Opinión

Preguntas para una crisis

Interior de la bolsa de Nueva York

En una entrevista para la CNBC en octubre de 2008, Warren Buffett afirmaba que su trabajo como inversor era "simple, pero no sencillo". Poco más de un año antes, el gestor de fondos inglés Richard Oldfield había publicado su autobiografía. En ella, explicaba su filosofía de trabajo y resumía las enseñanzas aprendidas durante décadas. El título que eligió para ese libro: Simple, pero no sencillo (Simple but not easy).

Con esta frase, tanto Buffett como Olfield, lograban definir la esencia, a menudo olvidada, de nuestra profesión. Invertir con acierto no es sencillo. De hecho, es realmente complicado. Pero para tomar decisiones cuando existe un exceso de información, es básico simplificar al máximo los problemas. ¿Qué buscamos exactamente? ¿Qué es lo que verdaderamente definirá nuestra rentabilidad a futuro?

Esta tarea resulta especialmente difícil en la era actual, ya que estamos expuestos a un constante bombardeo de datos e informaciones. A menudo, se trata simplemente de ruido que nos aleja de lo verdaderamente relevante. Si le prestamos atención, nos olvidamos de lo importante y hacemos nuestra tarea aún más complicada.

Decía el fallecido Luis Eduardo Aute que "tenemos sobredosis de información y absoluta ausencia de conocimiento". En las inversiones, a veces el problema surge directamente por nuestras dificultades para buscar donde debemos. Si no podemos plantearnos las preguntas adecuadas, probablemente no llegaremos a encontrar las respuestas que necesitamos. Como apuntaba el biólogo teórico, médico y fisiólogo francés del XIX, Claude Bernard, "quien no sabe lo que busca no entiende lo que encuentra".

Lo importante es conocer cómo cambiarán los hábitos de consumo en el futuro

Ya advertía Benjamin Graham, el padre del value investing, que el Señor Mercado a menudo se comporta como un maniaco depresivo que se deja llevar por sus impulsos cortoplacistas. Sus obsesiones se centran en el aquí y el ahora, olvidando la importancia de mirar al largo plazo. Imaginemos que este personaje imaginario se hubiera encontrado hace cinco años con el genio de la lámpara y que éste hubiera accedido a contestarle algunas preguntas sobre cómo sería el futuro.

En aquel momento, el Señor Mercado andaba preocupado por eventos de carácter político cuyo desenlace se iba a conocer en los siguientes meses. En esa situación, seguramente hubiera elegido saber si Reino Unido iba a votar de manera favorable sobre su salida de la UE o si el temido candidato republicano Donald Trump podía convertirse en presidente del país más poderoso del mundo.

Ahora es un momento para que los gestores estén quietos y tengan paciencia

Al conocer las respuestas a estas preguntas, sin duda hubiera corrido a vender todas sus acciones. La opinión de consenso en aquel momento era que, de producirse, ambos eventos tendrían efectos devastadores sobre la economía global y sobre los mercados financieros. Sin embargo, los años posteriores resultaron ser tremendamente alcistas para las Bolsas mundiales.

Imaginemos ahora que el genio de la lámpara volviera a aparecerse en el momento actual, en medio de la inquietud generalizada a raíz de la terrible pandemia que estamos viviendo. Probablemente, el Señor Mercado se dejaría llevar de nuevo por sus miedos y sus inquietudes de corto plazo. Preguntaría por aquello que ocupa ahora la mayor parte del espacio tanto en los telediarios como en los informes de la mayoría de las casas de análisis. Sin embargo, aunque se trate de cuestiones de enorme importancia (más trágicas desde el punto de vista humanitario que el Brexit o las elecciones americanas), quizá no sean las que vayan a determinar finalmente nuestra rentabilidad en el largo plazo.

Si en lugar de con su viejo conocido el Señor Mercado, el genio de la lámpara se encontrara esta vez con Buffett o con Oldfield, probablemente la conversación sería bien distinta. Como inversores a largo plazo, nuestras preocupaciones deberían ser otras. Si el horizonte sobre el que tomamos nuestras decisiones son los próximos cinco años y no los siguientes tres meses, las preguntas que nos haremos serán diferentes a las del personaje imaginario creado por Graham.

En nuestro trabajo como inversores a largo plazo, nos debería de ocupar más investigar sobre cuáles serán hábitos de los consumidores en el futuro que intentar adivinar en qué fecha se podrán levantar los confinamientos (esperemos que pronto). Deberíamos interesarnos más por imaginar cómo va a ser el futuro de la movilidad que por conocer las decisiones de la reunión de la OPEC ante la escasez de demanda de crudo provocada por la crisis. Nos debería de inquietar más qué países y empresas se están preparando mejor para las próximas décadas que intentar estimar con exactitud cuál será el impacto económico temporal de esta pandemia. Y así con muchas otras cuestiones.

Al contrario de lo que se podría pensar, quizás éste no sea momento de hacer grandes cambios en nuestras carteras de inversión, más allá de algunos ajustes aprovechando la volatilidad de estas semanas. Los gestores tenemos la tentación de pensar que, en situaciones como ésta, nuestra responsabilidad es la de estar más activos que nunca, comprando y vendiendo acciones sin parar. Sin embargo, a menudo, el éxito en nuestro trabajo consiste precisamente en saber cuándo debemos estar quietos y tener paciencia.

Por eso, nuestra actividad estos días no debería de ser muy distinta a la que realizamos en cualquier otro momento. Los tiempos de crisis deben de encontrarnos preferiblemente con los deberes ya hechos (es decir, con las empresas analizadas). La tarea más productiva que podemos realizar estas semanas es intentar aislarnos del (inevitable) ruido y seguir pensando cómo será el mundo dentro de unos años. Sólo de esta manera, si algún día tenemos la suerte de toparnos nosotros con el genio de la lámpara, podremos plantearle las preguntas adecuadas. Simple, pero no sencillo.

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