreció sobre los Erte, miedo da reclamarle una nueva.

Lo cierto, es que el tejido empresarial precisa de una serie de herramientas. Esta necesidad requiere que la medida que se ofrezca tenga una profundidad suficiente. Que permita una cierta planificación (tiempo suficiente para ejecutarla en cada organización empresarial) y un recorrido cierto (que de verdad acompañe en toda la coyuntura hasta recuperar ratios de actividad ordinarios). Lo contrario, seguirán siendo parches en una carretera que requiere ser reasfaltada íntegramente. Y si de verdad quieren ayudar a recuperar la actividad económica, además, no impidan los procesos extintivos allá donde hagan falta. Situaciones coyunturales como la presente, en muchas ocasiones provocan daños estructurales, no sólo en las empresas sino también en los propios sectores. ¿De verdad piensan que con los Erte no se va a destruir empleo? Pues al final, el mismo o más.

España, sus empresas, sus trabajadores y, en definitiva, la actividad económica necesita tener una cierta capacidad de planificación ante un escenario extraordinario y adverso. Todo ello, con el fin de llegar a una recuperación y con el fin de que lleguemos los más posibles a ese futuro de recuperación de la normalidad. Que no de "nueva normalidad". Término que no puede ser más cursi y más ridículo, pero coherente con ese postureo estudiado al que nos someten en cada una de las tomaduras de pelo en las que se convierte cada comparecencia presidencial.

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