
E l interés compuesto es la fuerza más poderosa del Universo". Esta frase se atribuye a Albert Einstein y probablemente sea apócrifa. Sin embargo, el interés compuesto no deja de ser, matemáticamente, una potencia. Recordando las matemáticas de EGB, y las que ahora dan los niños en primaria (telemáticas), si la potencia y el exponente son superiores a 1, el crecimiento acaba siendo imparable. Efectivamente, estoy hablando del coronavirus y su tasa de infección, que no deja de ser un interés compuesto. Lo que resulta realmente preocupantes es que, según los datos españoles de los últimos días, este interés diario estaría por encima del 30%.
Esta tasa de infección es el parámetro clave de todo lo relacionado con esta pandemia, también en el terreno económico. Por supuesto que también es relevante el porcentaje de muerte del virus, que afortunadamente, no es tan elevado como en otros virus. Pero, este porcentaje, está alrededor del 3% por el momento, si se aplica a cientos de miles de personas arroja muchos miles de muertos. De momento, según los datos de ayer, ya vamos por 120 muertos en España y casi 5.000 en todo el mundo.
Reducir las interacciones sociales es la única forma de bajar la tasa de contagios
Ahora bien, además, de los fallecidos directamente por el COVID-19, el famoso coronavirus, nos enfrentaremos también a fallecimientos indirectos. Si se colapsan los servicios sanitarios en muchos países, incluido España, muchos pacientes no podrán ser atendidos debidamente, y eso, en bastantes casos también tiene un resultado trágico.
Todo esto lleva a medidas de aislamiento con la finalidad de evitar la propagación del virus. Pero, como casi todo, estas medidas tienen un coste económico. La pregunta del millón de dólares es, más allá de las incomodidades, ¿estas medidas merecen la pena?
Decretar el Estado de Alarma es acertado de cara a hacer frente a esta amenaza
La respuesta es que, si contribuyen a salvar vidas, estas medidas de aislamiento, cuarentena, desinfección… por molestas y caras que nos puedan parecer, claro que son necesarias. Más aún, también lo serán, aquellas, probablemente más radicales y duras que se adoptarán en los próximos días o semanas. Para comprobarlo, nada mejor que un poco de aritmética de potencia e interés compuesto. Pensemos que, si una medida evita mil contagios, de forma directa puede evitar perder 30 vidas. Pero, además, mientras dure la epidemia, cada día estos 1.000 contagiados se pueden convertir en 300 más, que a su vez pueden contagiar a 390 más en dos días. El interés compuesto es una fuerza poderosa, pero a una tasa superior al 30% diario es algo más, es una amenaza global.
Por si todo lo anterior no bastase, el daño económico del coronavirus no se detendrá hasta que la pandemia sea vencida. Como el daño está siendo enorme, la prioridad absoluta, también desde un punto de vista económico, es que acabe cuanto antes. Y la única forma de acortar el tiempo, y de reducir el daño, es reducir la tasa de propagación. En estos momentos, no existe inversión más rentable, porque no existe una inversión en el mundo que se acerque a un 30% de interés diario. Y reducir esta tasa de propagación, es reducir daños, también los económicos, de una forma muy importante.
De nuevo, pensemos en que el virus no hubiese salido de Wuhan, en ese caso, el efecto económico en China, en el resto del mundo, y también en España, hubiese sido muy escaso. Por lo tanto, en esos dos primeros meses, a finales de 2019 y principios de 2020, la "rentabilidad" de cualquier medida contra el virus hubiese sido enorme. Ahora, esta "rentabilidad" ya no nos evitará algunas muertes ya sufridas, ni daños económicos ya incurridos, pero sigue siendo la política más rentable que podamos emprender, en España, en Europa y en el mundo en general.
Por supuesto que las medidas económicas paliativas son imprescindibles. Sin embargo, hay que tener claro que estamos en una guerra contra el coronavirus y que lo más "rentable", siempre, es ganar una guerra costosa cuanto antes. Y la única forma realista de ganar una guerra es evitar por todos los medios que el enemigo se propague, especialmente si lo hace a un ritmo tan devastador. Más allá de esto, deberíamos tomar las medidas jurídicas y económicas para reducir desplazamientos y contactos personales, y para proporcionar liquidez inmediata. No deberíamos ir, en estos momentos, más allá del corto plazo. Como señalaba Ignacio de Loyola, no es conveniente, en tiempo de turbulencias, hacer mudanzas.
Porque, además, hasta que esto no acabe, la situación no se normalizará y no podremos hacer una previsión medianamente fiable del futuro inmediato. Y en esas condiciones, lo probable es que tomemos medidas económicas equivocadas. Nos estamos enfrentando al mismo tiempo a un shock de oferta, por ruptura de las cadenas de suministro de bienes y servicios, y a un shock de demanda, en el que se derrumban por razones obvias la inversión y el consumo. A todo esto, hay que sumar que hay sectores que se ven muchísimo más afectados que otros. Pero para intentar paliar esto, en lo que se pueda, hay que saber la magnitud del desafío económico al que nos enfrentamos. Y esa magnitud está creciendo al ritmo de una de las fuerzas más poderosas del Universo, el interés compuesto.
Incluso dentro de un interés compuesto, hay clases, y el 30% diario, no ya es que sea usura, sino que es inasumible. Para reducir esta tasa, la única posibilidad práctica es reducir las interacciones sociales, así como la prevención para evitar potenciales infecciones. Cualquier medida que vaya en esa dirección debe ser apoyada, aunque solo sea porque las pérdidas potenciales de no implantarlas, pueden ser elevadísimas, incluso a corto plazo.
Hoy el consejo de Ministros aprobará la declaración del Estado de Alarma. Esta medida permitirá "legalizar" situaciones imprescindibles como limitar la libertad de movimientos de muchos compatriotas. Pero, más allá de eso, esta declaración permitirá tomar medidas restrictivas de la movilidad adicionales, así como garantizar algunos suministros médicos y de productos de primera necesidad con más facilidad. Es una medida necesaria porque nos guste o no, nos enfrentamos a una grave amenaza que ya se ha cobrado muchas vidas.
Por supuesto, en toda esta crisis ha habido decisiones equivocadas. Hasta hace poco, no todos los dirigentes políticos y sociales han asumido la gravedad de la crisis, ni con sus declaraciones, ni tampoco con su comportamiento. Todo esto puede ser criticable, pero a estas alturas da igual, el pasado no se puede cambiar. En estos momentos, toca ser disciplinado y solidario, especialmente con los más vulnerables a la enfermedad, y con aquellos que están trabajando para la salud todos. Como siempre, pero especialmente en estos días tan duros, los profesionales sanitarios que están luchando contra la enfermedad merecen nuestro apoyo y homenaje, de la forma mejor posible: contribuyendo a frenar los contagios, a reducir, y si es posible frenar este interés compuesto, una de las fuerzas más poderosas del Universo.