
Los sindicatos españoles viven horas bajas en cuanto a sus cifras de afiliación. El número de sus militantes se encuentra en mínimos de las últimas tres décadas. Se trata de un fenómeno generalizado en las economías desarrolladas, ya que la OCDE sitúa la tasa promedio de afiliación en l 32%, a considerable distancia del 51,45% que registraba en la década de los 60.
Este desapego entre los trabajadores y sus representantes se está manifestando incluso en países de tanta tradición en este ámbito como Francia. La violencia de las continuadas protestas contra la reforma de las pensiones del presidente Emmanuel Macron no debe llevar a engaño. En el país vecino, ya se habla de una pérdida de fuerza de las protestas debido a las crecientes dificultades de las centrales para convocar a los manifestantes. Resulta paradójico que este alejamiento genrealizado se produzca precisamente ahora, cuando todo el mundo occidental afronta retos para su mercado laboral sin precedentes, como la alta precarización de contratos y sueldos o la amenaza que la robotización supone para millones de empleos. Es innegable que los sindicatos tradicionales no están dando las respuestas que estos desafíos requieren. Sus mensajes continúan anclados en épocas pasadas en las que condiciones económicas eran diferentes, cuando no opuestas. Una economía cada vez más digitalizada, en la que las plataformas colaborativas y el emprendimiento tienen cada vez más peso exigen que los sindicatos dejen de estar anclados en un tiempo en el que las industrias tradicionales eran dominantes bajo unas condiciones laborales mucho más estables. Los sindicatos aún tienen un rol que desempeñar en el futuro, pero si no se reconvierten quedarán obsoletos.
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